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Thursday, November 21, 2024
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Alvarez Guedes: A chiste limpio



Carátulas de discos grabados por Alvarez Guedes. Cortesía / Familia Alvarez Guedes.
Carátulas de discos grabados por Alvarez Guedes. Cortesía / Familia Alvarez Guedes.

Guillermo, el cubanazo
que patentizó el ¡Ño!

 

A sus 86 años, se burlaba de sí mismo.

En una ocasión me dijo: “Los cubanos somos una raza aparte, somos del carajo, sinceros, amables, inventamos mentiras cuando hacen falta, pero queremos que todo el mundo haga lo que nosotros. Somos grandes dictadores”. ¿Entonces Fidel es cubano?, le pregunté. “Fidel es un hijo de puta”, sentenció.

En esa oportunidad yo visitaba al artista en su estudio, que estaba atiborrado de libros, discos, caricaturas, fotos y más fotos bañadas por la luz intensa que venía del jardín magnífico que amenazaba tragarse la casa. “Esos árboles los sembré yo”, decía, para burlarse del hombro que ya comenzaba a dolerle.

Extrañaba su programa radial diario, Aquí está Alvarez Guedes, y a sus oyentes que lo adoraban. Por años se desayunó frente al micrófono. En las paredes: trofeos, condecoraciones, su caricatura por David, fotos con Rosita Fornés, con Germán Pinelli, con el presidente de Estados Unidos. Ante la foto de Rita Montaner, con su picardía de mulata china, le pregunté: ¿Es verdad que era una mujer difícil?

“¡Era terrible! El programa de TV Rita y Willy estuvo sólo un año y medio en el aire. Estábamos haciendo El Solar en el Teatro Martí, y Rita me dijo una morcilla [texto fuera de libreto]. Yo le respondí y el público se puso a mi favor. Rita protestó que a mí no se me podía decir morcillas, yo le dije: ‘Sí, pero yo las contesto más rápido que tú… y ella explotó: ‘Si te molesta, no trabajamos más en teatro’, y le respondí: ‘Si quieres no trabajamos más en teatro, ni en radio, ni en la televisión, porque yo no te necesito’ ”.

Ni falta que le hacía Montaner, llamada La Única. Alvarez Guedes, el guajiro del pueblo de Unión de Reyes (en la provincia de Matanzas), uno de siete hijos de Conrado Simeón y Rosa (Eloísa, Félix Ramón, Roberto, Conrado, Hilda, Guillermo y Rafael), ya había estelarizado Casino de la alegría, Jueves de Partagás y, como empresario, estaba al frente de la disquera Gema, que tenía en su catálogo a Rolando Laserie, Celeste Mendoza, Fernando Alvarez y Elena Burke.

Por la música comenzó su carrera. Se iluminaron sus ojos, cuando habló de esta pasión.

“Tenía 14 años cuando a la orquesta de Aniceto Díaz, creador del danzonete, se le enfermó el cantante. Me audicionó su pianista, nada menos que Dámaso Pérez Prado, que ya andaba con la locura del mambo; ahí empecé como profesional, después, Ernesto Duarte, me hizo una prueba y la pasé. Canté con su orquesta una temporada completa en el Casino Nacional. Pero, yo siempre quise ser cómico, y con 22 años, comencé en la radio”, contó.

Eloísa, su hermana –actriz de extraordinaria comicidad– lo alentaría. “Trabajé con Garrido y Piñero, con Leopoldo Fernández, con Alicia Rico, y no solo hice papeles humorísticos, el director radial Alzugaray me llamó para hacer un tipo malo que le quitaba el dinero a su madre y, unos meses más tarde, Francisco Vergara me escribió el [personaje del] borracho para el programa Casino de la Alegría, que fue un contagio en toda Cuba”.

¿Y cómo surgió tu disquera Gema?

“Hacía Rita y Willie, cuando se me apareció Ernesto Duarte en casa, y le pregunté: ‘¿No has oído a un negrito que canta en el bar del Sans Souci?’ Sí, claro –me respondió– ese es Rolando Laserie, y yo venía a verte para proponerte formar una disquera, grabar a Laserie y lanzarlo. El nombre Gema se le ocurrió a mi hermano Rafael. El primer número lo grabé yo, un guaguancó, en el año 1954. Pero el primer larga duración se lo grabamos a Elena Burke con arreglos de Rafael Somavilla y Adolfo Guzmán, con músicos de la Filarmónica. Nos costó lo que no podíamos gastar, perdimos dinero. A otra que lanzamos fue a Celeste Mendoza. Duarte le hizo un arreglo guapachoso de la ranchera Echame a mí la culpa, y eso sí fue un palo.

“Y claro, seguíamos grabando a Laserie: con Esta noche me emborracho fue del carajo. Al villaclareño le era imposible pronunciar como los argentinos: Sola, fané y descangayada, la vi una madrugada salir del cabaret… y oye la que se formó, cuando yo lo metí en el Cabaret Regalías. Era la primera que vez que trasmitíamos del estudio 19 del [edificio] Focsa, y desde arriba, de los camerinos, escuché dos veces la introducción de la orquesta y que Laserie no entraba a cantar. ¡Se le había olvidado la letra! Bajé como un cohete, me arrastré por el piso, y desde ahí, comencé a apuntarle: ‘flaca, dos cuartas de cogote y una percha en el escote, bajo la nuez…”

La época de Gema está llena de anécdotas, continuó Alvarez Guedes. “Elena Burke grababa de una sola toma. Fernando Álvarez era desafinado. Otra que desafinaba era la Lupe. A René Hernández, que le hacía los arreglos, le dije un día, ‘René, la Lupe desafina como una condenada’, él se rió y, con pena, me dijo: ‘Un poquito, un poquito’.

“Gema fue la primera disquera cubana que grabó una descarga. Coincidió con la llegada a La Habana de Chico O’Farrill. Entre los músicos estaba Richard Egües, el flautista de la Aragón. Cada músico tocaba un solo de ocho compases, cuando le tocó a Richard, O’ Farrill interrumpió en alta voz: ‘¡Coño qué animal! ¡Nunca había oído tocar tan bien la flauta en toda mi vida!’ A finales de los años 1950, La Habana era mucha Habana. Pero en 1959, Carlos Puebla advirtió con su guaracha ‘Llegó el comandante y mandó a parar’, y la ciudad se fue apagando como los gorriones con la lluvia. Los estudios de grabaciones fueron nacionalizados, las vitrolas dejaron de sonar, los más famosos cantantes agarraron el avión, las disqueras una a una, Puchito, Kubaney, Gema… abandonaron el país”.

El 23 de octubre de 1960, en el mismo avión que Celia Cruz, Guillermo Álvarez Guedes abandonó Cuba, probaría suerte con su disquera Gema en Nueva York (donde ya había vivido de joven fregando platos). Aunque produjo la primera grabación del Gran Combo, no pudo competir con la RCA y la Columbia.

En 1973 presentó, en Madrid, su primer disco de chistes (grabaría 32 álbumes). En 1980 compró su terrenito en Miami, en el entonces lejísimo Kendall, y sembró las posturas de los árboles que cobijaron su estudio, su cueva, donde por años se resguardó de la fama, leyendo sin parar de filosofía, de política, haciendo anotaciones en las páginas de sus libros. De ahí que, en una de mis ocasionales visitas a su escondite, le preguntara: ¿Ves un repunte de la derecha latinoamericana? “Oye, el término a la derecha no se debe usar –me respondio–, adonde van los pueblos es a la realidad, a la libertad, a la verdad”.

¿Y el término izquierda?

“Sustitúyelo por comemierdas”, dijo.

Los chistes de Guillermo, su lenguaje, su gestualidad, sus malas palabras, se han convertido en un símbolo de cómo hablan los cubanos, pero cuando le dije que algunos intelectuales lo calificaban de vulgar, saltó como un siquitraque.

“Los incultos, los sanacos y los hipócritas han estado siempre en contra de lo que ellos llaman las malas palabras. ¡Qué bobería! Mi libro Malas palabras, buenas palabras y otras palabras responde a esos señores”, respondió.

Cada jueves, Guillermo, con sus íntimos, almorzaba, en Miami, no en un restaurante elegante, sino en una cafetería barata, junto a la línea de un tren que no pasaba nunca. Hablaban de Cuba, discutiendo, claro, como buenos cubanazos. Una de las últimas veces me invitaron. Y aproveché para preguntarle: ¿Podrías definir el exilio cubano?

“¡No! Porque es muy heterogéneo –categorizó– A los que vinimos primero nos califican de intransigentes. Nosotros bailábamos son, los que llegan ahora bailan timba o reguetón. Lo que sí es cierto es que nunca nos han podido involucrar con lo que aquí llaman hispanos, porque seguimos siendo cubanos.”

¿Crees que los cubanos recién llegados se rían con tus chistes? Le pregunté apenas el pasado año.

“Cinco generaciones han reído con Chaplin y el Gordo y el Flaco –me emplazó– Sólo hay humor bueno y malo. Si no logro hacer reír a los jóvenes con mis chistes, es que los chistes son malos”.

Para qué diablos le pregunté esto, cuando yo sabía que en la isla jóvenes y viejos se pasaban de mano en mano sus grabaciones.

La última vez que almorcé con Álvarez Guedes en la cafetería El Crucero, le reproché que un hombre que había hecho reír a tantísima gente, que había filmado 14 películas, escrito una docena de libros, y repletado el Carnegie Hall y el Avery Fisher Hall del Lincoln Center, en Nueva York, con solo un bombillo sobre su cabeza, no escribiera sus memorias. Me respondió que si algún día se decidiera a escribirlas, sería cuando fuera viejo. Pero nunca se puso viejo, a sus 86 años, se burlaba de sí mismo.

“Puede que tenga mataduras, que me pesen las rodillas, pero me siento mentalmente joven. ¡Estoy listo para hacer reír!”, afirmaba.


Por: Armando López
Especial/El Nuevo Herald
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Domingo, 08.04.13