“No recojamos nuestro gallo muerto,
ya que no pudo cantar…”
Lo primero que debería decir, si usted es de la oposición, es que perdió. Admítalo, desahóguese un tanto y deje la amargura, que no es Marta Colomina. Yo, que soy opositor, me siento perdedor, reconozco que el chavismo nos dio un revolcón, luego de trece años en el poder, y con tanta inseguridad, corrupción e ineficacia.
Decir que ahora somos más, 6 o 7% más respecto a la anterior elección presidencial, es consuelo de tontos. La aspiración era ganar, no conformarse con una derrota esperanzadora, y más cuando los medios y la inteligencia opositora afirmaban que lo de las encuestas era pura mentira, que eran vendidos y tarifados del Gobierno los directores de las principales encuestadoras.
En su momento, cuando escribí un artículo en contra de uno de los directores de una empresa encuestadora (Schemel, el Gran Científico de la Encuestas), lo hice por sus opiniones, por su petulancia y soberbia, que lo llevaron a decir que este país necesitaba una oposición inteligente, como si el chavismo deslumbrara por su inteligencia, con personajes tan aventajados como Maduro, Mario Silva o Jaua, que dan vergüenza ajena; decía que cuando escribí en contra de Schemel, no cuestioné sus números, los resultados de sus encuestas; no miré hacia otro lado y obvié lo que arrojaban sus sondeos de opinión y el de otras reconocidas encuestadoras, queriendo escuchar lo que me convenía, lo que se decía, a contrapelo de todas las encuestas, por el programa Buenas Noches, en Globovisión. Y esta es una lección para la oposición: las encuestas sí sirven para algo.
Tampoco soslayé el hecho de que el programa de Capriles, su propuesta de país, coqueteaba en mucho, a modo de eslogan político (no digamos, por muy evidente, que la propuesta de Capriles anclaba en los programas sociales del Gobierno: las misiones. La diferencia es que prometía mayor eficiencia, sin clientelismo), con el discurso oficialista, al hablar de “progreso”, sólo que en boca de algunos opositores la palabra “progreso” se vestía de conservadurismo positivista y vida rosa sifrina en Chacao, Altamira y Alto Prado, para nombrar algunos lugares emblemáticos de la clase media alta en Caracas. El artículo, de mi autoría, se llamaba: Caimanes del mismo pozo, Capriles y Chávez, y recibí insultos de toda pelambre por parte de gente opositora radical (a los chavistas no les dolió tanto la comparación), cosa que me hizo escribir otro artículo, reafirmando tenazmente el anterior: articulistas opositores y chavistas.
Harto difícil es ganar unas elecciones con un gobierno tan mediático como éste, con tanto ventajismo que tiene en cuanto a recursos e instrumentos para manipular, pero nosotros sabíamos eso en la contienda electoral, y con arrogancia a muchos articulistas no les cabía en su sesera de clase media que Chávez pudiese ganar las elecciones. Y aquí hay otra lección: aquí las elecciones presidenciales no las decide más la clase media, sino la barriada popular. Por eso es una torpeza que Globovisión se esfuerce tanto en transmitir las colas en los centros electorales de la clase media, sin conocer lo que es una votación en una barriada popular, cerro arriba. Y si eso es una torpeza, considero como una ridiculez mayúscula darle tanta importancia a la votación que se celebró en New Orleans: los pases eran continuos, con entrevistas y todo a gente con acento pijo, sifrino, del este de Caracas. ¡Eso fue una burla, una cachetada a la gente de a pie, la que hace vida en nuestro país, esa que toma metro, va en camionetica y padece la inseguridad!
Y digamos la verdad, la elección de Capriles como líder opositor fue controvertida, a la misma elite opositora no le caía mucho en gracia. El error fue elegir una figura mediática, no tomando en cuenta la capacidad y el poder magnético del discurso, en un país acostumbrado al verbo y buen decir de los oradores. En un país de sangre caliente, caribeño, a la mujer la conquistan los gallos que canten y seduzcan con inteligencia y agudeza de palabra, entre tanta competencia. Miren lo que hizo un Rómulo Betancourt con sus perlas oratorias o un Rafael Caldera, para no hablarles de un Carlos Andrés Pérez en su buena época. Aquí el gallo repica o no es gallo, y la verdad es que los discursos de Capriles (los que pasaban de cinco minutos, no incluyamos los demás, que son la mayoría) eran sosos, insípidos, sin la alegría del pensamiento y de la ocurrencia. Y había que confrontar: ¡solamente imagínese a usted, si le diesen la oportunidad, poniendo en su sitio al mismísimo Comandante! En un país de espíritu levantístico se agradece el pugilato político verbal en el cuadrilátero de la opinión pública, lejos del refinado debate televisivo; eso, en la Venezuela de hoy, es para señoritos.
La oposición se queda sin líder (¡no me vayan a decir que insistiremos en Capriles! ¡Hay que mandarlo de paseo frotándonos las manos por lo que vendrá!), pero con liderazgo. No recojamos nuestro gallo muerto, que él mismo se levante, ya que no pudo cantar, y busquemos con mayor perspicacia y tino otro gallo, candidatos no faltarán, y tal vez por otro canal.
Por: RUBÉN DE MAYO
rub_dario2002@yahoo.es
@rubdariote
Politica | Opinión
EL UNIVERSAL
jueves 11 de octubre de 2012