El Método del Discurso
Chávez nos obliga a olvidarnos de las elecciones regionales, a dejar de lado los aumentos de precios del maíz, el arroz, los artículos básicos; nos hace presa de los rumores, aunque los voceros oficiales finjan hablar mucho del cáncer de Chávez. En vez de un informe profesional, como ocurre siempre en los casos de los enfermos célebres, el propio Presidente, a cuenta gotas y según su conveniencia, nos dice parte de la verdad; abandonó el país, pero calla lo más decisivo, el lugar exacto del tumor, el pronóstico médico. Alimenta así las más atroces especulaciones, el ABC de Madrid publica que el tumor se reprodujo en varios lugares.
Chávez, que conoce la verdad, nos manipula, vuelve el cáncer un arma política. Chávez se comporta como un rey, no como un presidente, mantiene a sus súbditos en la ignorancia mientras finge que los está informando.
Esta vez coincidirá deliberadamente en La Habana con los negociadores de las FARC y volverá cuando le convenga, quizá unos días antes de las elecciones, o quizá para informar de verdad sobre su mal. Antes provocó que la oposición reclamara su ausencia, preguntara dónde se escondía y ahora insista en el carácter mortal de su enfermedad, lo que desbarata el cuadro político ante la posibilidad de una nueva convocatoria electoral en los primeros meses del 2013.
Esa incertidumbre Chávez la maneja desde el primer día de su enfermedad: alentó a los que sin confesarlo desean su muerte; igual que siempre fomenta la polarización, también trata de desestabilizar a una parte de la oposición, aupar a los más radicales, volverlos abstencionistas, o a que se agoten en una palabrería extrema, o en ocultar la alegría que les genera pensar que la Providencia lo derrotará, cuando en realidad hasta ahora le ha permitido aparecer y desaparecer del escenario público en un espectáculo lamentable, propio de un país subdesarrollado.
Vivimos una mala telenovela, escrita desde Miraflores, donde un político juega con la posibilidad de su propia muerte, explota el sentimentalismo del venezolano, la fe de sus seguidores y la rabia de los que se oponen. Somos las víctimas de una trama lacrimosa.
Es un espectáculo lamentable.
Toda esta patraña se inventó cuando a Chávez le informaron de su enfermedad; él discutió con Fidel Castro el tratamiento político de su bendito tumor, la forma de convertirlo de una maldición a un terremoto noticioso, como ha sido hasta ahora. Vimos a un Chávez abrumado el primer día, inmediatamente adivinó que no le convenía convencer a los electores de que moriría pronto, entonces habló de que se curaría con la ayuda del Cristo de La Grita y la solidaridad del pueblo. Enfermo de cáncer ganó las elecciones, ahora viaja a La Habana, interrumpe la campaña de las elecciones regionales. ¿Es esto casual o bien deliberado? Lo segundo, lo que no quita que quizá viva sus “últimos días” o le queden muchos años de vida. Inevitablemente caemos en la trampa. Nunca presentará un verdadero informe médico porque perdería el arma con que maneja a unos amantes de la telenovela.
A quién se le ocurrió esta trama, ¿al propio Chávez o a Fidel? Los países árabes invierten su riqueza petrolera; gracias a Chávez la despilfarramos quizá por última vez, porque esta bonanza no volverá a repetirse igual y sólo ha servido para acabar con las autopistas, las ciudades, las empresas básicas.
Por: FAUSTO MASÓ
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