“El informe IAEE enigmáticamente
silenciado por los medios..”
Dos hechos altamente significativos marcaron la semana pasada el incierto discurrir de la crisis venezolana. El primero, enigmáticamente silenciado por la mayoría de los medios de comunicación, ¡Viva la Hegemonía Comunicacional!, es el extenso informe del Instituto de Altos Estudios Europeos (IAEE) sobre las elecciones del 14 de abril. Se trata de un registro minucioso y perfectamente documentado de las numerosas irregularidades que en buena ley invalidan por completo esa votación. Según el editorial del viernes de El Nacional, la lectura de esta penosa crónica de entuertos “deja un sabor amargo y la certeza de que fuimos sometidos a una estafa electoral”.
El segundo es la incontenible marea de centenares de miles de ciudadanos indignados que desde hace dos semanas protestan cada noche en las calles de Río de Janeiro, Sao Pablo y otras muchas ciudades brasileñas contra el aumento en los precios del transporte público y el despilfarro de dineros públicos para financiar la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014. Hace una semana, el gobierno de Dilma Russeff se vio obligado a dar marcha atrás y ordenó cancelar los aumentos, pero las demostraciones de fuerza popular no cesaron. Todo lo contrario. Las del jueves fueron sencillamente impresionantes. Un ejemplo demasiado cercano para los venezolanos, que cada día se sienten más desesperados por el acoso agobiante de la inseguridad, la inflación, el desorden administrativo y la corrupción.
¿Qué puede hacer Nicolás Maduro para afrontar estas amargas realidades y salir airoso del empeño? En su análisis personal publicado en El País de Madrid sobre el contenido del informe del IAEE, su presidente, el catedrático español Gustavo Palomares Lerma, señala que “ha llegado el momento de una recomposición total en ese país (Venezuela) que tenga como fundamento un pacto político y social amplio en donde todas las fuerzas públicas tengan cabida. Este llamado es urgente plantearlo en este momento de emergencia nacional”.
Resulta muy difícil imaginarse al régimen aceptando la revisión de la sospechosa sentencia emitida por el CNE la noche del 14 de abril. En realidad, tampoco bastaría. La duda sobre el triunfo de Maduro en las urnas de hace un par de meses es el punto más relevante e inmediato de la actual crisis política, pero el problema nacional va mucho más allá. Sin duda, de haberle dado el CNE la victoria a Henrique Capriles, Venezuela se hallaría hoy igualmente en crisis por la confrontación sin remedio aparente entre las dos mitades de la sociedad. En un régimen medianamente democrático, para que un gobierno ejerza su mandato con normal autoridad, debe concurrir un mutuo entendimiento entre gobernantes y gobernados. Sólo así, reconociendo cada quien el derecho del otro de existir, es decir, de gobernar o ser gobernados en plena libertad, puede llegarse a ese gran acuerdo entre todos que llamamos democracia.
En términos muy concretos, la gobernabilidad dentro del marco de un sistema democrático se sostiene en la posibilidad de que quienes hoy son oposición, mañana puedan llegar a ser gobierno. Si esta opción desaparece, con ella muere el necesario entendimiento de los ciudadanos para garantizar la paz y el consenso social que desde los tiempos de Rousseau subrayan la ruta democrática de un país.
Desde esta perspectiva es que nuestra llamada crisis electoral adquiere notable trascendencia, pues, como afirma el profesor Palomares, “a tenor de los resultados discutidos y discutibles de las últimas elecciones”, sólo un programa consensuado para superar esa dificultad podría propiciar una “salida transicional a la inestabilidad política e institucional” que actualmente sufre Venezuela.
El otro punto a tener en cuenta es que, aunque ni el IAEE ni su presidente se refieren a las protestas brasileñas, no se precisa demasiada sagacidad para percibir que lo que hoy constituye una clara amenaza al equilibrio político y social de Brasil puede convertirse el día de mañana en un reto igualmente peligroso para el régimen chavista, tal como lo insinúan estos días el paro universitario y las protestas estudiantiles.
El centro neurálgico del debate que ya está planteado en el seno del chavismo es el agónico dilema de atrincherarse en las razones más radicales de la ideología a ultranza, o ser lo suficientemente pragmáticos para no morir en el intento de imponer la revolución, totalitarismo socialista incluido, a toda costa.
De este debate, y de sus consecuencias, nos ocuparemos el próximo lunes.