Todo cuenta desde “inversionistas”
hasta anillos y pulseras…
■ Luego de varias campañas para dejar sin oro y sin joyas a los cubanos, el régimen de La Habana ahora recurre a una fórmula más simple y antigua: la usura.
“Se restablece en Cuba la hipoteca sobre bienes patrimoniales en joyas, metales y piedras preciosas”, escribe en Cubanet el periodista independiente Reinaldo Emilio Cosano. La información agrega que también podrán obtenerse préstamos sobre tractores, camiones, ganado y cosechas.
De igual forma, las viviendas para descanso y solares yermos podrán ser hipotecados bajo este concepto que comienza a ponerse en práctica en la isla, para evitar utilizar palabras más directas: la vuelta del prestamista y las casas de empeño, uno de los tantos símbolos de la miseria y las dificultades económicas, que por décadas el gobierno cubano alardeó de haber eliminado.
En el caso de las joyas, el periodista independiente recuerda que con anterioridad se llevaron a cabo varias campañas, destinadas a que los cubanos las entregaran, ya sea mediante la compulsión social o a través de incentivos económicos.
“En la década de los sesenta, se recabó la donación gratuita y voluntaria de dinero, joyas y metales preciosos para –se dijo– comprar armas. En el decenio de 1980, se efectuó el canje a la población de sus alhajas y metales preciosos por bonos para comprar ropa y aparatos electrodomésticos, desaparecidos hacía mucho del mercado”, escribe Cosano.
Este nuevo ejemplo de marcha atrás, disfrazado de avance, vuelve a poner en evidencia que carece de sentido preguntarse si una figura como el recién nombrado primer vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel, será el Gorbachov que tanto reclaman algunos, tanto en el exilio como en la isla, cuando lo que vale la pena interrogarse es si éste u otro similar llegará a convertirse en un Putin caribeño.
Pensar en Cuba como una nación en que hay que cambiar, transformar o destruir el sistema socialista carece de sentido. Esta labor cobró fuerza con la llegada de Raúl Castro a la presidencia –aunque este afirme todo lo contrario– y tiene un inicio anterior, a partir de que el modelo en su versión soviética sólo fue adoptado por conveniencia de Fidel Castro, para mantenerse en el poder, y debido a la coyuntura internacional propicia de la guerra fría.
Si obtener un préstamo sobre propiedades es una práctica común no sólo en los países capitalistas, sino un medio común extendido por la geografía y la historia, su regreso de forma oficial a Cuba deja a las claras al menos dos cosas: parte de la existencia de una situación de penuria en un sector de la población, que se sitúa como principal cliente, y ejemplifica una concepción mercantilista, en la que el Estado se convierte en el único autorizado prestamista.
La transformación que lleva a cabo el Gobierno de Raúl Castro está muy cerca de una vuelta al capitalismo con cortapisas –en sus aspectos más superficiales y despiadados– y en nada interesado en el menor cambio en lo que respecta a las libertades ciudadanas.
Si algo se desprende de la realidad cubana y de los avances y retrocesos que han traído lo que la prensa extranjera llama “reformas” y la oficialista denomina “actualización”, es la existencia de un conjunto de medidas de supervivencia para navegar en el caos sin que se produzca un estallido social. Los hermanos Castro lo han logrado como si fueran los dueños absolutos del tiempo. No hay mérito en ello si se recuerda el ejemplo más de moda en estos momentos, Corea del Norte, pero la casta militar cubana ha dado muestras de desempeñar con efectividad un rol productivo y no limitarse al poderío parásito de los militares norcoreanos.
Un sistema similar al chino o al vietnamita, con las variantes tropicales al uso, es lo que debe estar en la mente en más de un tecnócrata o funcionario cubano. Sin embargo, el ideal de Raúl Castro no parece ser la puesta en práctica de ese modelo. Es posible que el resultado en que desemboque un poscastrismo sea algo más parecido a la Rusia actual que a China o Vietnam.
Como parte de ese ejercicio constante para mantenerse en el poder, el gobernante cubano no puede prescindir de las fuentes de riqueza –en un sentido general, sin entrar en detalles sobre la ruina económica que caracteriza al país– que genera todo Estado totalitario, donde poder político y económico se complementan.
Por ello el Estado ha ejercido siempre las más disímiles funciones, desde enviar un ejército a África hasta otorgar vales de compra de ventiladores y refrigeradores a cambio de joyas. En la época de Fidel Castro ese poder no sólo se concentraba sino se escenifica en su persona. Menos dramático e histriónico, su hermano menor ha optado por establecer una máquina que organice y retenga la obtención de ingresos por las vías más disímiles. Todo cuenta en este sentido: desde los grandes inversionistas extranjeros hasta anillos y pulseras.