El oficialismo agrega “acusaciones” sobre
muertos y heridos sin investigaciónes…
Los sucesos del martes pasado son un alucinante compendio de las características esenciales propias del fascismo puro y duro, el de siempre.
Asombroso que se hayan juntado en tal cantidad en tan poco tiempo.
Primero, la mentira. Esa que si se repite mil veces se transforma en verdad (Goebbels). Pues bien, el gobierno de Maduro, o el de los titiriteros que lo mueven y que le hacen decir “no” cuando horas antes había dicho “sí”, al recuento de los votos por ejemplo, convirtió una muy razonable y pacífica protesta de millones de venezolanos que solicitaban probidad electoral en un golpe de Estado (sic), con militares presos, represión generalizada, prohibición del derecho inalienable a hacer una marcha que, según los nuevos jerarcas, no tendría otro objetivo que asesinar manifestantes para generar el caos y, no exageramos, la invasión imperial. A esto se agregan acusaciones sobre muertos y heridos que, sin investigación alguna, motivó hasta a nuestra “imparcial” Fiscal a acusar a la oposición de violentista y desestabilizadora, delincuente, pasible de innombrables castigos judiciales. A lo cual habría que añadir toda una sarta de declaraciones, de los más altos y diversos voceros, acusando de los más inverosímiles hechos y propósitos a unos ciudadanos que sólo pedían respeto a sus derechos electorales. Es un clásico y codificado esquema en que, verbigracia, los nazis fueron maestros. Los falsos crímenes de los judíos fueron el necesario preludio para su represión sin límites.
Luego la impúdica demostración del poder arbitrario, absoluto, particularmente necesario para un gobierno en marcada caída, literalmente descabezado, mermado flagrantemente su poder popular, con las calles en manos de un adversario crecido y osado.
En tal sentido la sesión de la Asamblea, cuya huella gráfica será la cara ensangrentada de William Dávila y donde se produjo uno de los más grotescos abusos de poder parlamentario que recordemos, realizado en el estilo malandro de su presidente, el negarle el derecho de palabra, ad infinitum, a los diputados que no hicieran el acto de fe público y degradante de aceptar incondicionalmente la legitimidad de la Presidencia de Maduro, todavía en espera de una solicitud de revisión legal. Verdadera grosería jurídica, atropello tropero y mafioso.
Al cual se suma la destitución sin razones de todos los presidentes opositores de comisiones legislativas. O las tres gratuitas cadenas de Maduro, herencia del padre, en pocas horas, para que el “electo” expresara en su estilo gangoso y repetitivo todo tipo de amenazas que llegaron a la privación del derecho de Capriles a ejercer mínimamente su gobernación hasta la amenaza de hacerlo objeto de medidas judiciales, hasta de cárcel. Para no hablar de las paranoicas y truculentas maldades, y sus respectivos feroces correctivos, que le atribuyó a la oposición, por supuesto teledirigidas por el Imperialismo de siempre, otra heredad del padre. El poder fascista, para ser tal, dominio absoluto de los líderes mayestáticos, debe demostrar su desprecio por las leyes y la opinión. Es el poder de la fuerza y la voluntad el que debe imponerse.
Y, como no tenemos espacio para acotar la proliferación de desafueros de esas veinticuatro horas históricas, registremos el más inequívoco de los síntomas fascistas, el uso sin caretas de las fuerzas paramilitares, los motociclistas armados y hamponiles, que tienen días haciendo de las suyas, sembrando el terror entre los disidentes que pretenden abogar por sus derechos. Una verdadera orgía de arbitrariedad y violencia que pareciera intentar cerrar la posibilidad de ese diálogo que las cifras electorales paritarias o la crisis económica y social requiere, y que por lo demás es el deseo de la inmensa mayoría de los venezolanos.
Por: Fernando Rodríguez
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