“Esa noche no concilió el sueño
por más que lo intentó…”
No soportaba estar en la cama y hasta la sabana le molestaba con el roce simple de su piel. Entonces, se levantaba y daba vueltas intermitentes en la habitación con una desesperación incontrolable. Algo difícil de sobrellevar, días previos a la elección presidencial.
Se sentaba en la cama y tomaba el teléfono comunicándose con los compañeros del partido para preguntarles si él ganaba estas elecciones; si todo estaba controlado, si ganarían cómodamente. No sabia cómo canalizar esa angustia durante el mes que faltaba, para que el pueblo decidiera. Cuando salía el sol seguía llamando a sus ministros para preguntarles nuevamente lo mismo, no podía evitarlo; llamaba a los programas de opinión de la TV oficial, pedía encadenamientos de las televisoras para que lo vieran caminado en el palacio: para que lo vieran abrazando a una viejita, para que lo vieran comprando en un supermercado, o simplemente mascando chicle en la academia militar haciendo una semblanza que recordara sus tiempos de cadete.
Estaba en el poder desde el siglo pasado y quería seguir mandando hasta su muerte. Era un sentimiento tan profundo que vivía plenamente el hecho de estar sentado en el palacio de gobierno como parte de su esencia y ya que había llegado allí, no pensaba entregar el mando nunca; sentía que debía ganar los comicios siempre a costa de lo que fuera, de lo contrario se moriría como una mata de tomate que se seca y se marchita rápidamente por falta de agua o quizás se moriría como el querrequerre, estrellado contra la jaula.
A veces perdía el control y se llenaba de odio contra su contrincante y no podía despejar su ira; cayendo en un estado muy agresivo, el cual no ocultaba frente a las cámaras de TV y explotaba en insultos, vulgaridades y repetitivas manifestaciones de amenazas, desprecios y ofensas contra el candidato opositor, contra los periodistas y hasta contra sus propios partidarios. Era como si viviera en otra dimensión, que se distanciaba cada vez más de la realidad, perdiendo el sentido y la dirección ecuánime en sus presentaciones, por su personalidad avasalladora, la cual galopaba como un caballo desbocado, ante la mirada perdida de sus seguidores, que se quedaban en el limbo por la manifestación de esa necesidad de seguir mandando toda la vida, sin darle oportunidad a nadie, sin aceptar que las ideas, los hombres y el tiempo de la historia requiere cambios.
Por: Luis Alfredo Rapozo
luisrapozo@yahoo.es
@luisrapozo
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