Todo ha sido tan devastador…
El número de muertes, desaparecidos y heridos por la tragedia avisada de Amuay, las muertes ocurridas en Yare I y en el resto de nuestras cárceles venezolanas, las víctimas que se van de este mundo con cada palo de agua porque jamás se ejecutan las obras, la muerte que nos saluda a todos en cada calle y esquina porque ningún plan maestro ha podido con senda inseguridad nunca antes vista, ahora la masacre yanomami. ¿A esto llaman revolución?
Si eres bandido o secuestrador los jueces te sueltan y Chávez hace un mitin en tu defensa, si eres profesional o emprendedor van por ti. De la noche a la mañana unos patanes vestidos de rojo se enriquecen de la nada, solo porque “van pegaos ahí”, como en las mafias. De un día para otro una familia con 40 años de trabajo duro lo pierden todo. Terminan expropiados en un atraco a dedo alzado.
Todos los días hay apagones, no hay alumbrado público en kilómetros de calles y avenidas, no hay gasolina y somos un país petrolero, nada funciona porque todo está al revés, y en vez de patria socialista lo que tenemos es muerte. El dolor y la decepción hablan cada vez más duro en las calles sobre este colapso de Chávez.
El hombre que lo tuvo todo debe darse cuenta que la situación se le escapa de las manos muy rápidamente. Compra popularidad y buena imagen a manos llenas pero no le dura, se toma fotos y hace cadenas con atletas campeones y figuras del jet set internacional, pero el aura se le escurre como el humo. Mientras el contrincante dice estar al servicio de la gente y de los pueblos, el poderoso te exige que estés con él porque se lo debes (foto de casita con electrodomésticos incluidos).
Las necesidades del país se esfuman cuando lo que importa es la manera de no perder el poder que se ostenta desde hace 14 años.
Toca necesariamente reflexionar un poco sobre lo que está ocurriendo, sugerirnos un par de preguntas: ¿qué hemos obtenido como país y hacia dónde nos está llevando esta vorágine sin sentido?
De qué se trata realmente esta imposición contranatural, como de control absoluto de un candidato-partido que devino en Estado y ente supremo a la vez, revelación de la conciencia divina y abogado de la pobreza estancada, esta especie de secta revolucionaria electoral que se apropia de todos los recursos de un país para sus propósitos megalómanos y planetarios, pero que como gobierno es incapaz de brotar una respuesta para el bien común, sin discriminación y sin violencia.
Por qué tanta impunidad, tantos niños abandonados pidiendo en las calles, tanta desnutrición y muerte de niños en la Guajira venezolana, tantas armas en la calle, tantos disparos, tanto miedo en los lugares de trabajo, tanto terror.
Por qué si hay víctimas mortales y pérdidas civiles como consecuencia de la explosión causada por el abandono de las normas, no hay una voz moral que exija a los presuntos responsables que abandonen sus cargos hasta que terminen las investigaciones.
Por qué no permitirnos cambiar. Debe haber algún otro modo de hacer las cosas con alguien que planifique y solucione sin traumas ni violencia. Un gobierno en el que no haya que jalarle bola a un funcionario para lograr u obtener lo que por derecho te corresponde.
Un país donde la envidia no sea un decreto y el trabajo sea la norma. Donde no se persiga a nadie por sus ideas y se ataque la desnutrición, la hambruna y la inseguridad con políticas justas y sin clientelismos.
Un país en el que sea cotidiano ver a un Presidente rindiendo cuentas sobre lo que ingresa y lo que sale de las arcas públicas, y no tenga tantas partidas secretas, que viaje menos y no cargue con tanta comitiva, que tenga menos enemigos y combata menos guerras imaginarias. Y lo más importante, que no se crea el Mesías elegido para atornillarse en el poder para siempre.
Por: DÁMASO JIMÉNEZ
@damasojimenez
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EL UNIVERSAL
martes 4 de septiembre de 2012