Sartre: “Los muertos son presa,
alimento, de los vivos..”
Estamos en deuda con Juan David García Bacca, uno de esos grandes españoles que fue empujado por la Guerra Civil a tierras americanas. Estamos en deuda, y las nuevas generaciones no lo saben ni quieren saberlo. Tal vez, las viejas tampoco.
Al igual que Pedro Grases, García Bacca hizo que pensáramos con profundidad lo que somos y en ese sentido esos dos peninsulares, junto con muchos otros que vinieron a reparar los daños de la conquista, bien pueden haber sido más nuestros que los que se no se cansan de ufanarse de Bolívar, del petróleo y de nuestro revolucionario Destino Manifiesto.
Bacca –como lo llamaban algunos de sus discípulos– jugó con la certera frase de Sartre, arriba recogida. Lo hizo en forma que le viene bien a esta era de momificaciones, culto a la persona y creencia en la inmortalidad. Voy a citarlo para decirle adiós y seguir con nuestras cuitas de hoy.
“Y cuando ciertos vivos se empeñan en que alguno sea deificado y el así tratado no protesta airadamente disolviendo el coro de adulones y siervos del alma, es que ya está muerto”.
No es el momento de analizar el significado del presidente fallecido. No lo es cuando sus deudos políticos quieren inmortalizarlo para ser ellos –no él– quienes puedan disfrutar de un poder que jamás podrán alcanzar si se muestran como lo que son. No lo es cuando no ha pasado tiempo suficiente para que se serenen los espíritus.
Pero además está demostrado que contra su voluntad los “adulones” de Bacca pretendieron momificarlo y contra su deseo de recibir cristiana sepultura en su tierra, se atropellan para introducirlo a los trancazos en el Panteón. Si por Maduro fuera lo hubiera metido ahí –sudoroso y a presión– en plena campaña electoral. El vivo tiene hambre y está ansioso de alimentarse.
Hay algo un poco más confuso y delicado. Maduro sabe que si se presenta sin muletas será barrido sin remedio. Y si fuera presidente sin máscaras no podría con las consecuencias del paquetazo que dictó y el deterioro de la economía y la proliferación de las protestas sociales; aparte de la suspicacia de los leales al fallecido por sus esperados dislates. “Chávez nunca hubiera hecho esa barbaridad”, será el grito que se escapará del alma de los buenos chavistas.
Si venciera el 14 de abril –cosa que no debe ocurrir– como Faetón, el incompetente auriga hijo de Apolo, no podrá impedir el estallido de una situación inmanejable. Quizá sus únicos interlocutores serios, firmes, serían Capriles y la MUD. Bella ironía, pero también lógica: en su acera puede dominar el caos, pero en la opositora encontrará convicciones democráticas, ajenas a golpes y zancadillas. Una fuerza, eso sí, fiera enemiga de componendas y repartos del botín.
El drama es la máscara. Se apoya en lo esotérico, en la fantasía más hilarante. Si, como ha dicho, el Papa fue nombrado por obra del fallecido, quiere decir que todavía vive. No otro significado tiene la insistencia en su inmortalidad o la declaración oficiosa de que está dirigiendo la campaña de Maduro.
Aprovechándose de que el fallecido no puede protestar, se autonombra “hijo”, se viste como su “padre”, habla como él, y, más papista que el Papa, insulta como un borracho de oscuras tabernas. Tiene que hacerlo. Te comprendo, Maduro. Si con tu debilidad intrínseca se percibiera alguna forma de civilizada apertura tuya, ahí mismo te caería la furiosa jauría ladrando: ¡Yo lo dije, yo lo dije! ¡Sabía que tenía alma de desertor!
El debate electoral lo protagonizan, en una esquina, un ser de carne y hueso, que se expone sin falsas vestiduras, quiere debatir razones, juega limpio y dice la verdad; y en la otra un fantasma pródigo en cambios de piel, enemigo jurado de la verdad. De hecho, en relación con el fallecido, Maduro se ha hipostasiado, es decir: aquel es la esencia, el verdadero candidato, en tanto que el que aparece inscrito como tal en el CNE, no es más que un accidente.
Vengo de dictar una conferencia en la Universidad. Veo un graffiti: M M, que se propaga como verdolaga. Maduro Miente.
Mentiste, hermano, cuando repetías que te daba instrucciones y se reunía horas contigo. Mentiste cuando insistías en que el hombre seguía en el mando. Mentiste al acusar a Capriles de irrespetar al muerto, para meter en tu campaña a unas hijas adoloridas a las que todos estamos moralmente obligados a respetar, no a explotar. Mentiste al cargarle la responsabilidad de tu brutal devaluación a un hombre que, si amaras como dices, nunca lo tratarías así.
En 1956, en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, una vez conocido el descarnado informe del premier Jruschov sobre los horrendos crímenes de Stalin, los comunistas del mundo desterraron el culto a la personalidad. Nuestro Pompeyo, presente en ese Congreso, juró no endiosar a nadie nunca más y efectivamente los líderes de prestigio en la izquierda de entonces no fueron objeto de culto. Machado, Domingo Alberto, Faría, Sáez Mérida, Pompeyo, Moisés, Guillermo, Pérez Marcano, Teodoro y quien esto escribe, hubiéramos disuelto a azote vivo, con la venia de Bacca, “el coro de adulones y siervos del alma”.
Es la verdad, es la mentira, es la realidad, es el mito, es el pueblo que reclama derechos y la cumbre falaz que se los niega.
A eso queda reducido el 14 de abril.