“Maduro se robó las elecciónes,
sin duda se las robó…”
■ La dictadura venezolana sólo caerá si los líderes de la oposición democrática se atreven a desafiarla en las calles.
■ De momento la oposición venezolana ha decidido no protestar en las calles. Esa es una victoria moral de la dictadura.
Sólo hay dos maneras de demostrarle a la dictadura que la oposición es más fuerte: en las calles y en las urnas. El problema es que en las urnas el árbitro hace trampa. Ha hecho trampa en las presidenciales de este año y en las del año pasado y con seguridad hará trampa en las municipales de este año y en las legislativas de 2015 y en el eventual revocatorio que la oposición piensa plantear a mitad de los tres años ilegítimos de Maduro.
Es una ingenuidad suponer que la dictadura dejará de hacer trampas electorales y entregará el poder a la oposición. Quienes gobiernan Venezuela no creen en la democracia, creen en el modelo cubano. La democracia es una fachada, una simulación para engañar a los incautos.
Por eso sólo queda el camino de demostrarle a la dictadura que los demócratas venezolanos son amplia mayoría protestando pacíficamente en las calles. Si la oposición se repliega y le entrega las calles a la dictadura, y se somete mansamente al matadero de unas elecciones amañadas cada tanto, lo más probable es que la dictadura encontrará la manera de preservar el poder.
Chávez, por supuesto, ya era un dictador el año pasado cuando, ignorando la gravedad de su enfermedad, postuló tramposamente a un nuevo mandato de seis años, que la Constitución que mandó a escribir le prohibía. Capriles perdió, la elección fue un fraude, está demostrado que las elecciones en Venezuela son un fraude desde el revocatorio del 2004 (incluyendo los referéndums de 2007 y 2009), pero luego cometió el error de convalidar moralmente la elección amañada del dictador, felicitarlo en público y resignarse a que Chávez mandase en Venezuela mientras siguiera vivo.
De no haber sido por el cáncer, Chávez seguiría siendo dictador por seis años más como mínimo.
Maduro es, desde luego, un dictador educado por Chávez y los cubanos. No lo ha elegido el pueblo, lo designó Chávez. La elección del 14 de abril fue un fraude descarado, como bien saben los líderes de la oposición. Hicieron votar por Maduro a miles de muertos inscritos en el padrón, a ciudadanos que podían votar varias veces, a miles de chinos que llevaron con cédulas de identidad sólo para votar, a decenas de miles de cubanos inscritos para ese fin en el infladísimo registro electoral y a muchos empleados públicos vigilados por algún matón de la dictadura que los conminó a votar por Maduro, a riesgo de que los despidieran. A Maduro le asignaron en el tramposo conteo oficial 7,5 millones de votos más o menos: todos los estudios serios del fraude venezolano calculan que 500.000, o más, fueron emitidos, en una gigantesca conspiración contra la voluntad popular, por los muertos, los que votaban cinco y seis veces, los chinos, los cubanos y los venezolanos vigilados y amenazados por la mirada de un matón a sus espaldas.
Si Maduro se robó la elección como sin duda se la robó, y si es un dictador neocomunista subordinado a la dictadura de La Habana, y si el CNE venezolano se negó a auditar las elecciones porque sabía que no podía verificar los siete millones y medio de votos de Maduro, entonces los líderes de la oposición democrática están en el derecho, y sobre todo en el deber, de protestar en las calles, y no sólo en Twitter, exigiendo que se restaure el imperio de la ley y se respete la voluntad pisoteada de la mayoría.
Fue un error suspender la marcha de protesta convocada por Capriles días después del fraude. Y es un error que, pasados casi tres meses desde entonces, los principales líderes de la oposición democrática venezolana se nieguen a salir a las calles a exigir que les devuelvan los que les han robado, por temor a que esas manifestaciones pacíficas sean infiltradas por agentes de la dictadura que tendrían la misión de sembrar el caos, promover la violencia y provocar muertes que luego serían atribuidas a los líderes de la protesta.
Ciertamente, el riesgo de que una gran marcha pacífica de protesta en Caracas, capitaneada por Capriles, termine en actos de violencia es alto. Pero esa es una trampa tendida por la dictadura: las calles son del pueblo que exige libertad, no de los matones y vándalos a sueldo que, copiando el modelo cubano, quieren meter miedo a los ciudadanos de bien que se rehúsan a ser marionetas de un régimen de entraña dictatorial. Hay que traspasar ese temor, plantarle cara a la dictadura y desafiarla en las calles, hasta que la resistencia popular sea tan vigorosa que obligue al mando militar a deponer al régimen de facto y convocar a unas elecciones limpias con un árbitro confiable.
Desalojar del poder a la camarilla mafiosa que gobierna Venezuela para convocar de inmediato a unas elecciones limpias no sería en modo alguno un golpe, sería el primer paso para remover a los golpistas y restaurar la democracia. Hay ciertas dictaduras malvadas que sólo caen si la fuerza que las combate es superior a ellas. Es preciso usar la fuerza en nombre de un bien superior. Esa fuerza tiene que provenir de la indignación popular y, luego, de la lealtad del mando militar a la Constitución tantas veces vulnerada. Sólo las airadas protestas callejeras harán temblar y caer a Maduro y sus apandillados. La estrategia de no protestar en las calles es un error porque presupone que tarde o temprano la oposición ganará el poder en las urnas, olvidando que la dictadura se las ingeniará para, con la ayuda perversa de la inteligencia cubana, burlar las elecciones una y otra vez.
La oposición democrática venezolana tendrá que salir a las calles a reclamar que los cubanos infiltrados y los súbditos de la dictadura cubana como Maduro y Cabello les devuelvan el país que les han robado. Eso debería ocurrir ahora, y no en unos años, cuando les hagan trampa de nuevo y los conminen a quedarse en sus casas, aceptando de mala gana el fraude por miedo a que les den una paliza si salen a protestar.
Por: Jaime Bayly
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Julio 12, 2013
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