“El poder no es el fusil,
sino el pueblo..”
■ Chávez en su errática gestión de 14 años ha intentado destruir la identidad y el honor de los militares.
En general los marxistas pensaron que “el poder está en la boca del fusil”, en palabras de Mao. Eso los llevó a estrategias perdedoras en las naciones políticamente civilizadas, ya que no sabían conquistar la opinión pública, -o “las opiniones públicas”-, el consenso de la ciudadanía, esperando “las condiciones” para el “asalto del cielo”.
Pese a que Gramsci dedicó su esfuerzo a develar la magia moderna del consenso en las sociedades occidentales, es apenas a partir de los años 70 que su aporte comenzó a valorarse, -de manera confusa, por cierto-, en la izquierda mundial. El Compromiso Histórico italiano y el triunfo de François Mitterrand en Francia significaron una revalorización de la política para ganar democráticamente las mayorías.
El autor de Maquiavelo y Lenin consideraba que para triunfar en sociedades democráticas era prerrequisito la “reforma cultural y moral”, cambiar la conciencia colectiva. La izquierda italiana fracasó y sólo logró alcanzar el poder luego de la destrucción del sistema político por “la lucha contra la corrupción” que encumbró a una bestia antipolítica como Berlusconi. También fracasaron en el poder.
Las revoluciones sólo triunfaron ante regímenes infamantes, dictaduras anacrónicas tercermundistas con ciudadanías desesperadas por salir de la opresión autoritaria, dispuestas a subirse a cualquier vagón de redentores armados. Rusia, China, Cuba, Vietnam, Nicaragua (de Guatemala a Guatepeor).
Betancourt paró en seco la expansión del comunismo cubano en Latinoamérica en los 60. Presentó ante el mundo una alternativa válida y exitosa a las dictaduras tradicionales y el modelo democrático derrotó el totalitarismo. Durante los sesenta el sarampión fidelista puso en crisis los partidos socialdemócratas, que se dividieron dando origen a movimientos armados. Pero Betancourt aplastó a Castro y la democracia se hizo carne y habitó entre nosotros.
El Octubre Rojo fue un asalto violento sin disparos. Según el leninismo o el maoísmo la revolución requería igualar y neutralizar el poder de fuego del Estado, “ejércitos, cárceles y policías”. Fuego contra fuego. La cadena de gobiernos “progresistas” derrocados hasta llegar al dramático caso de Allende parecía demostrar esta “verdad revolucionaria”, más bien producto de involucrarse en la Guerra Fría del lado soviético y de políticas económicas que provocaban caos e intervenciones militares.
Gracias a la globalización ya las armas tienen características diferentes, sometidas al dictamen civil y a la opinión pública universal. En Venezuela triunfó una revolución por vía electoral, y las fuerzas armadas, como todas las instituciones, lo asumieron. Lo mismo en Bolivia y Ecuador. Una operación civil defenestró por vía constitucional a Carlos Andrés Pérez y a Collor de Mello, que acataron el poder de las instituciones, no de la fuerza bruta. Pérez derrotó dos golpes militares.
Los recientes derrocamientos de Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay, se hicieron sin armas, en un esquema constitucional y civil. Y los defensores de los removidos, quisieron convencer al mundo que se trataba de “un golpe de Estado”.
El candidato de un largo gobierno que se denomina “la revolución” para encubrir su sucio rostro, hace una campaña que pareciera sustituir votos por fusiles. En su errática gestión de estos 14 años ha intentado destruir la identidad y el honor de los militares, convertirlos en vendedores de cebolla y por último en sus guardaespaldas. Como en siglos anteriores tropas “mocheras” o “monagueras”.
Para ello ha violentado la normativa interna y sus valores, lo que es terrible en una institución cerrada, que lleva la procesión por dentro, en silencio y las heridas tardan en sanar. El cuerpo armado ha visto encumbrarse oficiales sin calificación y atropellar a los mejores, la formación de claques enriquecidas y sospechosas de delitos. Ha sufrido la supervisión de cubanos. Sus familiares y amigos son víctimas del hampa, del derrumbe institucional.
Ellos votarán también el 7 de octubre y van a tener la decencia y la sensatez de cumplir sus obligaciones, muy claramente establecidas en la Constitución, pero sobre todo en su conciencia moral. Una avalancha de votos expresará la opinión del país, que antes le dio al gobierno todos los mecanismos de poder para que lo llevara al éxito.
Los uniformados saben que la voluntad mayoritaria librará a la nación de los terribles peligros que la amenazan y que irrespetarla conduciría a un triste destino de violencia e inestabilidad. Que el poder no es el fusil, sino el pueblo.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 4 de agosto de 2012