“Nicolás Maduro luce como un
dinosaurio trasnochado..”
No le había puesto fecha, pero estaba seguro que en algún momento del primer semestre del 2013, los líderes políticos más importantes de Colombía y Venezuela, Juan Manuel Santos y Henrique Capriles Radonski, se reencontrarían, poniendo fin al disenso que por dos años separó a los dos movimientos democráticos con más linaje de la región.
Pálpito acelerado por los sorprendentes acontecimientos que tuvieron lugar en Venezuela en los cuatro primeros meses de este año, con la esperada muerte de Chávez el 5 de marzo, de un lado, y del otro, la derrota de su sucesor, Nicolás Maduro, en las elecciones presidenciales del 14 de abril.
Y cuando hablo de la derrota de Maduro, no solo me refiero a los resultados que, según Capriles, le dieron la victoria con una ventaja de 400 mil votos, sino también a los del CNE, que establecieron que Maduro ganó, pero con apenas 200 mil votos de diferencia.
Cifras que, en cualquier circunstancia, y ya fueran válidas unas, o las otras, decidieron que Maduro es un presidente ilegítimo e inconstitucional, o con una base tan frágil que en cualquier momento se lo llevarán las encrespadas olas de la ultrapolarizada política nacional.
En otras palabras, que sonada la hora para que el liderazgo político colombiano, y muy en especial el gobierno del presidente, Juan Manuel Santos, se replantearan el problema venezolano, lo situaran en la perspectiva inmediata de un cambio de régimen o modelo, y se acercaran al líder que sienten con las mayores probabilidades de asumir la conducción del país.
Ese no es otro que Henrique Capriles Radonski, el hombre que irrumpió como la segunda gran figura política nacional en las elecciones presidenciales del 7 de octubre, y como la primera en las del 14 abril y ya es un líder continental imposible de poner de lado si se quieren poner los intereses de Colombia y Venezuela sobre cimientos que les aseguren confianza y perdurabilidad.
Y con él que Santos se encuentra por la cultura democrática y la vecindad e historia común que comparten, más cerca que de cualquier otro líder latinoamericano, y, desde luego, en conjunto, tanto él, como Capriles, sin ninguna clase de identidad con tipos de la clase de Chávez y Maduro.
Pero de los que Santos no pudo prescindir en los comienzos de su mandato, dadas las urgencias económicas y políticas que tenía en su agenda, como era el restablecimiento del comercio bilateral, y el inicio de las conversaciones de paz con las FARC y otros grupos subversivos.
Chávez tenía facultades para intervenir positivamente en la solución de ambos problemas, y fue por eso que Santos, mascando clavos, accedió a una reconciliación con su archienemigo y a pronunciar la frase que quedó para los asombros de la historia: “Chávez es mi nuevo mejor amigo”.
No era exactamente así, pero Santos tuvo que respaldar, o aparentar neutralidad, con las políticas del chavismo tardío en Venezuela y América Latina, donde ya en una fase residual, intentaron darle vida artificial a las políticas con las en los últimos 6 años se habían hecho notar en el continente.
Detalles y fechas que marcan el comienzo de una impopularidad aguda de Santos entre los demócratas de Venezuela y de los países de la región (Colombia incluida), la mayoría de cuyos líderes, con Álvaro Uribe a la cabeza, comenzaron a referirse a Santos como “un traidor” y agente de “Fidel Castro”, “Hugo Chávez” y de las “FARC”.
Todos, menos Capriles, quien siempre se refirió el tema con una sorprendente madurez, obviando sus aristas más espinosas, dando a entender que comprendía a Santos, que se trataba de políticas coyunturales y que no se demoraría el tiempo en que los demócratas colombianos y venezolanos, volvieran a reencontrarse.
En especial, Capriles, se mantuvo a distancia de los disensos entre Santos y Uribe (sin duda los dos líderes que campearán en las primeras 4 décadas del siglo XXI colombiano) y cuya presencia importa tanto para el logro de una relación fraterna y fructífera entre las naciones hijas de Bolívar.
Esos tiempos comienzan ahora, cuando Chávez y sus sucesores se integran vertiginosamente al hórrido pasado de Venezuela y de la región y Santos y Uribe traspasan sus diferencias a las elecciones presidenciales que se celebrarán el 15 de mayo del 2014.
Pero sobre todo, se abren paso porque las “urgencias” que motivaron la alianza coyuntural de Santos con el chavismo terminaron, pues, de una parte, Colombia diversificó sus mercados para la colocación de sus copiosos excedentes agrícolas, y de la otra, las negociaciones de paz con las FARC marchan por tan buen camino que ya los auspicios de terceros son innecesarios.
De modo que, la agenda entre los gobiernos de Colombia y Venezuela pasa a ser otra, no es tan dependiente de problemas puntuales que se resolvieron, o están en vías de resolverse y mira hacia la solución de problemas estratégicos que es más apropiado discutirlos con los líderes que vienen, que con los que se van.
Creo que uno muy importante tiene que ver con la presencia de Cuba en Venezuela, con la conversión del país de Bolívar, a todo efecto práctico, en una colonia de los hermanos Castro, o sus sucesores, lo que significaría el uso de las inmensas riquezas nacionales para perpetuar en la isla caribeña una dinastía que traspasaría el poder a los hijos de Fidel o Raúl (tipo Corea del Norte), y el uso del territorio venezolano para que militares y cuerpos de seguridad castristas boicoteen todos los intentos por consolidar las democracias en Norte, Centro y Suramérica.
Y que es una política, en la cual Colombia, ya sea gobernada por Santos o Uribe, no estaría sola, sino que encarnaría los intereses de la mayoría de los países que tendrían sus sistemas democráticos consolidados o en vías de consolidarse.
Y para ello, ningún interlocutor más válido, ni útil, que Henrique Capriles Radonski, un líder sintonizado plenamente con las tendencias políticas y económicas del siglo XXI, en cambio que Maduro luce como un dinosaurio que cree en fruslerías como las luchas entre izquierda y derecha, el enfrentamiento con el imperialismo yanqui y no con el chino, y la transformación de América latina en una base o estación de restauración del totalitarismo comunista, estalinista y castrista.
Hay, desde luego, otros temas vitales que discutir, como pueden ser los diferendos limítrofes, la seguridad fronteriza, y los problemas de integración que son permanentes, pero, desde luego, que la complementariedad entre las dos economías para que Colombia continúe creciendo y Venezuela recupere los 14 años perdidos, será el que en el futuro de corto y mediano plazos estará como prioridad en la agenda común.
Pero habría que regresar, igualmente, a la unión comercial de los países de la zona norte y andina de América del Sur, los que se agruparon hasta hace poco tiempo en la CAN, que fue destrozada por Chávez en el peor momento de sus delirios anticapitalistas, antiimperialistas y antinorteamericanos, para que el subimperialismo brasileño merodeara en la región por primera vez.
Como debe reimplementarse el corredor del Estado Zulia al Pacífico colombiano, para que nuestra inserción en los mercados asiáticos no sea una utopía, ni una forma de alardear de nuestra vocación antioccidental y antigringa, sino para que nos integremos a la Suramérica que, por derecho propio, no es solo parte de la civilización atlántica, sino de las que irrumpen en los subcontinentes de Asia.
De modo que, adiós Rusia, Bielorrusia, Irán, países con los que podemos tener las relaciones normales que se tienen con todos los países del mundo, pero no para que nos exporten chatarra con la cual no tenemos nada que hacer.
Y bienvenida una Suramérica norteña y andina en el marco de una reconstrucción de la CAN donde Colombia y Venezuela jueguen los roles fundamentales.
Misión que ya le cabe comenzar a Juan Manuel Santos con el líder venezolano cuyo “efecto” no ha podido resistir: Henrique Capriles Radonski.
Por: Manuel Malaver
Politica | Opinión
Domingo 22 de Junio del 2013