Capítulo aparte merece
la espada de Bolívar
Como el personaje de James Joyce, nos da miedo despertar de la pesadilla, y preferimos vivir como sonámbulos antes de abrir los ojos y ver la realidad. No obstante, los hechos son tan arbitrarios que, aunque tardíamente, el asunto de los símbolos patrios de pronto estalla en medio de la campaña, y estalla de manera tan absurda que es imposible no verlo como un gran ejercicio de hipocresía.
El Consejo Nacional Electoral se ha mostrado escandalizado porque el candidato Henrique Capriles Radonski se defienda del sol con una gorra tricolor. En el fondo, la inquietud es otra, inconfesable. No que el candidato de la unidad use los colores patrios, no, lo que inquieta a la mayoría oficialista del CNE no es que Capriles Radonski se adorne con ellos, sino que rompa el monopolio que durante 14 años ha impuesto el candidato a la reelección permanente. Esto es lo que desvela a los espontáneos guardianes de los sagrados símbolos.
La defensa y buen uso de los símbolos patrios no es atribución del CNE, aunque sería arbitrario negarle el derecho de expresar su preocupación en algún momento determinado, con la condición de que como ahora sucede, no se le vea la oreja roja. Constitucionalmente, esta es una tarea del Poder Ejecutivo, extensiva a todos los poderes del Estado, y naturalmente, a todos los ciudadanos si habitamos en un país de gente cuerda.
En Venezuela los símbolos patrios se mantuvieron como un gran tabú.
Pocos abusaron de ellos en el pasado. El Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco extremó su vanidad erigiéndose en albacea de la figura de Simón Bolívar con gran descaro. Quiso que sus retratos de mármol fueran símbolos patrios, intocables, reverenciales. Él era la patria.
Esta extravagancia no le sirvió de nada al gran caudillo porque un día los caraqueños se fatigaron de tanto personalismo y de tanta fatuidad y, en pocas horas, las hicieron desaparecer de la faz de la tierra. Guzmán Blanco fue el primero que abusó de la figura de Bolívar, el que erigió el Panteón Nacional para abrigo de los héroes. Ahora un nuevo guzmancismo lo corrige. El Panteón Nacional no basta. La tentación de las estatuas resucita, o se traduce en infinidad de afiches gigantescos. El personalismo es el mismo, la vanidad multiplicada, la adoración perpetua se impone como la religión de estos turbulentos tiempos.
Nunca los símbolos patrios habían sido puestos al servicio de un culto personalista como en estos años de la revolución que, para ser consistentes, se llama “bolivariana”. De Bolívar no tiene nada, pero conviene usar el adjetivo porque tras su invocación se puede justificar cualquier atropello a la Constitución y a sus principios. Es el primero de los abusos y con él se han amparado todos los poderes. Bolívar es el Ábrete Sésamo de la revolución.
A partir del gran símbolo patrio, ¿qué abuso no se ha cometido? Se reescribe su historia, se inventan versiones de su muerte, se adulteran sus textos, y el Padre de la Patria “despierta” cada vez que la revolución necesita ampararse con su nombre. Bolívar ha sido proclamado, así, como el gran precursor del “socialismo del siglo XXI”. ¿Quién ha protestado ante semejante desafuero? Nadie, ninguno, entre los grandes personeros de los poderes del Estado. Una extraña unanimidad que en Venezuela sólo hemos conocido en tiempos de dictaduras. Habría que hacer un estudio sociológico de la unanimidad. Cómico también comprobar que charlatanes famosos en otras épocas, de pronto decidieron morderse la lengua.
Nunca los símbolos patrios habían sido tan abusados como en esta era declinante de la historia venezolana. El himno nacional resuena en todas las concentraciones políticas del PSUV. Sus notas acompañan fatalmente a las pesadas cadenas. El jefe del Estado no se mueve sin que le toquen el himno. Los colores patrios fueron incorporados a la vestimenta oficial. El Presidente de la República fue el primero en usar camisas tricolores. ¿Es que, acaso, no las han convertido en el uniforme de los revolucionarios? El rojo es una prolongación del tricolor.
No ha habido ningún símbolo que el candidato de la patria y del PSUV no haya alterado. El primero fue el escudo.
No le gustaba que el caballo corriera hacia adelante, quiso que corriera hacia la izquierda.
O sea, que el caballo del escudo también tenía que marcar el paso. Y así sucedió. Todo el mundo calló en los altos poderes del Estado.
Una unanimidad sin precedentes.
Capítulo aparte merece la espada de Bolívar.
No es uno de los símbolos patrios como tradicionalmente los entendemos.
Pero, ¿no ha sido consagrado como uno de los de mayor rango? Y, ¿cuál ha sido su destino y su uso? La unanimidad otra vez.
¡Ahora tenemos un corazón tricolor! Un corazón que late con la sístole y la diástole del pueblo, un corazón simplemente enternecedor. Frente a tamaños desafueros, la gorra tricolor de Capriles Radonski ha escandalizado a la mayoría del CNE. Cómico.
Por: SIMÓN ALBERTO CONSALVI
sconsalvi @el-nacional.com
Política | Opinión
EL NACIONAL
DOMINGO 12 DE AGOSTO DE 2012