¿Es verdad tanta belleza? O una
nueva jugarreta electoral?
¿Qué objetivo persigue Hugo Chávez con su súbito deseo de reanudar un diálogo con las autoridades de la Iglesia católica, a menos de tres meses de las elecciones presidenciales? Durante muchos años, la Iglesia, para él, ha sido nada. En la práctica, ni pan ni agua para cardenales y obispos “golpistas.” Por eso, hace pocas semanas, José Vicente Rangel sorprendió a medio mundo al reunirse en privado con monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal. Ese encuentro dio pie a que se tejiera a su alrededor la teoría de que tal vez comenzaba a romperse el hielo entre el Gobierno y la Iglesia.
La inesperada entrevista coincidió con el anuncio de Chávez sobre la creación de un novedoso Consejo de Estado, y aunque en ningún momento Chávez definió las funciones de ese futuro organismo “asesor”, los avances de su enfermedad y la ambición de algunos lugartenientes suyos alimentaron la conjetura de que quizá la nueva instancia, bajo el mando de Rangel, el más dialogante de los jerarcas del régimen, tenía la tarea de suavizar las contradicciones del Gobierno con el resto de la sociedad, las tensiones que crecían dentro del chavismo y la inquietud que a todas luces le quita el sueño a un sector poderoso de la FANB. La reunión de Rangel y Padrón sencillamente servía para hacer ver que el Gobierno daba pasos concretos en una nueva dirección política.
Falso, por supuesto. No era la transición lo que estaba en juego: tan pronto comenzó a especularse sobre un posible diálogo oficial con la oposición bajo el manto protector de la Iglesia, el régimen reaccionó con firmeza. Chávez no pensaba abandonar Miraflores anticipadamente y tampoco se había paseado por la imposibilidad de que otro, ¿Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Elías Jaua?, pudiera ser el candidato chavista en las elecciones del 7 de octubre. ¿Fue por estos mensajes antagónicos que el Consejo de Estado dejó de existir antes de nacer? Sin embargo, la confusión se hizo mucho mayor cuando Jaua, junto a Rangel, Maduro y Cabello, recibió formalmente en La Viñeta a la Conferencia Episcopal en pleno. El espejismo del Consejo de Estado y de un eventual diálogo para la transición recuperó de pronto su visibilidad perdida y volvió a palparse en el ambiente la esperanza de una metamorfosis del régimen. Esta posibilidad de ver sentados a una misma mesa a representantes de las dos Venezuelas la subrayó el régimen el pasado martes, cuando el propio Jaua, acompañado esta vez de los ministros Tareck el Aissami y Maripili Hernández, se presentó en la asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal para decirle a los obispos que “hemos venido a expresar nuestra intención, más allá de los desacuerdos que ha habido entre ambas instituciones a lo largo de estos 13 años, de restablecer un clima de respeto institucional, de respeto político y de respeto en lo personal entre las dos instituciones.” Colmo de todos los asombros, en medio de la rueda de prensa que ofrecieron al alimón Jaua y Padrón, se produjo una llamada telefónica de Chávez al presidente de la Conferencia Episcopal para expresarle su deseo de reunirse con él.
¿Sería verdad tanta belleza? ¿O sólo se trata de una nueva jugarreta electoral? Lo cierto es que Rangel y el Consejo de Estado han desaparecido del escenario. Por otra parte, aunque Chávez dice estar dispuesto a trabajar con la jerarquía eclesiástica para crear un clima de normalidad política, su tranquilizadora convocatoria a ese diálogo se parece mucho a un acto más de su habitual teatralidad cada vez que se aproxima un evento electoral. Ya saben, dar la impresión de ser amable y comprensivo con el enemigo, en esta ocasión con la Iglesia, para reducir la creciente erosión de su imagen en segmentos donde, a pesar de la propaganda oficial, la Iglesia conserva una influencia importante.
Los venezolanos debemos aplaudir con entusiasmo todos los gestos serios que contribuyan a limar las asperezas entre unos y otros, único camino capaz de sacar realmente al país de la crisis.
Pero ojo. No perdamos de vista que esta maniobra se parece demasiado a la de Raúl Castro con las autoridades eclesiásticas de Cuba, cuyas consecuencias objetivas son por ahora una mejoría en las relaciones del régimen de La Habana con Roma y la generación de una amarga división entre los cubanos que desean devolverle a su país la normalidad democrática. Sobre todo, porque cada día que pasa, las cuentas les salen peor a Chávez y él, astuto aficionado al juego electoral, sabe que un voto bien vale una misa.
Por: ENRIQUE KRAUZE
Politica | Opinión
Iglesia | CEV
EL NACIONAL
LUNES 16 DE JULIO DE 2012