“El Rey habla de los pobres
pero vive como un monarca”
■ Sorteando tempestades y recurriendo a viejas promesas que incumplió repetidas veces, su majestad Hugo Chávez gesticula con la mecánica expresión del patriarca Leonid Brezhnev.
Aquel presidente soviético que parecía un muñeco de cuerda saludando desde su palco en las olimpiadas de Moscú en 1980. Y que moriría dos años después de un ataque al corazón. Al ver al candidato del desastre entre sus seguidores, transportados desde nueve estados, nuestra mente hizo el paralelismo histórico con aquellos artificios comunistas que presentan al líder como un ser indestructible.
La carroza avanza entre los cráteres de las calles. Su majestad observa y saluda con lerda coordinación. La energía huyó con los años mozos que se diluyeron, mientras unos pícaros sustrajeron millones de dólares en nombre de un proceso que simboliza quien encabeza la caravana opulenta del socialismo agonizante. Apenas algunos corean las mismas promesas del ayer. Otros gozan con el turismo que hacen al acompañar al Presidente a las distintas entidades para dar la sensación de ferviente respaldo. Aprovechan para conocer las playas de Lecherías. Disfrutar de horas de esparcimiento mientras Hugo Chávez repite sus mismas historias de ultratumba, pero en un ritmo fatigado como colofón de un discurso deplorable.
Expele todo su arsenal de odio con una furia que no pasa de un leve chasquido. Añora los tiempos en donde imponía la agenda de la nación. La gran vitalidad y el crecimiento de Henrique Capriles, lo obligaron a salir del escondite en donde lo vigila el personal cubano enviado por el gobierno antillano para asegurarse su parte del botín.
La carroza casi retrocede por el peso de los adulantes. Son demasiadas las muestras de la naturaleza rastrera de sus corifeos, que el motor del camión comenzó a fallar en plena avenida. La mirada del gran protagonista del régimen luce vacía ante la dura realidad de pueblos enteros que rechazan su nueva reelección, ya las mentiras no surten el efecto esperado. Las animadas historias de un imperio liquidándolo todo ya no interesan al ciudadano cansado de la misma telenovela.
Su majestad cree que danza entre nubes. Desde su posición los determina con desdén. Sus pies ya no caminan junto al pueblo humilde, sus manos no tocan los rostros de los venezolanos que sufren por la incapacidad de su gobierno. Tiene años que no entra en la vivienda de un pobre. Habla de ellos pero vive como un sultán; se desgarra las vestiduras por los depauperados de la tierra en los ridículos foros de la izquierda enclenque, mientras su familia derrocha fortunas enteras para disfrutar de los placeres más exclusivos. De aquel hombre joven lleno de sueños y que sembró esperanzas queda muy poco. El poder lo devoró hasta transformarlo en la peor pesadilla que recuerden los venezolanos.
Se olvidó de aquellos que lo hicieron Presidente. Prefirió convertirse en una vedette del espectáculo circense, que sentir a la patria profunda en cada centímetro de su piel. Se llenó del aroma de la prepotencia, creyó que su puesto estaba en las alturas y no en las duras realidades de los de abajo. Mientras su tiempo se extingue, Henrique Capriles rescata la esperanza de un pueblo que quiere vivir en paz y con progreso.
Por: ALEXANDER CAMBERO
alexandercambero@hotmail.com
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EL UNIVERSAL
miércoles 18 de julio de 2012