“Queda mucho camino
por recorrer…”
En el principio fue la negación más radical. Por una parte, toda la oposición, absolutamente toda, era fascista. Por la otra, el gobierno surgido de la elección presidencial del 14 de abril era ilegítimo. Condicionamientos de la intolerancia más extrema, lóbrega oscuridad que nos obligaba a pensar en un diálogo entre el chavismo y los demás como una desmesura muy fuera de lugar.
Luego, de repente, fenómenos imprevistos comenzaron a sorprender el ánimo de los venezolanos. El primero fue el encuentro de Nicolás Maduro con los jefazos del grupo Polar, la más despreciable encarnación de la burguesía apátrida y traidora, según la versión oficial de la realidad. Entonces, ¿a santo de qué esas sonrisas, esos saludos cordiales, tantos acuerdos de colaboración a los sones del curioso anuncio formulado por el propio Maduro de “tú Mendoza a producir, nosotros a gobernar”, y hasta mesas de trabajo para facilitar la buena marcha de la empresa privada? Difícil de creer, pero cierto.
A partir de ese controversial instante comenzaron a sucederse gestos públicos y acercamientos que desde entonces alimentan la esperanza de que quizá la carta de la convivencia civilizada de las dos mitades ideológicamente irreconciliables en que se divide Venezuela tenía, tiene, una oportunidad de ser el as de una gran victoria nacional.
La única zona opaca del nuevo escenario era la sostenida exclusión del diálogo político de las discretas negociaciones encaminadas a remendar una situación que por la debilidad de Maduro como líder del proceso tras la desaparición de Hugo Chávez y el desorden absoluto de la economía y las finanzas públicas ponía al país al borde de una crisis de gobernabilidad total. Bajo estas circunstancias de peligro inminente, ni Maduro podía seguir exigiendo la rendición incondicional del otro medio país que no lo quería ni quiere como Presidente, ni Henrique Capriles y la MUD pueden continuar dogmáticamente aferrados a la exigencia maximalista de que Maduro reconozca la ilegitimidad de su gobierno. Las elecciones de 2019 quedan todavía muy lejos, y la prioridad de unos y otros es la misma: llegar a esa fecha sanos y salvos.
En el marco de estas circunstancias se produjo la primera visita del ministro Miguel Rodríguez Torres a la Conferencia Episcopal de Venezuela, en vísperas del viaje de Maduro al Vaticano. En esa ocasión debieron sentarse las bases de lo que comienza a ocurrir ahora. En primer lugar, el discurso del canciller Elías Jaua ante la Asamblea Nacional el pasado 5 de julio, cuando en un final que no se correspondía con el resto de su alocución, señaló que no toda la oposición era fascista, calificativo que reservó exclusivamente para Capriles y su partido Primero Justicia. Los otros partidos, a pesar de sus diversos orígenes ideológicos, Acción Democrática, Copei, el MAS, Causa R o Bandera Roja, no son fascistas y con ellos el Gobierno podría entenderse perfectamente si se apartaran de Capriles y de Primero Justicia.
Dos días más tarde, en entrevista con Roberto Giusti para El Universal, el ministro Ernesto Villegas fue más lejos aún en este esfuerzo por tenderle puentes a la oposición. Según el ministro de Información, el Gobierno está dispuesto a dialogar hasta con Capriles, pero siempre y cuando él acepte primero la legitimidad de la Presidencia Maduro. El capítulo siguiente fue la segunda visita de Rodríguez Torres a la CEV, durante la cual se trataron asuntos tan concretos, admitieron, como el diálogo Gobierno-oposición y el problema que significan los presos políticos.
La última jugada de esta primera y potencialmente decisiva ronda de acciones orientadas a destrancar el juego ocurrió el pasado jueves, cuando los tres gobernadores de oposición se reunieron con la CEV. Al terminar el encuentro, Capriles le dio a su vez un drástico vuelco a su posición, reiterada el lunes en respuesta a la oferta de Villegas, de que él no se sentaría a dialogar con Maduro hasta que éste finalmente admitiera su ilegitimidad como presidente. “Estoy le declaró a la prensa en la disposición de conversar con el Gobierno”. Incluso exhortó a la Iglesia a promover el diálogo, pero eso sí, advirtió, siempre y cuando el Gobierno no ponga condiciones previas. ¿Tampoco él? Comienza, pues, la semana bajo buenos auspicios. Queda mucho camino por recorrer, pero quizá la necesidad ha colocado finalmente a los protagonistas del drama nacional en situación de ponerse de acuerdo. O desaparecer. Nada mal para un verano que arranca bajo la sombra ominosa de una tercera devaluación en lo que va de año.