Artillería de Oficio
Ningún presidente fue más divertido que Hugo Chávez, sin duda tenía una vis cómica, cuando salía a escena mantenía al país distraído con su entonación, gestos, gritos y hasta la diversidad del vestuario, repleto de uniformes y disfraces.
Declamador de oficio, cantante de coplas llaneras y rancheras mexicanas, podía bailar joropo con destreza y se atrevió hacerlo con el rap. Nunca supo lo que era tener sentido del ridículo y mantuvo a la mayoría de la población, ávida de emociones fuertes, encantada con sus ocurrencias que dieron cuenta de su extraordinaria versatilidad para robarse el show. Podía estamparle besos a las viejitas en las giras al interior o a las garotas de una escuela de samba en un viaje a Brasil, que resultaron ser travestis. En su retórica inflamada, había un afán de aniquilar con voracidad verbal a los supuestos enemigos y practicó como ninguno el arte de la ventriloquia bolivariana.
Sus habilidades histriónicas lo convirtieron en amo y señor. Además, como estrella frustrada de las grandes ligas, obligo al país a presenciar su vocación por el beisbol en las caimaneras escenificadas en el estadio que mando a construir en Fuerte Tiuna. Con ese etilo único e inconfundible todo en Venezuela lo volvió vertiginoso y deslumbrante. Si algo no fue, fue ser aburrido. Nicolás Maduro, como se sabe, es todo lo contrario y por más que se esfuerza, se someta a rigurosos laboratorios de imagen en Cuba o en La Orchila, no podrá nunca calzarle los talones al difunto, no tiene con qué. El carisma es algo que no se compra en botica.
En el chavismo hay gente que resiente esa falta de liderazgo, por eso, una vez ganada la batalla por la sucesión y en medio de la agonía del Comandante Supremo –antes de la fecha de la muerte oficial–, Maduro, en un acto de solidaridad con el enfermo terminal, que le sirvió de lanzamiento a su candidatura, tuvo que cubrir sus grietas políticas y personales, indigencia intelectual e incompetencia para el cargo, con el método fácil de la farandulización. Los artistas y personajes mediáticos que lo acompañan en un momento en que el poder hay que aprovecharlo “ahora o nunca”, sirven para dar colorido a un listado de cargos municipales colocado suficientemente bajo y reemplazar a politiqueros y dirigentes que solo merecen la repulsa.
El dos veces tránsfuga, William Ojeda, no debe ser un caso aislado, su aspiración a la municipalidad de Sucre se vio nuevamente frustrada por la designación del ex grande liga, convertido en cantante, Antonio “el Potro” Álvarez, a quien Maduro ya había premiado con un cargo en Seguridad del Seniat. Canciones del Potro Álvarez en vez de propuestas es un acto impúdico para una municipalidad castigada por la pésima prestación de los servicios públicos, agobiada por la inseguridad y los altos índices de criminalidad. Tiene mucho de esperpento y algo de tomadura de pelo la estructura de esta campaña electoral diseñada en el oficialismo. Se trata de un desprecio por los ciudadanos que no se conforman con tragarse un preparado tan nocivo o letal. La política en una democracia auténticamente representativa se hace todos los días y no tres meses antes de las elecciones. A los ciudadanos se les debe escuchar de cotidiano y no en el último momento.
Al animador Winston Vallenilla, postulado para la municipalidad Baruta, nunca se le conoció vocación de servicio público. Ni La Guerra de los Sexos, ni la Lotería del Kino podrán influir en el ánimo de los ciudadanos a la hora de decidir a quién otorgan su apoyo. Por más que se empeñen la gente estará negada a votar por todo este disparate, ni por una canción más ni porque le griten ¡Familiaaa!
Por: MARIANELLA SALAZAR
msalazar@cantv.net
@AliasMalula
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