El Consejo Nacional de las Artes, lo
descalificaron y lo desmantelaron
■ La revolución bolivariana ha borrado el valor del conocimiento, asegura la docente.
■ Para la profesora de la Universidad Simón Bolívar las políticas del Gobierno no impulsan la diversidad, sino un modelo de uniformidad y el conformismo en el cual se ataca la razón crítica.
Durante casi 10 años, Iraida Casique se ha dedicado a estudiar cómo la revolución bolivariana ha cambiado el significado del papel que desempeñan los intelectuales en el país.
Orientada por su preocupación en cuanto a que la cultura es un factor fundamental para la gestión de convivencia, la construcción de ciudadanía y el mejoramiento individual, la profesora de la Universidad Simón Bolívar en ponencias que ha dictado entre 2003 y 2012 dentro y fuera del país se ocupa del conflicto entre la formulación de ideas y el contexto histórico, así como de reflexionar sobre la dinámica intelectual venezolana en la revolución bolivariana para determinar qué perfil de pensadores diseñó el proceso y qué papel se les otorgó en la transformación cultural que se ha ensayado en Venezuela en los últimos tres lustros.
De acuerdo con Casique, el chavismo parece encontrarse en una fase crítica decretada por la muerte de su máximo líder, Hugo Chávez, que era también su principal figura intelectual. Esto, dice, ha concretado en una serie de cambios a partir de los cuales se hace fundamental preguntarse sobre el lugar de los intelectuales, tanto en el oficialismo como en la oposición.
Así, considera que el conflicto universitario y la reciente aprobación de la Ley Orgánica de Cultura evidencian que es en la relación con el conocimiento y los productores de pensamiento crítico donde se encuentra el aspecto más vulnerable de la revolución.
Con esto no quiere decir que el Gobierno no le ponga atención a la cultura, todo lo contrario. Para Casique, en los primeros años parecía que este sector no tenía ningún valor para la revolución bolivariana, pero desde la creación del ministerio en 2005 empezó a entender dónde estaba su interés: “Al igual que están haciendo ahora con las universidades, la gestión oficial se concentra en una política de desmantelamiento. Así pasó con el Consejo Nacional de las Artes: lo descalificaron, lo desmantelaron y pasaron a otra forma de gestión”. El problema, señala, es que no hay una propuesta articulada sobre qué instituciones tomarán el lugar de las que se están desmantelando.
–De acuerdo con Antonio Gramsci un filósofo que a Chávez le gustaba citar, los intelectuales no son sólo escritores, sino directores y organizadores involucrados en la tarea práctica de construir la sociedad. ¿En quiénes puede observarse ese papel en el chavismo?
-Me quedan dudas de si era que Chávez no entendía el modelo de intelectual que proponía Gramsci o si, en cambio, lo entendía muy bien y quería proponerse él mismo como el gran intelectual central del país, erigirse como uno al estilo del siglo XIX, porque decía qué caminos debíamos tomar, qué se valoraba o cómo debía opinarse.
–¿Cuál es el perfil de intelectual que propone el chavismo?
-El intelectual está execrado del proceso por considerar que pertenece a una clase pudiente y no está interesado en las necesidades del pueblo. Asumen la cultura como una marca de clase. Por ejemplo, cuando en 2005 anunció el lanzamiento de la Misión Cultura concebida como un horizonte programático para el recién creado ministerio, Farruco Sesto insistió en la insuficiencia de los modelos culturales previos y señaló la necesidad de uno nuevo en el cual se creara una institucionalidad orgánica de gente que viviera “donde vive el pueblo” y trabajara en proyectos de la comunidad. En cuanto al perfil de los intelectuales con el proceso, yo los veo detrás de una cortina, no tienen necesariamente un papel protagonista. Pienso también en el Centro Cultural Miranda, donde hay poca presencia venezolana y los que se han atrevido a ser críticos han tenido que recular, como le pasó al español Juan Carlos Monedero en 2009, cuando dijo que la revolución bolivariana estaba en una encrucijada por la magnificación de la figura de Chávez y que los diferentes niveles del país, en lugar de hacer el esfuerzo de buscar sus soluciones, esperaban que el liderazgo del Presidente se las bajara. Si este ente, que está dentro del proceso, no tiene permiso para formular críticas constructivas, está claro que uno de los elementos que se rechaza de la intelectualidad es la conciencia crítica. Ese trabajo se está haciendo mejor desde la oposición que desde el chavismo, que está desperdiciando una oportunidad valiosa.
–¿Qué función se le ha otorgado a la cultura en la revolución bolivariana?
-La entiende como un instrumento de lucha política y esta reducción fomenta la uniformidad de pensamiento. Ahí tenemos el ejemplo de los museos: todos están unificados bajo un ente central que va a coordinar, más que las exposiciones que se presentan que cada vez son menos, trabajos en los barrios. Así, la cultura no es un espacio para el disenso ni para la pluralidad o la diversidad ni necesariamente para la inclusión, sino uno para la construcción de un pensamiento ideológico. Lo diverso forma parte de la naturaleza humana, pero aquí no se está impulsando este modelo, sino el de la uniformidad y el conformismo. Más allá de los espacios culturales que estamos perdiendo, el impacto de esto será terrible en la población porque terminaremos convencidos de que no podemos aspirar a mucho. Nos están poniendo una plancha de acero en el techo para que siempre nos proyectemos desde allí y nos visualicemos felices. La cultura propuesta por el chavismo nos achata intelectualmente.
–¿Cómo los enfrentamientos con las universidades públicas y la reciente sanción de la Ley Orgánica de Cultura prueban que el chavismo no se interesa por los intelectuales?
-En ambos casos se borra el valor del conocimiento. Para el chavismo, como muestra la ley, la cultura se circunscribe a las expresiones típicas, como el baile de joropo: está reducida a su expresión mínima de la venezolanidad.
Limitándola a una sola posibilidad, terminará por imponerse el pensamiento único.
No se espera que los intelectuales problematicen nada, porque si todos nos sentimos identificados con el joropo y las maracas no hay conflicto con la identidad y no vale la pena preguntarnos sobre eso.
Por supuesto que esto se inserta en el discurso antiimperialista, pero no veo que estas medidas nos inviten a crecer culturalmente, sino que nos reducen a conformarnos con lo nacional y rechazar lo demás.
–¿Cuál es el perfil del intelectual de oposición?
-De ese lado se han vuelto creativos por las dificultades que han tenido que sortear.
Hoy más que antes, la clase media está interesada en el campo cultural, porque se ha convertido en el espacio de la reflexión y la discusión que está negada del otro lado.
Se está valorando el conocimiento y el trabajo cultural tanto de académicos como de cantantes populares, lo cual amplía lo que se comprende como cultura y creo que allí hay un enriquecimiento en la variedad de propuestas.
Por: MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ
MROCHE@EL-NACIONAL.COM
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LUNES 02 DE SEPTIEMBRE DE 2013
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