“El miedo es una sensación que
normalmente es personal…”
Cada persona convive con sus propios miedos según su entorno y los sucesos que lo afectan. Pero cuando trasciende a otros seres, el miedo se hace colectivo y se apodera de la vida de muchos, que lo comparten como un mal común. Si se apodera de una multitud, estamos ante el miedo de masas, que se convierte en pánico y suele provocar acciones extremas por parte de algunos individuos que pierden el dominio de sí mismos.
También existe el miedo resignado que domina a una sociedad, y éste es el que hoy vive la sociedad venezolana, debido a la falta de seguridad. El miedo se ha incorporado a nuestra vida como una sombra indeseable y permanente que persigue donde quiera que estén y ocupa el pensamiento de los ciudadanos sin dejarles trabajar, divertirse o dormir tranquilos. La ciudadanía venezolana vive en un estado de inseguridad, sin saber qué hacer, si poner alarmas, si armarse, si adiestrar perros de guardia, etc.
Es una situación a la que, además, nuestra sociedad no estaba habituada hasta que llegaron los socialistas-comunistas. No hace tantos años el venezolano vivía en un ambiente de tranquilidad casi pueblerina, dejando las puertas de las casas abiertas o cerradas sin cerrojo, los autos con los vidrios abiertos y salíamos a la calle a conversar con los vecinos.
La situación no se resuelve sólo culpando a la Policía, que tampoco sabe bien qué hacer, -o qué los dejarán hacer -, porque el Poder Judicial usa los “derechos humanos” para defender a los indeseables en lugar de apoyar a las fuerzas del orden. El presidente y ahora el vicepresidente y los seguidores del PSUV culpan a los medios de comunicación, que “exageran” la crónica roja.
¿Por qué el gobierno no acepta la realidad y asume la responsabilidad? ¿Por qué se empeñan en decir que la gran batalla es contra el Narcotráfico y las grandes mafias, contra el imperialismo? El problema de nuestra sociedad está en la delincuencia juvenil, en los adolescentes que delinquen, que han incorporado la impunidad como un derecho, y para quienes la propiedad y la vida ajena carecen de valor. Robar y matar o matar para robar, o simplemente matar porque sí a quien use otra camiseta que no sea la roja chavista, no tiene para ellos ninguna importancia, ni jurídica ni moral. Carecen de conflictos de conciencia porque carecen de valores morales para distinguir entre el bien y el mal.
Estos menores marginales, hijos de ladrones, drogados y alcohólicos, son ajenos al sistema educativo que se encuentra absorbido en sus propias luchas gremiales.
En medio de esta situación surgen otros miedos colaterales: el miedo a defenderse de ladrones y asesinos imberbes, olvidados del derecho a la legítima defensa, mientras que el Estado no se siente capaz de defender a sus ciudadanos de esta horda de desaforados a quienes nadie les pone límites.
Y no es que no se puede, es que no se quiere. Hay que aparentar el papel de “protectores de los choros, (condenados a ser delincuentes de por vida) inocentes e irresponsables víctimas de una sociedad injusta, que por tanto debe tolerarlos sin derecho a defenderse con las mismas armas con las que son atacados y asesinados.
La inteligencia del gobierno, brillante para recaudar impuestos, devaluar el bolívar, no controlar la inflación, no ha sido capaz de instrumentar un solo sistema de rehabilitación porque eso no les interesa.
Mientras tanto la sociedad se va acostumbrando a la impunidad y al miedo, a no defenderse y a esperar que el Gobierno la cuide. Pero lo que ningún gobernante puede predecir son los límites del miedo. Algún día la población venezolana se va a aburrir de tanta mentira y de no poder convivir más con el miedo. Y ese día va a llegar, a pesar de los cálculos políticos de muchos.
El coraje perdido y la ética olvidada son las únicas armas que tiene la ciudadanía para salvarse del miedo. Son difíciles de encontrar pero el día llegará que alguien encuentre el camino de “parar la mano” y podamos salvar a esta democracia.
Por: Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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