“Tarde o temprano los venezolanos
clamarán por sus muertos…”
En las cumbres los jefes de Estado suelen dejar al lado las rencillas para tener la fiesta en paz y suscribir principios sobre la integridad política que, como es el caso de Cuba, pueden terminar sobre papel mojado.
Precisamente hace una semana se clausuró en Santiago de Chile la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en la que, paradójicamente, uno de los protagonistas fue un gran ausente, el presidente venezolano Hugo Chávez, que desde hace más de un mes lucha en un hospital en La Habana contra las secuelas de una cuarta intervención quirúrgica.
El presidente chileno Sebastián Piñera le trasmitió al convaleciente mandatario el deseo de que se recupere pronto. Y el propio vicepresidente Nicolás Maduro aprovechó la tribuna del encuentro para dar a conocer un nuevo parte médico. En esta ocasión dijo que Chávez había superado la grave insuficiencia respiratoria que lo aquejó en el postoperatorio. Pocos días después el propio yerno del convaleciente mandatario aseguraba que cada día se encuentra mejor y el ex presidente brasileño Lula da Silva lo visitó en la capital cubana vistiendo una guayabera roja, en honor al color favorito del bolivariano, incluso a la hora de estampar su rúbrica en documentos y cartas con tinta roja.
Mientras la cúpula chavista y viejos amigos como Lula cierran filas en torno a Chávez, en Venezuela muchos se preguntan por qué Maduro, que ejerce las funciones de presidente interino, pasa más tiempo en Cuba y ni siquiera interrumpió su gira, para hacerse cargo de la masacre que se desencadenó recientemente en la cárcel de Uribana, situada en el estado Lara, donde un motín se saldó con más de 60 muertos y una veintena de heridos.
A la vez que el sucesor de Chávez se hacía eco en Santiago de Chile de un mensaje que reiteraba el propósito de consolidar la revolución bolivariana en la región, lo que no deja de ser sorprendente cuando el país anfitrión ha sido blanco de los ataques chavistas por las políticas liberales de Sebastián Piñera, los familiares de los presos muertos apenas obtuvieron respuestas satisfactorias por parte de las autoridades.
Para un gobierno que presume de ser la voz del pueblo, es lamentable que le dé la espalda al problema del hacinamiento penitenciario en Venezuela, donde las prisiones albergan un número de presos tres veces mayor que su capacidad de alojamiento. Y la tragedia de Uribana es el cuarto incidente que se registra en una cárcel en los últimos 18 meses. La insensibilidad con los afectados se repite: las familias de los reclusos no reciben datos oficiales fiables. Se culpa a la oposición de instigar levantamientos. Los presos sobrevivientes son trasladados a otras prisiones sin que se les notifique a sus familiares. Las cárceles continúan siendo enjambres inhumanos donde la violencia y la muerte son el pan cotidiano de quienes viven entre rejas. Una terrible situación que también afecta a los presos políticos, como se ha podido saber por el testimonio de la jueza María Lourdes Afiuni, que durante su cautiverio fue violada por militares con el conocimiento, según ha afirmado, del propio gobierno.
A diferencia de Maduro, más preocupado por consolidar el poder del chavismo que por aliviar la precariedad de los más necesitados en su país, la presidenta brasileña Dilma Rousseff abandonó la Celac y otros compromisos para estar junto a los familiares de las víctimas que perecieron en un incendio que se propagó en una discoteca en la ciudad de Santa María. Allí los abrazó y lloró con ellos. Tarde o temprano los venezolanos clamarán por sus muertos.
Por: Gina Montaner
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VIERNES 08 DE FEBRERO DE 2013