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Thursday, November 21, 2024
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CLAUDIO NAZOA: El ballet y yo



Marioneta de Trapo

*A Belén Lobo

 

Me he relacionado con el ballet un par de veces en mi vida. Comenzaré por la última, ya que durante seis años estuve casado con la bella y gran bailarina venezolana (QEPD) Eva Millán, quien murió muy joven.

Fue la época en la que trabajaba dando clases y haciendo funciones teatrales con un grupo de marionetas. Eva bailaba en el Teatro Teresa Carreño.

Quedé impresionado con su figura y talento e hice lo imposible por conocerla. Lo logré. Cuando por fin la vi, cuando la tuve cerca, no hallaba qué decirle, e inventé que estaba construyendo la marioneta de una bailarina y necesitaba asesoramiento.

Ella dijo que quería verla, pero yo no tenía nada que mostrar e hice lo que en ese momento debía hacer: mentir.

Raudo corrí a mi casa y comencé a tallar la figura. Durante tres días con sus noches, trabajé muy duro hasta que lo logré: esculpí su delicada y grácil silueta. Una costurera diseñó y coció un tutú, que es el vestidito armado que usan las bailarinas.

Desde que la conocí hasta que terminé, pasó una semana. Yo llamaba a Eva día de por medio y le decía que estaba muy ocupado, pero que pronto le llevaría la muñeca.

La marioneta quedó tan bonita que me envalentoné y me dije: “Si esta mujer no me hace caso con esto, tiro la toalla”. Metí mi bailarina en una maletica y quedé con Eva en vernos en el cafetín del Teatro Teresa Carreño. Estaba nervioso porque las bailarinas son como de otro mundo: esbeltas, refinadas, sifrinas, elegantes, disciplinadas como militares, lejanas, caminan rarísimo y, sobre todo, son superatletas.

No sé cómo hacen para soportar a diario los espantosos ejercicios que ellas llaman ensayos. Los bailarines pareciera que no tienen huesos, tan sólo músculos y alas.

Cuando terminó el ensayo, allí estaba yo con mi maletica; nervioso se la mostré y ella quedó impactada. La marioneta acababa de cubrir mi fealdad. Lo cierto es que por esos extraños fenómenos de la naturaleza femenina, aquello se convirtió en otra cosa.

Tiempo después, con Eva y la muñeca, montamos un pequeño espectáculo para poco público, en donde yo salía con la marioneta que luego tomaba vida con el cuerpo de Eva; todo acompañado con el concierto de Vivaldi para dos mandolinas y orquesta. Total, fui un perfecto partner, un gran bailarín de ballet clásico de dos muñecas.

Mi primera inclusión en tan difícil arte fue en 1953 cuando era miembro del Ballet Nena Coronil; allí tuve el honor de bailar junto al talento de Vicente Nebrada, Julián Pérez, Germán Flores, Milagros Socorro, Loly Viloria, Digna de Rivas, Argenis Martínez, Irma Contreras y la despampanante Belén Lobos, con quien interpreté el segundo acto de Giselle y el tercero de Bodas de Aurora.

Entre Belén y yo surgió una cosa que ahora llaman química, y aunque nunca le toqué un pelo, de vaina no me casé con ella, y no lo hice porque apareció un apuesto y culto joven nacido en la parroquia San Juan de Caracas, excelso e insigne bailador de guaracha y mambo, de nombre Rodolfo Izaguirre. Este hombre de impresionante labia y muchísimo dinero obsequiaba joyas y prometía villas y castillos a mi inocente prometida. Yo, humilde, sólo podía ofrecer mi insigne apellido y uno que otro pan de jamón.

Rodolfo arruinó mi carrera y mi vida cuando me arrebató a mi Belén. Juré venganza y hoy, denunciando públicamente al destructor de corazones, creo lograrlo. Ahora, sumido en el alcohol y en el despecho, sólo me queda pensar que el gran Boris Izaguirre, pudo haber sido mi hijo.

Por: Claudio Nazoa
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lunes, 8 Julio de 2013