“Ante el fracaso de silenciar
al canal por las buenas..”
■ El periodismo, por definición, es contestatario.
Por esta cruda razón, todos los gobiernos del mundo, democráticos o todo lo contrario, sufren una incurable alergia anti-prensa-independiente. Quizá también por eso, porque jamás he soportado la actitud complaciente, resignada o de simple conveniencia de muchos ante lo que suceda a su alrededor, siempre he sentido una pasión arrolladora por este oficio de querer decir la verdad a toda costa.
Esta reflexión es resultado de lo que ocurre en Globovisión. A pesar de la llamada revolución socialista, el ordenamiento jurídico de Venezuela sigue siendo capitalista y Guillermo Zuluoga tenía derecho de venderle la planta a quien le viniera en ganas. Otra cosa muy distinta es analizar su decisión desde un punto de vista ético. Vaya, que si bien él y los compradores de Globovisión podían y pueden hacer con ella lo que quieran, existe el problema de que la compra-venta de algo como Globovisión representa mucho más que una simple transacción comercial.
En otras palabras: el objeto de la controvertida negociación nada tuvo que ver, pongamos por caso, con la venta de una fábrica de lámparas o de productos de limpieza. Se trata de un medio de comunicación que, como tal, ejerce influencia en la opinión pública.
Y porque para nadie es un secreto que desde hace años el régimen se ha propuesto controlar los contenidos informativos e imponer su hegemonía en el universo comunicacional. Obsesión totalitaria por silenciar la disidencia política, en el marco de la cual la compra de Globovisión es un caso idéntico al de RCTV, aunque por medios que, desde Miraflores, se ha pretendido que sean menos obvios y estridentes.
En un principio, los nuevos propietarios trataron de hacer su labor de limpieza ideológica con cierta asepsia y discreción. Todos recordamos el razonamiento edulcorado de Leopoldo Castillo para justificar la sustitución de lo que él calificó de postura “resistente” de la planta hasta ese día, por una visión “equilibrada” del acontecer nacional, la nueva política de la nueva Globovisión. Nada dijo entonces, ni después, de las acciones emprendidas contra Nitu Pérez Osuna y otros periodistas de la planta en aras de ese supuesto “equilibrio”. Una acción, sin embargo, que resultó del todo insuficiente para calmar a Nicolás Maduro, quien hace pocos días acusó a los nuevos propietarios de la planta de seguir “siendo golpistas”.
Este regaño presidencial bastó.
El viernes 16 de agosto, de un solo sombrerazo, se liquidaran programas emblemáticos de Globovisión como Tocando fondo, Radar de los barrios y Aló, Ciudadano. Esa misma noche, a la hora del noticiero estelar, ardió Troya.
Las principales figuras periodísticas de la planta renunciaron o fueron despedidos sin contemplaciones. En ese punto crucial, murió Globovisión. Roberto Giusti lo explica en su artículo “Por qué me voy de Globovisión”, publicado en El Universal, el martes 20 de mayo. Allí señala que renuncia porque ante el fracaso de silenciar al canal por las buenas, “el proceso de `transición gradual’ dio paso a la `transición brutal’. Aquí se acabó la pendejada del equilibrio”. Su conclusión: “En Globovisión no están dadas las circunstancias para hacer un periodismo libre”.
Ese martes, en esta misma página, Vladimir Villegas ofreció la versión oficial del canal sobre lo que ocurría. En primer lugar, señala que “Globovisión enfrenta hoy circunstancias difíciles porque vive un proceso de transformación”, aunque en ningún momento aclara en qué consiste esa “transformación”. Luego intenta curarse en salud afirmando que no apoya todas las decisiones de los actuales “propietarios y directivos” de Globovisión, pero se resiste a “negar la necesidad de impulsar cambios en este medio”.
De la misma manera que admito el derecho comercial de Zuluoga a vender sus acciones a pesar de que rechazo moralmente su decisión, reconozco ahora el derecho laboral de Villegas a defender su presencia diaria en la “nueva” pantalla de Globovisión (ese es, a fin de cuentas, su derecho personal y su responsabilidad), pero refuto de plano su tramposo argumento de que lo hace en nombre del “equilibrio”. Decíamos que el periodismo es, por definición, contestatario. Al terminar estas líneas quisiera añadir que en tiempos de crisis, como los que vive Venezuela en la actualidad, debe serlo aún más. Y que en situaciones como estas la dialéctica y las abstracciones carecen de sentido.
Como bien señala Giusti, en Globovisión sencillamente no están dadas las condiciones para hacer periodismo libre. Lo demás, Vladimir, son pura pendejada.
Por: ARMANDO DURÁN
@aduran111
Política | Opinión
EL NACIONAL
Lunes 26 de agosto del 2013
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