“la esperanza es una
virtud de esclavo”
■ La idea de progreso es de vieja data, y la misma idea evolutiva es compartida por las dos opciones electorales a la presidencia: Chávez y Capriles.
Bien es sabido que el marxismo parte de la idea edificante de que las sociedades están en constante evolución: al esclavismo, le sucede un modo de producción más evolucionado, el feudalismo; al feudalismo, le sigue el capitalismo, con su clase social punta de lanza, la burguesía; al capitalismo, le sigue el socialismo (caracterizado por la dictadura del proletariado), que es una etapa de transición conducente al paraíso terrenal, el comunismo, con “hombre nuevo incluido”.
No montarse en este carro del progreso necesario (Marx así lo había decretado desde su pretenciosa ciencia), de la evolución de nuestras sociedades (esta línea evolutiva igual vale para los africanos, los americanos o los asiáticos), equivalía a no comprometerse con el futuro esperanzador de la humanidad. Este compromiso llevó a Sartre, y a otros muchos intelectuales, a militar ciegamente en las filas del futuro utópico del eje socialista, admitiendo los crímenes del stalinismo y la represión totalitaria de las dictaduras proletarias. Chávez y sus seguidores de izquierda o derecha (los extremos se tocan) militan en esta causa evolutiva redentora.
Capriles también milita en la causa del progreso, aunque desde la otra orilla. La oposición cree que hay algo así como una evolución, y que el asunto consiste en montarse en el “autobús del progreso” (menos mal que yo siempre pido, a lo venezolano, que me dejen “ahí mismito”). La idea de progreso en la oposición es oriunda del positivismo, que llegó a justificar, en nuestras tierras (si no recordemos a José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz, César Zumeta, Francisco González Guinand, entre muchos otros.), la dictadura del hombre fuerte en razón de la “paz”, condición indispensable para el progreso tecnológico-científico y la prosperidad de los negocios y el comercio, en un país bañado en sangre por tanto caudillo con ínfulas de disputarle a Antonio Leocadio Guzmán, el muy honroso mote de “segundo Bolívar”, es decir, ése que viene después de Dios (qué ridiculez, la verdad).
Caimanes del mismo pozo, entonces, Chávez y Capriles, con su bendita idea del “progreso”. Juegan a lo que el mundo sepultó valientemente con la caída del bloque socialista: la utopía, ese lugar inexistente por maravilloso; sin matices y sin grises, pura felicidad, en que los venezolanos (¿será necesario decir “las venezolanas”? ¿Todas y todos? ¡Qué afrenta al uso de nuestro idioma y buen decir! Y todo porque a la élite gubernamental le resulta más fácil combatir la exclusión sexista desde la lengua, maltratándola al querer imponer este uso contrario a la sanción popular), con Chávez o Capriles, da igual, haremos el trencito de la sonrisa y la alegría necesarias.
Llegaremos, pues, a la felicidad, ya sea con Chávez o con el Autobús de Capriles, para no ir a pie. ¡Qué locura! Pero tal vez no tengamos la culpa de este dislate: usted, que está pensando: ¡viva Capriles!, como un fanático; o usted, chavista, que se santiguará ante Chávez. El verdadero problema es este país, que no tiene remedio, porque siempre el contexto, el suyo y el mío, nos ha hecho que concibamos al país desde nuestra trinchera política y convicciones personales, pisoteando la pluralidad y la democracia, burlándonos del otro.
Venezuela seguirá existiendo después del 7 de octubre, gane quien gane. No vamos a desaparecer del mapa; Venezuela seguirá viviendo como nación y, lo mejor, seguiremos reproduciéndonos. Así le pese al “hombre nuevo” del chavismo (los Mario Silva, los Maduro, los Jaua); así le pese a usted, opositor, que en el fondo (y en la superficie también) cree que Chávez no es gente y ha sido la peor maldición que a Venezuela le ha caído encima.
Sin embargo, abrámosle un lugar a la cordura en un país de dementes esperanzados, que anulan al otro así sean, en el fondo, la misma cosa, y digamos con Ciorán que “la esperanza es una virtud de esclavo”. Escucho una música al fondo, es una canción que interpreta Héctor Lavoe y dice: “esa risa no es de loocoo”.
Por: RUBÉN DE MAYO
rub_dario2002@yahoo.es
@rubdariote
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EL UNIVERSAL
jueves 19 de julio de 2012