Como dijo Vargas Llosa, Capriles ganará, pero
sólo si esas elecciones son limpias…
El jueves en la tarde, en el barrio La Lucha, de Catia La Mar, Hugo Chávez sostuvo: “Desde la primera semana de agosto, todos los indicadores señalan el impulso de nuestra candidatura, más allá de lo que diga la oposición.”
Poco importa que esas señales sean ciertas o falsas.
En cualquier estrategia de campaña se impone la urgencia de hacerles creer a propios y extraños que se está ganando, o que la tendencia que registran las encuestas es irreversiblemente ascendente. Un recurso legítimo para levantarles la moral a los partidarios y para introducir el germen de la duda en el ánimo adversario. Nada más natural, pues, que Chávez dijera lo que dijo, a sabiendas de dos factores que son evidentes. Primero, que desde finales de junio no se han dado a conocer los resultados de ningún sondeo profundo de opinión medianamente serio; segundo, que en curso de estas primeras semanas de campaña todo el país percibe, sin necesidad de que se lo expliquen, el efecto avalancha que ha venido adquiriendo la candidatura de Henrique Capriles Radonski.
Por supuesto, Chávez está al tanto de esta realidad. Sus comentarios sobre su posición en las encuestas se corresponden con esta afirmación habitual, pero también sirven para acomodar el terreno de tal manera que más adelante pueda justificar “judicialmente” las irregularidades y sobresaltos que puedan ocurrir antes, durante o después del 7 de octubre.
Sin la menor duda, Chávez se propone permanecer en Miraflores hasta el fin de los siglos, lo cual de ningún modo significa que vaya a lograrlo. La oposición dispone de suficientes razones para tener, no es una mera ilusión, certeza en la victoria. Nunca antes ha sido tan real como ahora la posibilidad de cambiar el pasado rancio que padecemos por un futuro de libertad y de progreso.
Sin embargo, sería un grave error creer que las elecciones que se avecinan son un proceso normal en una democracia moderna.
No vamos a entrar en el estéril debate sobre la conveniencia de alertar a los electores de los peligros que ciertamente acechan a Venezuela. Allá cada quien con su conciencia, pero aunque sólo sea por recordar el pragmático aforismo de que “guerra avisada no mata soldado”, mosca, caballeros.
Por eso la insistencia chavista en un amplio triunfo “bolivariano” sobre las fuerzas del mal en las urnas de octubre no son un simple recurso de campaña, sino un mecanismo perverso encaminado a condicionar en el pensamiento nacional e internacional la matriz de opinión de que la oposición se organiza para no reconocer los resultados que ofrezca el CNE, razón formal más que suficiente para justificar “judicialmente” cualquier desafuero oficial. Parte de esta visión de un torcido futuro electoral es el bufo espectáculo de detener (si en efecto se detuvo) a un estadounidense “con aspecto de mercenario.” ¿Alguno de mis lectores tendría la amabilidad de aclararme cuáles son los elementos que describen el aspecto de un mercenario? ¿Acaso basta una libreta con la anotación de coordenadas “sospechosas”, sobre todo si en el mismo parte oficial en el que se incluye esta información se indica que no se puede mostrar la dichosa libreta (ni las coordenadas sospechosas) porque el supuesto mercenario, antes de ser capturado, tuvo tiempo de quemarla? ¿No forma parte esta libreta del catálogo de armas confiscadas (una escopeta en Bolívar o un lanzacohetes que iba a ser disparado desde el estado Vargas contra el avión presidencial) a asesinos de los que nunca jamás nadie ha vuelto a hablar? Es en esta difícil encrucijada de su camino donde el régimen coloca el anuncio de un potente impulso ascendente de la candidatura de Chávez. Ahora bien, ¿según qué encuesta?, porque precisamente esta semana Chávez ha tenido que ordenar la suspensión de dos actos de campaña, bien porque el mal estado de su salud no se lo ha permitido, o bien porque la movilización forzosa de empleados públicos y beneficiarios de las misiones de carácter social (el grueso de los asistentes a estos actos autotransportados) fue a todas luces insuficiente.
No es tiempo de hacerse vanas ilusiones. Primero hay que ganar las elecciones y, después, impedir que el régimen, con la complicidad del CNE, sea el que en realidad desconozca la voluntad soberana de los electores. Como hace pocos días señalaba Mario Vargas Llosa, Capriles Radonski ganará las elecciones, pero sólo si esas elecciones son limpias. Y eso depende de que no nos hagamos ilusiones, sino de que hagamos lo que hay que hacer para ganar y, de manera muy especial, esta vez sí cobrar.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
LUNES 13 de agosto DE 2012