La indignación y la protesta social
facilitarán la victoria el 8-D
¿Resulta incompatible la lucha frontal contra el régimen para superar la gran crisis nacional y al mismo tiempo prepararse para participar en las elecciones municipales de diciembre? Me parece oportuno hacer esta pregunta, porque los venezolanos de la oposición nos hemos acostumbrado a jugar a la política en un solo tablero a la vez.
En este caso, negar por completo lo que no sea enfrentar a lo muy macho la crisis que agobia al país, o asumir las próximas elecciones municipales como si en ello nos fuera la vida.
Desde los tiempos del referéndum revocatorio, el dilema permanente ha marcado los pasos de la oposición. Siempre esto o aquello, nunca la acción simultánea en todos los frentes, esto y también aquello, que es lo que en verdad define el carácter avasallante del chavismo. Con el argumento, en esta ocasión, de que los resultados electorales de abril, sumados a la debilidad de Nicolás Maduro por la duda persistente sobre su legitimidad como presidente y por su falta de liderazgo para darle al chavismo lo que Hugo Chávez llamaba patria, es decir, por su incapacidad para elaborar esa retórica envolvente de los grandes jefes políticos, convierten estos comicios en una suerte de consulta plebiscitaria: el triunfo en diciembre le abriría las puertas, bien a la derrota definitiva del chavismo en un referéndum revocatorio dentro de nada, bien al fracaso sin remedio del régimen en las elecciones de 2019.
Para otros, en cambio, acudir a esas urnas es una pérdida de tiempo y un contrasentido. Si se ha denunciado con ardor la falta de transparencia del CNE, y si en la oposición existe la sólida convicción de que el Poder Electoral ha estado, está y seguirá estando al sumiso servicio del poder hegemónico de Miraflores, ¿qué rayos vamos a buscar en un nuevo episodio de ventajismo y triquiñuelas electorales, cuyo desenlace a favor del régimen es perfectamente previsible? Planteado en estos términos, el esfuerzo opositor por encontrarle una salida satisfactoria a la crisis en las urnas de diciembre, o rechazar de plano esta opción, es más de lo mismo. Sobre todo, porque tanto la tesis esgrimida por Henrique Capriles, como el razonamiento de quienes en el campo de la oposición la niegan tienen buena parte de razón. En definitiva, para abordar con seriedad la tarea de detener la marcha acelerada de Venezuela hacia la nada y tratar de conquistar una victoria electoral en diciembre como alternativa pacífica para imponerle la sensatez al disparate, son programas complementarios.
Por supuesto, ganar las elecciones municipales no tiene la trascendencia de derrotar al chavismo en una elección presidencial, objetivo táctico transformado por un sector miope de la oposición en objetivo estratégico, pero sería un durísimo golpe al inestable equilibrio actual del régimen. De cualquier modo, acosar al Gobierno en las urnas que sean y denunciar en cada rincón de Venezuela las múltiples insuficiencias de su gestión, insuficiencias que le arrebataron a Chávez centenares de miles de votos en octubre y que provocaron los resultados del 14 de abril, así no vivamos en democracia, significa profundizar las contradicciones internas del chavismo y arrebatarle cada día una porción importante de seguidores, crecientemente desengañados por fórmulas políticas y económicas rojas rojitas, cuyas consecuencias más concretas son la escasez de casi todo y la inflación.
Ahora bien, ¿basta esa visión electoral del problema para solucionarlo? Naturalmente que no, pero en la medida en que el crecimiento de la economía venezolana siga siendo el más bajo de la región y su tasa de inflación la más alta, la indignación y la protesta social facilitarán la victoria en diciembre y entre ambas irán creando condiciones para el desarrollo de otras alternativas políticas menos partidistas y más radicales, pero tan legítimas y democráticas como la participación electoral. Mucho más si el régimen, con absurda obstinación, insiste en negarle al país la posibilidad de un diálogo restaurador de la convivencia social.
Las alternativas de la oposición, tras 14 años de sufrir los estragos del poder autoritario del chavismo, son, sin duda, limitadas, pero no por ello resultan excluyentes.
De manera muy especial, si no nos dejamos dominar por criterios de dogmática intolerancia.
Durante las próximas semanas trataremos de dilucidar este espinoso tema. Por ahora, digamos que para llegar al final del oscuro túnel es preciso abrirnos paso por diversos caminos, pero todos a la vez. En definitiva, por distintos que parezcan, todos son un mismo y único tablero.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
Lunes 29 de Julio del 2013
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