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OFELIA AVELLA: Carta abierta a mi vecina Tibisay



tibisay lucena por santana

“Para verdades el tiempo,
para justicia, Dios…”

 

Cuando se dicen tantas mentiras públicamente, se hace necesario contrarrestar con verdades, también de modo público.

Hablo por mí y por mi familia, aunque lo vivido podrían narrarlo de la misma manera todos los vecinos que estuvimos presentes en su casa durante la noche del primer gran cacerolazo.

Primero narraré qué hicimos, pues nunca supimos si Ud. estaba allí; luego intentaré explicarle por qué caceroleamos.

Le explico. Justo a las ocho, las personas fueron saliendo de sus casas y edificios a cacerolear. Espontáneamente fuimos acercándonos a su casa, ciertamente. Muchos vinieron de otras calles cercanas. No sabría decirle cuántos éramos. ¿Qué hicimos? Caceroleamos muy duro, gritamos “reconteo”, “queremos a Venezuela y no a Cuba” y cantamos el himno nacional. Llevamos una bandera que guardamos desde hace más de 80 años en nuestra familia. Una bandera que tiene más historia que todos nosotros, incluyéndola a Ud. Es una bandera vieja, roída, usada: que conoce las luchas y desafíos de esta patria nuestra: tan nuestra como suya, pues Venezuela es de todos. Sus guardias son testigos de todo lo que digo, pues estuvieron allí, junto a nosotros, mostrándose respetuosos y amigables, inclusive. Seguramente ya habrán sido reprendidos por habernos dejado llegar tan lejos, pero es que no tuvieron que resguardar su vida nunca, pues nuestras armas fueron las ollas, la bandera, y la verdad, por supuesto. Quizás ya hurgaron en la intimidad de sus conciencias al revisarles sus celulares, para verificar si aparecía en ellos una foto de Capriles. Quizás ya cambiaron la estrategia, pues, pues vemos que cada día son más; quizás muchos de ellos ya no son venezolanos, para evitar así que dialoguemos y nos reconozcamos como hermanos.

Vemos, sin embargo, que los cacerolazos no paran y son, cada día que pasa, más fuertes y valientes. Así será cada día, pues mientras ustedes oprimen, a Capriles se le suma gente, pues con amenazas no se puede gobernar. Sus propios guardias, sin ir muy lejos, fueron los principales testigos de la mentira que supuso decir que pudimos asesinarla y robarla. No le haremos nada Sra. Tibisay. No somos asesinos ni ladrones. Sólo somos venezolanos que reclaman sus derechos libremente, pues esperamos vivir en un país democrático. Fuimos nosotros quienes nos sentimos robados, ignorados, traicionados. Por eso fuimos a su casa. Sabe bien que nunca antes lo habíamos hecho. Si esta vez lo hicimos fue porque Ud. representa, quiéralo o no, una institución que debe ser imparcial. Cuando se es funcionario público, toda persona se expone a que el pueblo le reclame sus derechos, sobre todo si se le ha expoliado. Esto ha llegado a un límite y Venezuela ya lo sabe. Lo que quizás sucede es que ustedes no lo previeron así…

Esto, para más o menos explicar por qué estamos indignados.

Me atreví a decir a sus guardias que mientras más protección se necesitaba, más miedo se sentía. Y el que la debe la teme. Todos me escucharon y ninguno respondió. ¿Sabe por qué? Porque ellos saben que es verdad. Cada día, de hecho, son más, pero aunque toda Fuerte Tiuna rodee sus casas, no habrá paz en su interior, pues no somos nosotros -sino su conciencia- quien los asedia.

Le informo que más que querer atentar contra su vida, muchos de sus vecinos sólo han rezado por usted. Cosa muy distinta. Personalmente toqué el timbre de su casa hace un año para ofrecerle una imagen de la virgen que recorría el vecindario, pero me impidieron incluso explicar nuestra intención. No era una bomba. Era la imagen de la virgen. Y nuestra intención era rezar por la paz de Venezuela. Eso sucedió, curiosamente, justo un año antes de la gran marcha del 7 de abril en Caracas. Los caminos de Dios son extraños, pero así fue. Resulta que ahora, un año después de ese intento nuestro por acercarnos a Ud., los venezolanos tenemos un país distinto, en una situación crítica, y con otro panorama más que diferente, pues Venezuela quiere un cambio y quiere, ante todo, PAZ. A lo largo de este tiempo, muchos le hemos pedido a Dios, muy por el contrario de lo que piensan algunos, que la iluminase -a Ud. y a todos- para que obrara con rectitud, pero el gran riesgo nuestro es que somos libres. Y sólo libremente decidimos qué hacer.

Como nuestros actos, sin embargo, no son nunca aislados, nuestro obrar incide en otros. Así, pues, de nuestro obrar (incluyendo las omisiones) dependen miles, según el grado de responsabilidad de cada quien. Por eso no puede extrañarle que, pacíficamente, como evidenciaron sus guardias, reclamásemos indignados, pues quien representa un ente público debe asumir también, públicamente, las consecuencias de sus actos.

Cuando Pilatos dijo a Jesús que “él tenía el poder de soltarlo”, pidiéndole que se defendiera, Jesús le respondió sabiamente -como sólo puede hacerlo el Hijo de Dios-, que “no tendría poder alguno si no le hubiese sido conferido de lo alto”. Así, pues, como el tiempo de Dios es perfecto, el momento llegará. Y como he leído últimamente en muchos perfiles de teléfonos, concluyo diciendo: “para verdades el tiempo, para justicia, Dios”. Esto, sin embargo, no nos exime de la lucha. Antes bien, la fortalecerá.

*El origen de los cacerolazos:

Paula Abramovich escribe desde Santiago de Chile [Ver Cacerolazos: una protesta iniciada en Chile, América Latina, 18 de abril] que los “cacerolazos” tuvieron su origen en Chile en protestas contra la presidencia de Salvador Allende.

Pero en realidad dicho modo de protesta, empleado hoy en Venezuela contra la arrogancia del socialismo del siglo XXI, tuvo su origen en Brasil, en 1964, contra la presidencia procomunista de João “Jango” Goulart. A diferencia de lo que última, triste y quizá trágicamente sucede en Venezuela, las fuerzas armadas y las del orden brasileñas de hace 59 años apoyaron a los valientes de los cacerolazos. (Philip V. Riggio)


Por: OFELIA AVELLA
Ofeliavella@gmail.com
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EL UNIVERSAL
lunes 22 de abril de 2013