¿Quien quiere a los “tukis”?
■ La electrónica ha dado pie a una escena invisible ante la clase media caraqueña y el aparato mediático: la “changa tuki”.
En sintonía con el evangelio político venezolano contemporáneo, en el que una plétora de adjetivos ayudó a afinar los perfiles de los dos bandos doctrinarios en los que se mece el país, la palabra tuki asumió el papel de inquisidor social en la Caracas de, al menos, el último lustro. Si bien surgió para definir a una tribu urbana parida en los sectores populares principalmente de la capital, de ha poco su etimología se fue asociando a la cosmogonía de los malandros (modo local con el que se denomina al delincuente), sobre todo en su vestimenta, elocuencia e incluso en la música que consumen. Junto a la salsa, el reguetón y el vallenato, la electrónica es uno de los géneros que constituye la banda de sonido de las barriadas de la megalópolis caribeña. Aunque a nadie se le ocurriría referirse a ella de esa manera, sino con el nombre de changa.
No se sabe exactamente lo que significa ni su procedencia, pero quizás la changa podría ayudar a resolver el misterio que encierra el tan mentado tuki. A mediados de septiembre se estrenará en Venezuela el documental Who Want’s Tuki?, en el que un grupo de djs y bailarines coinciden en que su origen podría venir de la onomatopeya del sonido de los bajos en la música electrónica. No obstante, lo que despertó el interés de esta realización audiovisual, firmada por la agencia creativa Mostro Contenidos, no fue la naturaleza de la palabra, sino el desarrollo de una escena invisible ante los ojos de la clase media caraqueña y del aparato mediático: la changa tuki, a la que rescata del olvido, justo antes de su extinción, pues muchos de sus artífices se habían retirado, otros estaban por hacerlo y los menos afortunados fallecieron tras iniciarse en el vandalismo.
A pesar de que parezca todavía más increíble, esto no hubiera sido posible sin el apoyo del colectivo portugués Buraka Som Sistema, el embajador mundial del kuduro, que incentivó al artista venezolano Pacheko (afincado en Barcelona), con el que entabló contacto luego de que este le mostrara un track influido por la changa tuki, a que buscara a los exponentes del género para redimirlos. Así como muchos en la cuna de Bolívar, el productor, músico y dj venezolano, pilar de la actual vanguardia sonora de su país, entró en contacto con este sonido a raíz de la animadversión que se ganó en las redes sociales. Sin embargo, y para su sorpresa, era el condimento que precisaba para cerrar su propuesta, que, una vez que se pasó por el postdubstep, y de aproximarse al kuduro, estaba tras los pasos, al lado de su coequiper Pocz, de una impronta más tropical y autóctona. Así nació el tema Tuki Love.
Al poco tiempo, Pacheko conoció a DJ Yirvin, pionero de esta escena, en su estudio ubicado en la parroquia Petare, y comenzó a desenredar una historia que, si bien se remonta al alba de la década pasada, tiene su antecedente en las minitecas. Estas eran discotecas móviles, al mejor estilo de los sound systems jamaicanos, que vivieron su auge en los ochenta, pero que después de que la clase media se dedicara a contratar a los djs de los clubes nocturnos capitalinos para animar sus fiestas, encontraron amparo en las barriadas populares. Sin embargo, la instalación de la electrónica en el proletariado nacional se produjo a partir de la repercusión de Pump Up The Jam, de Technotronic, a fines de los ochenta, a tal punto que estimuló la concepción de una tribu previa a los tukis, la de los waperó (el nombre deriva de una mala pronunciación del clásico de la banda belga de hip house). Y en el inicio de la década pasada, afloró un aliciente para que muchos de los flamantes alquimistas de los tornamesas se inclinaran por la producción de sus pistas: Caracas de noche, primer hit criollo en las pistas de baile en clave de tribal, de la dupla DJ Yayo y Marvin DJ.
El clímax de la changa tuki sucedió entre 2005 y 2007 con la creación de la crew minitequera Raptor house, en la que convergieron DJ Yirvin, del barrio El Bucaral, y el que más tarde fuera su principal antagonista, DJ Baba. Tras la fractura, el primero fundó el colectivo X Dimension, y estableció un estilo musical propio, el hard fusion, mientras que el otro, que es nativo de la parroquia Catia, sostuvo al raptor house como su caballito de batalla. Pese a la diferenciación que cada uno le quiso dar a su propuesta, no tienen en inconveniente en considerarlas parte de una escena todavía más amplia. El problema se encuentra en la dimensión despectiva del tuki. Al igual que el venezolano, esta corriente es una consecuencia del mestizaje. Con base en tribal house, incluye elementos del reguetón, de la salsa y de un sinnúmero de géneros, lo que la acerca al dutch house, al bubbling, al kuduro y al UK funky.
Aunque parezca sorprendente su afinidad con la modernidad musical global, sus figuras producen su propio material sin tener la menor conciencia de lo que acaece en las principales vitrinas sonoras, de lo que es la boga y ni siquiera están al tanto de que existe una avanzada electrónica nacional que está conectada a la experimentación y otra que responde a una pista de baile orientada al mainstream. Su forma de educarse proviene de la calle, gracias a la oferta de la piratería que colma Caracas y el resto del país. Lo mismo los bailarines de changa tuki, el gran atractivo de cada performance, pues inventan cada paso a su imagen, imaginación y visualidad, y hasta llegan a registrarlo y ponerlo a prueba en batallas. El ventilador,el controlaíto, el vaquero o el malcriado son apenas una parte del repertorio de movimientos que tiene como líderes a Cheo El Smith y a Elberth El Maestro.
De todo el caleidoscopio artístico que domina al país desde la irrupción de la revolución chavista, el ritmo de los 130 y 140 BPM coincide con el tiempo de vida de este proceso. Sin embargo, Yirvin, que ya ostenta cuatro discos, el más reciente se titula X Dimension 8 (2010), no mezcla música y política. Prefiere presentar sus canciones a manera de oda a la gente del barrio y de lo que sucede en éste, y pronto lo hará incluyendo techno y minimal a su bacanal sonoro. Luego de que la salsa y el hip hop tendieran un puente entre el proletariado y la clase media caraqueña, la changa tuki ahora tiene no solo la posibilidad de lanzar un nuevo cable, sino de conectar, de la misma forma que lo hicieron otras expresiones latinoamericanas con características similares, como el baile funk en Brasil, el reguetón en Puerto Rico o el tribal guaracheo en México, al gueto con el mundo.
Por: Yumber Vera Rojas
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VIERNES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2012