“El camarada cucuteño, y
su familia colombiana“
Es evidente que el difunto Presidente Chávez no sabía que Nicolás Maduro es colombiano. Simplemente supuso que el hombre era venezolano y es que nadie anda por esos caminos de Dios pidiendo la partida de nacimiento a cualquier “guelefrito”, cuando su cédula dice que es venezolano.
De repente, los venezolanos nacionalizados deberían tener una cédula diferente, sobre todo los colombianos que se parecen tanto a nosotros. Un peruano nacionalizado presenta su cédula y uno detecta que es peruano al verle la cara; igual sucede con un argentino, un alemán, un español, pero un colombiano pasa agachado y eso pasó con el cucuteño. Obviamente al nacionalizarse venezolano cualquier ciudadano adquiere todos los derechos y deberes de un autóctono, pero nunca la posibilidad de llegar a ser presidente como lo pauta la Constitución Nacional.
De allí en adelante, todo fue una cadena de desviaciones repetidas y mentiras contadas tantas veces por parte del hermano colombiano Maduro, que todo el mundo se lo creyó, incluso él mismo: eso es algo que institucionalizó la inteligencia alemana desde la segunda guerra mundial y todo el mundo lo sabe, es decir repetir la mentira hasta que se convierta en verdad, ¿Listo?
Pero el camarada cucuteño, su familia y hasta sus parientes en el hermano país saben perfectamente que el primer presidente colombiano que manda en Venezuela, nació en Cúcuta, eso es algo tan grande como la puerta de una iglesia. Entonces ¿Quién tiene la culpa? En este caso, la culpa no es de “María la bollera” como dice la letra de la gaita zuliana.
Inicialmente da pena ajena que se descubra una verdad tan fea del primer magistrado. No se le puede echar la culpa a la presidenta del CNE por no darse cuenta del chanchullo. Esa señora anduvo en un mundo de mucha presión, obedeciendo la orden del difunto para que “el cucuteño” asumiera la representación de la
revolución en el inminente proceso electoral que se avecinaba. No le prestaron la menor importancia a verificar dónde había nacido el candidato, que previamente fue vicepresidente, canciller, diputado e hizo vida dentro del MVR y el PSUV en sus campañas proselitistas, jugándose todo o nada para optar al gobierno: todo se manejó a dedo limpio, sin andar revisando currículo, documentos y referencias-dice uno-.
Tampoco la “primera combatiente” de la revolución, que era la mujer del candidato y ahora primera dama, sabía que su marido era cucuteño, de lo contrario su moral revolucionaria hubiese denunciado el asunto para evitar ratos amargos –dice uno-.
Ahora, si el difunto presidente hubiese descubierto que se había equivocado en semejante decisión, estoy seguro que durante una madrugada de reflexión, se hubiese dirigido al país para enmendar la torta y reconocer la evidente mentira ante la historia: Eso es lo que se espera de todos los Poderes y del mismo cucuteño, quien debería ahorrar pasos traumáticos y presentar su dimisión-dice uno-.
Hasta el momento, vivimos en la tragedia de la violación permanente de la Constitución y cada vez que le miremos la cara al presidente lo veremos como “el cucuteño”: -¡Si vale, Chávez no lo sabía! –dice uno-.
Por: Luis Alfredo Rapozo
Politica | Opinión
luisrapozo@yahoo.es
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