“El chavismo será la religión
oficial de Venezuela…”
El último acto, por ahora, de la tragicomedia venezolana consiste en embalsamar a Hugo Chávez, al estilo del antiguo Egipto, gracias a lo cual se creía que el espíritu de sus faraones era y se preservaría inmortal per secula seculorum. Como aporte del kitsch latinoamericano, se anuncia que Chávez tendrá en sus manos la espada de Bolívar, con la que acaso podrá resucitar un día, para encabezar las grandes batallas contra los malvados enemigos imperialistas.
Es sabido que las momias se petrifican y las malas ideas se pulverizan. Los cadáveres embalsamados de Lenin, Ho Chi Min, Mao Tse Tung, Kim Il Sung y Stalin, que murió un 5 de marzo al igual que Chávez, tras una larga fabricación de la llamada “conspiración de los médicos”, escenifican el mejor ejemplo de esta verdad.
¿Qué progreso trajeron al mundo esos personajes tras ser momificados como simbólicos faraones de supuestos proyectos políticos revolucionarios, esperanzadores para el destino de la humanidad? ¿Cuál de los experimentos sociales que encabezaron perdura hoy?
Si los chavistas conocen la historia, ¿cuál es el propósito de exhibir, embalsamar, reverenciar y mitificar la memoria y el cadáver de Hugo Chávez? Más allá de cualquier sentimiento auténtico, y respetable, de admiración por el extinto presidente, que existe sin duda en una parte significativa del pueblo venezolano, lo que resulta evidente para cualquier observador objetivo es el afán manipulador de la cúpula chavista y de a su vez manipuladores castristas. ¿Por qué tanta prisa en edificar su mausoleo, algo que los soviéticos tardaron cinco años en decidir tras la muerte de Lenin en 1924? Uno de los rasgos más nocivos de las masas manipuladas es la fe ciega que engendra el fanatismo.
El iraní Mahmud Ahmadineyad nos ha dado una clave: Chávez era el Mesías. Y así lo quieren consagrar. Nicolás Maduro, ascendido a presidente de uno de los países más ricos de América Latina, necesita urgentemente de un escudo seudo ideológico. Falto de carisma propio, gris como muchos de los líderes gremiales cubanos, designados de dedo, acaba de recibir un paquete con el que no podrá a largo plazo. Ni aún ayudado por el espíritu momificado de Chávez, espada en mano.
Los chavistas pretenden fundar un nuevo mito, acaso una religión profana, que podría remontarse al Cristo del que Chávez moribundo dijo aferrarse hasta el último minuto. La fe en el Salvador, en el hombre que se sacrifica por la humanidad, tratada ahora como alegoría política, es el único recurso de la ahora huérfana cúpula chavista.
No hay ningún argumento para justificar el enorme deterioro de la economía venezolana. Se trata del país con mayor riqueza petrolera del mundo, que vivió uno de los períodos más beneficiosos para su exportación, pero cuyo gobierno dilapidó, regaló y comprometió absurdamente sus ingresos, bajo la égida de un irrealizable proyecto burdo del socialismo marxista, anacrónicamente fundado en el decimonónico de Carlos Marx.
¿Qué podemos esperar entonces?
Mi opinión: el chavismo será la religión oficial de Venezuela durante un período indeterminado. Tras la euforia fanática de estos días y meses, vendrá el choque con la dura realidad. El “Madurismo” será incapaz de resolver los más elementales problemas y reclamos de la sociedad. Chávez, como otros “héroes” y “próceres” de la región, quedará momificado, nadie o acaso muy pocos querrán ver la exhibición de las manos del Ché Guevara, y reconocerán que aquellos cuerpos desaparecidos o embalsamados no tuvieron ni tienen mensaje alguno.
El anacronismo chavista, bautizado como socialismo del siglo XXI, está condenado a morir, no sólo por cuestiones económicas, sino esencialmente por razones ideológicas. Porque, al fin y al cabo, las ideas sí existen, y no se pueden embalsamar. Ni en Moscú, Pyongyang, Banes o Sabaneta.
*Miguel Cossío, Director de noticias de América TV Canal 41.
Por: Miguel Cossío
Politica | Opinión
MUERTE PRESIDENCIAL
OPINIÓN | Sucesos
Lunes 11 de marzo de 2013