“El siniestro gobierno y sus
autobolas sobre el fraude”
A José Vicente
■ Un país petrolero que importa gasolina, donde los pobres viven en ranchos y refugios.
Gracias a la película de Miller sabemos que el Rey Leónidas decidió detener con 300 espartanos a 250 mil persas, valiéndose de que la vía Termópilas apenas tenía unos metros de ancho entre la montaña y el desfiladero. Para hacer desistir a los griegos, el emisario de Jerjes les dijo que “los persas eran tantos que al lanzar sus flechas, ocultan la luz del sol”
“¡Qué bueno… tendremos una batalla a la sombra!”, respondió Dienekes, uno de los valientes griegos. Las Guerras Médicas las perdió el todopoderoso ejército imperial. El 7 de octubre tendremos la gran medición por medio del voto.
No serán trescientos sino la mayoría de los venezolanos, que podrán finalizar a este largo episodio de fracaso y desmoralización. Edificar esta fuerza ha sido y será difícil. Algunos simplifican al decir que “el país se cansó”, pero ese cansancio se materializa políticamente gracias a la existencia de una alternativa sensata, comprensible, moderada y que por eso se hizo interlocutora del descontento.
En años anteriores una oposición abstrusa, poblada de fantasmas intraducibles, antipolítica, radical (el radicalismo es la forma más directa de sustituir la ausencia de “sal en la mollera”, diría un cierto manchego desgarbado) daba más miedo que confianza. Mientras la mitad de los opositores concurría al proceso electoral para obtener palancas de poder, gobernaciones, alcaldías y parlamentarios, la otra llamaba a la abstención y calumniaba a los que lo participaban.
Para el triunfo de octubre, es preciso neutralizar los restos de ese abstencionismo instigado por el gobierno y sus autobolas sobre fraude. Y a los opositores que le hablan a su propio ombligo y profieren amenazas impotentes a diestra y siniestra. La tesis central es concordia. El nuevo gobierno no usará los tribunales para terrorismo judicial, como hace éste.
El gobierno saliente no querrá aceptar el destino escrito en su frente. Ese es el punto de partida de cualquier análisis, no una conclusión “sabia”. Por eso vamos a una crisis política, un choque de trenes. Posiblemente sea el día más largo y operarán todas las variables políticas existentes para impedir cualquier error fatal que lesione el destino del país.
Estarán tranquilos los que despreciaban los “carnavales electorales” -y a los tabarato, conque la intelectualidad caviar escarnecía las clases medias. Todo eso pertenece a la memoria de un país próspero, pacífico, que lejos quedó. No será un carnaval.
Ya basta de malentretenidos que anuncian fraude, eco de la campaña del G2 que quiere hacer aparecer al gobierno “invencible”. Ni el CNE ni nadie va garantizar lo que no se garantice la alternativa, que está sola en eso y depende de su fuerza propia. Glosando y adecentando a Stalin “no gana el que saca más votos sino el que cuenta más votos”. Mesa en la que no haya testigo no habrá votos.
Cada quien debe presentarse en los comandos de campaña para tener una tarea el 7-O, ese día bíblico. Se puede humillar a alguien todo el tiempo y a todos por un momento. Pero no a todos todo el tiempo. El resultado se hará valer y la alternativa democrática hará que el costo de desconocerlo sea tan alto que nadie se atreva. La Biblia habla del “Día de la Ira” en el que el pueblo se levanta contra la opresión. Se levantará con el voto.
Será una jornada estelar para los empleados públicos, obligados a marchar y ataviarse con esos ridículos trapos rojos y que les pasan lista en los autobuses para chequear que “estuvieron en la movilización”. Ese día los militares dignificarán su oficio, al hacer cumplir la Constitución. Basta de la cadena de irrespetos que va desde vender cebollas hasta que un caudillo los trate como guardaespaldas. No más supervisión de cubanos.
Un gran día en el propio partido de gobierno. Ningún liderazgo puede estar conforme con el destino de estar siempre de pantalones cortos, eternamente niños como el personaje de Entrevista con el Vampiro. También ellos están hartos del narcisismo y la monstruosa ineptitud lleva el país a un colapso general. Un país petrolero que importa gasolina. Un país gigamillonario donde los pobres viven en ranchos y refugios.
El partido hegemónico necesita pasar un tiempo en la oposición, en la que tendrán el respeto de las instituciones y el nuevo gobierno. Deben participar en un acuerdo nacional de gobernabilidad y reconstrucción. Seguir tantos ejemplos de partidos autoritarios que se transforman y regresan a gobernar democrática y exitosamente, como en España, Chile, Bolivia, Panamá, Perú, Argentina, México y muchos más.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 21 de julio de 2012