La centrífuga de corrupción
llamada “Plan Bolívar 2000”
El señor Chávez está enardecido porque la campaña de Capriles se está enfocando en el drama social del presente, lo que contribuye a derribar los fabricados mitos de la revolución social y en especial el de sustantiva reducción de la pobreza. Y es que para la “revolución venezolana” el argumento del supuesto éxito en la lucha contra la pobreza, hace las veces publicitarias de lo que para la “revolución cubana” son los supuestos éxitos en salud y educación.
Al respecto veamos la data oficial del INE: en 1998 el 43,9% de los hogares era considerado pobre por línea de ingreso, y el nivel de pobreza extrema se ubicaba en 17,1%. Recuérdese que entonces los precios internacionales del petróleo rondaban los 10 dólares.
Cinco años después, en el 2003, o sea al final del primero quinquenio de boinacolorá, el 55,1% de los hogares era considerado pobre por línea de ingreso, y la pobreza extrema había escalado a 25%. Y ello a pesar de que en el período 1999-2003, los precios del petróleo habían aumentado considerablemente. En el 2003, la cesta venezolana promedió 33 dólares.
Si observamos los indicadores de pobreza con base al método de necesidades básicas insatisfechas (NBI), que tiende a afincarse en la estructura de la pobreza y no sólo en las fluctuaciones del ingreso, tenemos que en 1998 el 28,9% de los hogares era considerado pobre, y el 10,8% se ubicaba en pobreza extrema. Cinco años después, en el 2003, la primera cifra había subido ligeramente a 30,5% y la segunda a 12,7%.
Una de las razones que explican el aumento de la pobreza en el primer quinquenio de Chávez, a pesar, repito, del aumento significativo de los precios del petróleo, fue el desmantelamiento general de los programas sociales del Estado venezolano. Una política criminal que además impulsó el montaje de esa centrífuga de corrupción llamada “Plan Bolívar 2000”.
Ahora bien, en el año 2003 ocurrieron dos cosas muy importantes en relación con el tema de la medición de la pobreza. Una, empezó el “boom del boom” de los precios del petróleo, que llevaron la cesta venezolana a más de 160 dólares en el 2008. Otra, que el INE dejó de ser un organismo de proceder técnico y se terminó de transmutar en una agencia de propaganda política, especializada en el maquillaje estadístico.
A mediados de ese año también se comenzaron a empaquetar las “misiones sociales”, algunas sobre los restos de anteriores programas desatendidos en el período 1999-2003, y otras de nueva factura.
Así tenemos, que para el 2009, la cifra gubernativa de pobreza relativa (por método de ingreso) era de 24%, y la de pobreza extrema de 6%. Y las respectivas por el método NBI eran de 23,6% y 7,9%. Estas dos últimas muy parecidas a las de 1998.
Interesante, además, que desde entonces esas variables se hayan mantenido relativamente estables en la pizarra del INE, tomando en cuenta que durante 2009, 2010 y 2011 la economía venezolana padeció una grave recesión. Por todas estas inconsistencias, y por el esfuerzo público y notorio del INE en “remodelar” los métodos de medición de la pobreza, es que investigaciones independientes refutan las cifras del INE y estiman las veraces en niveles no muy diferentes a los de finales del siglo XX.
Lo que permite señalar que no hay proporción posible entre el caudaloso vendaval de los ingresos en el siglo XXI y los resultados reales en la reducción de los niveles de pobreza. Ciertamente que el gasto público y la deuda pública han insuflado diversos parámetros de consumo, pero esa circunstancia tiene muy poco que ver, si acaso, con la disminución estructural o sustentable de la pobreza.
Y si a ello sumamos el desmejoramiento de la calidad de vida por causa de la violencia, la confrontación política, la escasez y el desabastecimiento, el colapso de servicios públicos, y otros factores asociados a la desgobernanza bolivarista, entonces se comprende mejor porqué nos hemos empobrecido tanto en lo político, económico y social. De allí que quien deba estar enardecido no es el señor Chávez sino el conjunto de los venezolanos.
Por: FERNANDO LUIS EGAÑA
flegana@gmail.com
Politica | Opinión