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CLAUDIO NAZOA: Adiós, amor



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“Porque el amor, es ciego..”

 

“Yo quiero un amor bonito que me llene de alegría… Yo quiero un amor bonito que me dé su corazón… un amor que me dé besos y no mortificación…”, así dice la letra de un tema musical que interpreta Gualberto Ibarreto. Esta canción es una realidad y está dedicada a un amor que se despide y no a uno que comienza.

Estoy trabajando con Tania Sarabia y Leonardo Padrón en una divertida comedia que tiene como tema el amor contado por una pareja mayor. Claro, escrita con humor. Allí describimos cómo es el amor desde que somos niños y cómo es cuando llegamos a viejos.

A pesar de ser una comedia, Tania y yo, después de los ensayos, hemos descubierto lo difícil que es eso de estar enamorado, porque el amor siempre viene acompañado de sensaciones que se juntan y se revuelven a la vez; además, son sentimientos humanos que están muy cerca y a veces chocan entre sí con terribles consecuencias.

Cuando hay amor de verdad, en una misma licuadora hacemos una merengada con muchos ingredientes: asombro, admiración, ternura, amistad, solidaridad, odio, desprendimiento, atracción, complementación, prudencia, imprudencia, celos, despecho, confianza, sexo, impotencia, frigidez, tentación, miedo, sosiego, riesgo, moralidad, inteligencia, timidez, fidelidad, infidelidad, osadía. Podríamos seguir… pero ¡ya! Estos ingredientes están unidos por pequeños hilitos de tela de araña, como un frágil rompecabezas armado sobre el piso de una lancha que flota en el mar y que, ante cualquier eventualidad, podría desarmarse.

Olvidé la ceguera, quizás uno de los ingredientes más importantes, porque el amor, ciertamente, es ciego; lo malo es que al final siempre recupera la vista.

El amor está en todas partes y aparece inesperadamente. Como el amor es ciego, no discrimina entre casados, solteros, divorciados o viudos; no lo encontramos, él nos encuentra, y sin darnos cuenta estamos inmersos en una relación que a veces se lleva por los cachos, literalmente, matrimonios o relaciones estables.

El amor puede hacer que un rico se enamore de una limosnera, una enana de un gigante, uno de un género con otro del mismo género, un hombre de un color con una mujer de otro color, una juez de un condenado. Todos, en un momento dado, somos una piecita del rompecabezas sobre el barco, y cualquier marea es capaz de desarmarnos y dejarnos fuera.

El rompecabezas puede seguir sin la piecita, pero ese huequito, seguramente, será ocupado por otra pieza que llegará, encajará y que lo unirá de nuevo.

A su vez, en alguna parte, existe otro rompecabezas con un espacio vacío, donde, seguramente, también podremos encajar, y así continuar el ciclo.

Difícil y triste es, de pronto, darse cuenta de que ya no asombramos ni causamos admiración, y peor, que ya ni nos quieren.

Difícil y triste es descubrir que todo lo que antes le gustaba a tu pareja son ahora defectos insoportables.

Difícil y triste es darse cuenta de que, por estar ciego, todo lo que creías del ser amado era falso.

De pronto, los dos se dan cuenta de que nunca debieron haberse juntado.

Aproveche el amor que siente hoy por su ser amado.

Deje que la pasión lo arrope, disfrute irresponsablemente lo que, pronto, a lo mejor, no tendrá después.

Déjese llevar por la irracionalidad del amor corriendo el riesgo, de parte y parte, de que todo sea mentira.

No se ponga triste, existe el amor eterno: el que tiene hoy; pero, por si acaso, si el amor se va, no olvide que en alguna parte, otro ciego lo estará esperando.


Por: Claudio Nazoa
Política | Opinión
EL NACIONAL
LUNES 1 de ABRIL, 2013