El caso de “Rosita”, tendrá
un final de telenovela..
Definitivamente, hay clichés que marcan la imagen que un país tiene de sí mismo. Y como en tantas otras cosas, no hay nada más peligroso que abusar de los clichés. Se ha dicho hasta el cansancio que Venezuela es un país de mujeres hermosas. Y no es mentira, aunque tampoco es tan radicalmente cierto como algunos pretenden. Me explico: uno sale a la calle y encuentra de todo: altas, bajitas, rubias, morenas, delgadas y menos delgadas, feas y bonitas, para todos los gustos, y dice: “bueno, hay de todo”. Pero después uno se pasea por las calles de otros países, compara y concluye: “sí. Es verdad. En Venezuela hay muchas mujeres bonitas”. A continuación vendrán las consideraciones acerca de todo lo que hace una mujer venezolana para verse atractiva, los excesos, los extremos que es capaz de asumir con tal de captar las miradas, al punto de exponer a veces su propia salud (ya no digo su economía) deformándose con exagerados implantes. La afirmación, como suele ocurrir con el resto de los clichés, no queda bien parada cuando se mira con lupa.
Siempre he pensado que el día que desaparezca el Miss Venezuela el país dará un salto en su progreso cultural. Bueno, también esta frase merece cierta ponderación. A ver: el culto a la belleza femenina y la exaltación de la más bella está en los orígenes mismos de nuestra cultura, por allá por el juicio de Paris y la guerra de Troya. Nada más bonito que ver chicas lindas y jóvenes, y homenajear a la más bella. Pero de ahí a que una competición inocente y pintoresca se convierta en un negocio multinacional y llegue a paralizar a todo un país, me parece que de nuevo nos ha faltado un poco el sentido de la proporción. Y que, en una época que se considera marcada por la igualdad y la liberación, muchos se conviertan en esclavos de su imagen me resulta profundamente triste.
Que nadie se confunda. En Venezuela, como en otros países, la belleza es un negocio. En un mundo que baila a capricho de las pantallas de televisión, ser bella abre las puertas a cientos de niñas preciosas y anónimas que sueñan con la fama y la fortuna. Pero además, en pocos países como el nuestro los secretos de la seducción y la coquetería son un bien que se cultiva y se transmite de madres a hijas. Hasta ahí todo va bien. El problema es cuando se usa la belleza para acceder a la fortuna por otros caminos. Cuando la seducción se convierte en un arma usada sin límites ni escrúpulos para acceder a todo lo que una chica puede ambicionar, lo que en estos tiempos es, por cierto, demasiado. El problema es cuando un país y una sociedad ofrecen a una joven pocas posibilidades de superarse y de triunfar a través de su talento y sí, algunas, a través de su aspecto. Es ahí, en ese lugar en el que falta la ética, donde se encuentra la belleza con la transgresión y la delincuencia, en un terreno muy bien abonado por el materialismo y la impunidad.
No se puede negar que el caso de “Rosita”, sea cual sea su final, daría para una estupenda telenovela. Lo malo es que esta historia es dolorosamente real, y lo peor es que no es, mutatis mutandis, la única. En un país de narcisos y televidentes, debería ayudarnos a entender que la seducción tiene sus límites, y que hay muchas cosas más allá de la efímera fama que conceden el rating y el share. Una lección que posiblemente Rosita esté aprendiendo a esta hora, cuando ya es un poco tarde. Esta historia debería también motivarnos preocupantes reflexiones acerca del país y la sociedad que tenemos, y sobre todo acerca del tipo de venezolanos que estamos formando.
Por: MARIANO NAVA CONTRERAS
marianonava@gmail.com
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EL UNIVERSAL
viernes 5 de octubre de 2012