Tiempos de cambio
■ Venezuela es el país de las elecciones. No salimos de una. Y eso no quiere decir que el nuestro sea menos o más democrático que otros.
A veces las elecciones son el camino para salir de las crisis. Y, aunque en esta tierra los procesos electorales se han visto empañados por un descarado ventajismo oficial, eso es mejor que caerse a tiros o resolver las diferencias a punta de misiles, granadas y demás instrumentos de “diálogo”, como ocurre por otros lares.
El tufo electoral se hace más intenso, y no precisamente a comicios municipales. De no ser así el oficialista diario Correo del Orinoco no se habría tomado la molestia de publicar la semana pasada, a grandes titulares, la encuesta de Hinterlaces que le da una ventaja de catorce puntos al vicepresidente Nicolás Maduro sobre su hipotético rival Henrique Capriles Radonski, apodado por algunos en la oposición como “el terror de los vice”, porque ya ha hecho morder el polvo de la derrota a dos de ellos, Diosdado Cabello y Elías Jaua.
¿Con qué se come esa versión según la cual Hugo Chávez estará al mando del gobierno más temprano que tarde y el Correo del Orinoco abre con semejante titular? ¿Fue un lapsus o se trata de una deliberada manera de decir que ya arrancó la precampaña, o la campaña en sí y que el enfermo jefe del Estado no podrá reasumir sus funciones? ¿Fue una inocentada de la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú llamar a Maduro “presidente en funciones”? ¿Qué quiso decir cuando manifestó que ya el Presidente se comunicó con sus antepasados y ahora tiene que cumplir otro papel u otra misión? Más allá del misterio que rodea el tema de la enfermedad del mandatario venezolano, hasta en la propia base del chavismo ya empieza a asumirse como una posibilidad cada vez más real que Chávez no retorne a sus funciones, o que, incluso aún sobreviviendo, pase a desempeñar una función de líder sin cargo ejecutivo. Ello obliga a elecciones, obviamente, y para allá parece que vamos. La oposición está adoptando las medidas del caso para no ser tomada por sorpresa y por eso está en camino de resolver la escogencia tanto del candidato como de la estrategia para enfrentar a Maduro. No las tiene fácil. Sigue formalmente unida pero espiritualmente está sacudida por contradicciones tan difíciles de esconder como de superar.
Mientras más rápido sean esas elecciones menos chance tiene de ganar, pero no le queda más que asumir el reto.
El Gobierno, por su parte, insiste en atizar el fuego, promover la confrontación, acorralar a factores opositores.
Quiere meter en la cárcel a diputados de Primero Justicia, a Leopoldo López y, al parecer, a su madre. ¿Ese es el clima propicio para un proceso electoral sin Chávez de candidato? ¿Necesitan de la confrontación y de la persecución para cohesionar sus filas y darse ánimo ante una eventual ausencia del líder? ¿Son cosas de Maduro o de Diosdado? ¿De ambos? ¿O quieren llevar la situación a un terreno tan peligroso que justifique una solución no electoral a la sucesión? ¿Son conscientes de que pueden estimular un proceso de radicalización, de justificación de la violencia que luego pudiera tornarse incontrolable? ¿Están apostando a que tomen cuerpo en la oposición las corrientes que no quieren el juego electoral y que hoy son clara minoría? ¿Se sienten sobrados o están temerosos de que sin Chávez no resulte tan fácil ganar una elección? ¿Están tan unidos como dicen en público? Mientras tanto, el descontento recorre las bases del chavismo. Un descontento a veces silencioso, otras con pelos y señales, como en las páginas de Aporrea.org. Ahora intentan utilizar el testamento político del comandante presidente para impedir que candidaturas incómodas puedan surgir en las primarias internas de cara a las inciertas elecciones municipales. Eduardo Samán no es el de Güere. Por eso lo cercenan. Para que no eche raíz y, sobre todo, para que no eche vaina.
Por: VLADIMIR VILLEGAS
vvillegas@gmail.com
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