Maduro trata de recrear la ficción
china de un país y dos sistemas
Desde hace meses se ha puesto de moda hablar y escribir sobre la necesidad de entablar un diálogo entre el Gobierno y la oposición, según muchos, último y obligado empeño colectivo para evitar el colapso del país. No obstante, nadie ha explicado de qué diálogo hablamos, si en la actualidad su tema central es exclusivamente electoral y, en definitiva, si ese diálogo entre contrarios es posible porque Chávez ya no está presente. O si todos sólo estamos intentando ganar algo de tiempo a ver qué pasa mientras tanto.
La interpretación política que le dio Maduro a la urgencia de dialogar con el otro fue su encuentro “apolítico” con Lorenzo Mendoza. A pesar de ello, una sorpresa sin duda estimulante. Mucho más por la rápida instalación de mesas de trabajo en las que funcionarios públicos y productores privados deben tratar de encontrarle pronta solución a una serie de problemas concretos, desde el crecimiento desmesurado del déficit fiscal y la inflación, hasta el suministro de papel higiénico, sin interferencias políticas innecesarias. Ahora bien, ¿bastan estas someras aproximaciones sin contaminación política del gran capital y la revolución socialista para hacernos sentir optimistas sobre el porvenir de Venezuela? No olvidemos que la crisis nacional es política y que, en consecuencia, su superación requiere de un gran acuerdo político, pero no tocar el tema no significa descartar por completo las posibilidades que ofrecen estos encuentros, aunque en verdad no sean suficientes para devolverles el sueño a millones de ciudadanos acosados por la intolerancia política, la inseguridad y la escasez.
Peor aún, porque estos encuentros del Gobierno y los productores no aspiran a ser el principio de un largo camino con final feliz, sino la simple construcción de convenientes acuerdos corporativos entre el poder político y la burguesía nacional.
Recordemos. Tras el sobresalto histórico del 11 de abril, Venezuela se quedó sin aliento. Se inventó entonces un artefacto retórico llamado Mesa de Negociación y Acuerdos. En sus reuniones no se resolvió la crisis, pero se echaron las bases de lo que ha sido hasta ahora una suerte de modus vivendi para evitar la catástrofe. ¿Volveremos ahora a esas viejas andanzas, pero con la novedad de excluir de las conversaciones a los diversos factores políticos de la oposición? Por supuesto, en los últimos tiempos, el Gobierno repite hasta la saciedad que la revolución nada tiene que debatir con la oposición, ni siquiera en el escenario parlamentario, pues la oposición existente, por definición ideológica, es ultraderechista y contrarrevolucionaria. Sin embargo, la verdad es otra. Hasta el ascético diccionario de la Real Academia de la Lengua señala con absoluta claridad la diferencia entre “régimen”, es decir, el sistema político que regula la vida pública de una nación, y “gobierno”, que es el conjunto de personas encargadas de dirigir los asuntos de esa nación. En un régimen de democracia representativa, lo normal es que gobiernos distintos se sucedan dentro del marco de ese mismo régimen, tal como aconteció 8 veces durante los 40 años de cuarta república. A la izquierda beligerante de los años sesenta se le cerraron abruptamente las puertas del diálogo, porque su objetivo no era cambiar de gobierno sino de régimen. No volvieron a ser escuchados hasta que finalmente reconocieron su derrota y aceptaron jugar de acuerdo con las reglas de la reinante democracia representativa.
Con esta revolución ha pasado otro tanto. Llegó para quedarse, como pasa con todos los regímenes. Y cuando Chávez decía soñar con la existencia de un líder de la oposición con quien poder sentarse a dialogar y entenderse, se engañaba a sí mismo, porque dentro de su concepción totalitaria del poder esa figura era puro cuento. Quienes se oponían y se oponen a la revolución bolivariana no aspiran a cambiar de gobierno, sino de régimen, una pretensión inadmisible para quienes gobiernan, aunque se persiga por la vía pacífica de un proceso electoral.
Desde esta perspectiva, ver a Maduro rodeado de complacidos empresarios y hombres de negocio, ¿permite imaginarnos el fin del socialismo en Venezuela y la posibilidad de retornar al antiguo régimen, o sólo responde a la necesaria coincidencia de intereses materiales contrapuestos en un momento de circunstancias muy particulares? La verdad es que a lo sumo se trata de recrear la ficción china de un país y dos sistemas, siempre y cuando los acuerdos sean sólo económicos y comerciales, sin apertura política.
En esta especificidad del diálogo planteado se halla el meollo del asunto. La semana que viene trataremos de dilucidarlo.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
LUNES 23 DE MARZO DE 2013