La influenza AH1N1 en medio
de una pasividad intolerable
Hace pocos ddías visité a mi querida comadre Petra María Guaruto en Uchire. La encontré acostada, prendida en fiebre, tosiendo constantemente y arrugando la cara cada vez que lo hacía por el dolor, tenía un malestar general, le dolía todo el cuerpo como si su marido le hubiese “entrado a palos” en una discusión marital y no quería comer. “Yo le dije que no la veía bien” y ella me dijo “que estaba muy engripada”.
“Comadre usted no parece tener una simple gripe-le dije-, porque sinceramente parece un cadáver”. Total apreciados lectores que le monté una cantaleta para que fuera al centro asistencial y procediera a solicitar oscultamiento de un “matasanos”. Entonces, yo mismo me ofrecí a llevarla al Hospital Tipo I.
Afortunadamente allí le dieron suero intravenoso para hidratarla y levantarla un poco, pero el matasanos le dijo que no tenía el antivirus para la influenza-o sea, para el AH1N1- y nos recomendó que la tuviéramos aislada, de reposo en casa, para que aguantara el chaparral y mandó a tener mucha higiene, para que no contaminara a más nadie. Yo le dije “-Caspita, ni por el carrizo, me la llevo a casa”, entonces me fui en un peregrinar a la capital del Estado para conseguir la vacuna y matar la culebra por la cabeza.
De esa manera, cargué con mi bacalao -es decir la comadre Petra María- y descubrimos que en Clarines no había ni agua; que en Píritu no creían que tenía la influenza y en Barcelona no había vacuna. Entonces, retornamos a Uchire y mi pobre comadre parecía que estaba más de allá, que de acá.
El sábado en la noche me tocaba regresar a Caracas, entonces le digo a la comadre que se viniera conmigo para buscar atención en Caracas, porque si es por Aristóbulo su destino se veía muy negro. Afortunadamente, la comadre accedió y me vine cargado a Caracas con los ahijados y la comadre, con el fin expreso de hacer algo por ella como si estuviésemos haciendo una misión de vida o muerte.
No crean apreciados amigos que la cosa fue fácil, porque en Caracas tampoco había la bendita vacuna. Afortunadamente el domingo-como por cosa de Dios-, me entero que los vecinos estaban dirigiéndose preventivamente a vacunarse en el Municipio Baruta en una especie de fiesta dominguera como el día de la votación y allí fue que logré vacunar a toda la familia. Fue un milagro, porque ya en Venezuela pasaban los 13 fallecidos –que se sepa- , y uno no sabe cuántos andaban en riesgo.
Después de este peregrinar, uno se queda pensando mientras saca cuentas y llega a la conclusión que todo el mundo debería ser vacunado en un gran operativo, como se hace en cualquier parte del mundo con cierta planificación sanitaria, que enfrenta la amenaza de un virus peligroso. De un virus que puede acabar con la vida de un inocente; de un descuidado, de un ser propenso más que otro a caer y arroparse con la muerte.
¿Qué se está haciendo para evitar la propagación de la influenza? -se pregunta uno, como esperando que los enfermos no esperen la muerte, en medio de una pasividad intolerable-.
Por: Luis Alfredo Rapozo
luisrapozo@yahoo.es
@luisrapozo
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