Venezuela en uniformes blancos en honor
a “Palomo”, el caballo de Bolívar
■ Fue una verdadera tregua ver el inicio de los juegos Olímpicos en su maravillosa presentación.
Los ingleses se decidieron por el reconocimiento a sus propios valores y una gran dosis de humor. Y todo enseñó lo que es hoy muy importante para este mundo extraño, convulso, que se pierde en hombres equivocados y alterado ritmo.
Por un rato los lugares más inmensos y poderosos, y los más pequeños y desconocidos se unieron en una misma imagen e intención. Allí se olvidaron las arrogancias, los desatinos de ambiciones y poder, y la emoción pudo desbordarse sin silencios obligados, prepotencias o rechazos.
Los presidentes, mandatarios, reyes o príncipes, aplaudían, las delegaciones, entusiasmadas, entregadas a aquello que sucedía y casi nunca sucede, contagiaban en sus manifestaciones folclóricas, en su rostros personales, en sus vestimentas coloridas, resultaba difícil contenerse, a pesar de la frialdad de la pantalla. Cada pequeño país, uno lo agradecía por lo que significaba su esfuerzo en llegar a la cita, figuras de regiones azotadas por la guerra y las atrocidades, países como Libia y Siria que entierran y enterraban seres queridos en sus calles, pasaban allí, frente a nuestros ojos, levantando sus banderas.
Poniendo a un lado sus corazones para estar en la fiesta deportiva.
El imperio… ¡es el imperio! La delegación norteamericana, clásica en sus uniformes, inmensa, los aplausos de Michelle Obama desde su palco, imprimieron un toque especial, así como se desbordaba la exuberancia de Italia y el colorido de los africanos o esos rostros que decían de la personalidad palestina o la belleza tranquila de los paises bajos.
Doscientas y tantas delegaciones nos recordaron lo que no hemos podido lograr: un mundo unido por los valores y la paz.
Después de reseñar en mis columnas los episodios diarios que nos toca vivir, sobretodo en estos últimos tiempos cuando la oportunidad de cambiar esta locura enfermiza que nos gobierna está más cerca, ver a Venezuela allí, sobre un espacio de respeto y paz, con sus uniformes blancos en honor a “Palomo”, el caballo de Bolívar, me produjo una sensación dolorosa.
¿Qué representaban…?
¿Al hombre obseso de poder que asume su representación y la disminuye en su descontrolada fantasía, que viola todos los principios de clase, de elegancia, de historia y raices?
¿O la otra que humillada se arrodilla ante este poder avasallador y canallesco?
Allí, perdido en la grandeza del evento, el deportista que grita “viva Chávez” después de contar una historia montada de su vida, se perdía en el objetivo único: competir.
Con reglas claras.
Con juego limpio.
Esas ridiculeces, esos abusos, las amenazas, los insultos y este ventajismo ofensivo y brutal, no cabían allí, no podían entrar.
Y ese es lo que tenemos que asumir: que esto que vivimos no es Venezuela, que ya está bueno de arriesgarla y disminuirla en exabruptos demenciales. Ya pasó el capítulo de Bolívar. Ya lo profanaron, lo manosearon, lo cambiaron, ya alteró la bandera y el escudo, cambió nombres, expropió, enfila a los bancos… es una arremetida que no puede frenar ya la crisis que le acomete. ¡Y solo nosotros podemos detenerlo!
Por: Isa Dobles
Politica | Opinión
Sabado 21 de Julio, 2012
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