“Todo cambia, nada permanece
inmutable en el tiempo…”
Un buen amigo español solía decirle a quien quisiera escucharlo, que los grandes cambios políticos siempre son fruto de una suerte de nostalgia de futuro que a veces se adueña del ánimo de los pueblos. No hacía simple literatura, más bien pretendía destacar que en todo proceso histórico se llega a un punto en que la gente no soporta un minuto adicional de pasado, un instante más de ese más de lo mismo que a veces nos arrincona y desespera. Exactamente lo que les ocurrió a los venezolanos en los años noventa, a medida que se hacía evidente el agotamiento y la insostenibilidad del modelo de democracia bipartidista que el Pacto de Punto Fijo le impuso al país después del derrocamiento de la dictadura. Lo mismo que nos ocurre ahora con el régimen autocrático y pseudosocialista de Chávez.
En la realidad política de Venezuela en vísperas de las elecciones de 1998 se me hacía muy palpable que la alternativa que ofrecía Chávez era una opción desde todo punto de vista necesaria. Representaba el impulso de un ardiente frenesí colectivo por las cosas por venir. Fueran las que fueren. En todo caso, si no recuerdo mal, en septiembre de aquel año, escribí que, deseable o no, nos gustara o nos repugnara, el triunfo de Hugo Chávez era un hecho ineludible. Y así fue. De aquel hartazgo generalizado de los venezolanos surgió el liderazgo de Chávez. ¿Está ocurriendo ahora algo similar con el naciente liderazgo de Henrique Capriles Radonski? No nos caigamos a mentiras.
Heráclito y la dialéctica nos han mostrado que todo cambia, que nada permanece inmutable en el tiempo. Fue lo que no quisieron admitir Stalin ni Fidel Castro.
Les pasó a los partidos tradicionales en 1998 y también le pasa ahora a Chávez. Su esperanza de cambio, apenas 14 años después, ha sufrido la misma deplorable suerte que 40 años más tarde corrió la esperanza del 23 de enero.
Esperanza que a dos meses de las elecciones termina convertida en una realidad desagradable y agobiante, en primer lugar, porque el régimen no ha sabido cumplir sus ambiciosas promesas de felicidad y perfección que les ofreció a los venezolanos, una crisis dialéctica caprichosamente precipitada en el tiempo por la intromisión de ese cáncer enigmático que ha aislado a Chávez, que lo ha alejado dramáticamente de su gente, que ha dejado su proyecto político al garete, sin conducción, excepto la muy reaccionaria conducción divina. Así que no más Patria o Muerte, camaradas.
Nunca más. Olvidar para siempre el clásico todo o nada revolucionario, y adoptar en cambio la vida de Chávez a toda costa.
Un deseo humano sin duda lógico y natural ese concentrarse exclusivamente en salvar la vida individual de su promotor, pero a todas luces un compromiso ético muy poco revolucionario.
El resultado de este disparate es que al cabo de estos meses la imagen de Chávez se ha ido desdibujando tanto que ya no es el adalid que conmovía el corazón de medio país. De ahora en adelante podrá hacer los esfuerzos más inauditos, como hizo la semana pasada en Brasilia, con el propósito de alterar esa penosa imagen de gobernante enfermo, débil, definitivamente ausente, pero nada de lo que él y sus médicos hagan, logrará sacarlo de su fatal ensimismamiento existencial. Chávez lo sabe. La historia no tiene vuelta atrás y el daño que le ha causado su pésima gestión de gobernante y el mal estado de su salud son circunstancias irreversibles. En definitiva, al liderazgo de Chávez le ocurre lo que le pasa a los hombres que llegan enfermos a la vejez: sufrir su doble condena en la mayor de las soledades, en la más cruel exclusión.
Este fenómeno explica muchas cosas, entre ellas el vertiginoso crecimiento del liderazgo de Capriles Radonski. Liderazgo, por cierto, que nadie se lo regaló.
Como tampoco a Chávez le cayó del cielo su popularidad de 1998.
Ambos lo conquistaron a pulso.
Sólo que ahora Chávez encarna el pasado sin futuro que combatió con ardor aquellos días, y representa ese pasado rancio que debe afrontar Capriles Radonski, quien apoyándose en la necesidad de mudanza urgente que desean la mayoría de los venezolanos, se enfrenta al vacío que va dejando Chávez a su paso estimulando, esa es precisamente la razón de su liderazgo, la actual nostalgia de futuro que sienten los venezolanos. Y que le permite a Venezuela pasar de la declinante marea chavista que se formó en 1998, a la avalancha que hoy por hoy genera su popularidad.
De este tema, de las encuestas y de lo que nos depara el porvenir nos ocuparemos el próximo lunes.
Por: ARMANDO DURÁN
Política | Opinión
EL NACIONAL
LUNES 06 de agosto DE 2012