“Ahora espero que no me
expropien el cementerio”
“No hay planificación urbana ni para hacer una calle, pero tumban y expropian el patrimonio sin pensarlo dos veces” -decía el viejito que observaba como un inmenso tractor derrumbaba una casona con 300 años de construida en una calle, que vio pasar generaciones de autóctonos y vio también ir y venir soldados, revoltosos y hasta guerrilleros en tiempos modernos, que pujaban dentro de los cambios en proceso-.
“En esa casona nació mi abuela –seguía contando el anciano, recordando detalles, que hacían olvidar sus cien años- y parte de mis tíos en tiempos de Guzmán Blanco, cuando este pueblo era un caserío de pescadores que no miraban sino para el mar y quizás no salían mas allá de sus conucos en el pie del cerro, que se levanta al pasar la carretera.
Fue construida por un antepasado canario, que llegó a estas tierras en busca de aventuras y se puso a vivir con una india cumanagoto de grandes ojos, que se trajo en barco desde Cumana. Así comenzó la cosa- decía el viejito, mientras señalaba con el dedo tembloroso, la extensión de su casa-, según consta en algunos documentos amarillentos y poemas antiguos que quedaron como herencia en baúles hediondos a tiempo, enterrados con algunas monedas y joyas protegidas contra saqueadores; quienes husmeaban dentro de las casas a punta de machete, durante las diversas escaramuzas y caminatas de caudillos, que venían del llano derramando sangre y violencia, hacíendo huir hasta las hormigas y los bachacos…”
-Es una casa de adobe con grandes ventanales, muy hermosa y llena de tantas historias… –me atreví a interrumpir su pensamiento, que brotaba por sus labios resecos y arrugados-. ¿Por qué permitieron su desaparición?-le pregunté al viejito-.
-No logramos tener éxito en la defensa. Gritamos, visitamos al gobernador, insultamos al Alcalde, peleamos con el consejo comunal y no logramos sino odio -me respondió casi llorando-. Al final nos expropiaron la casa con el argumento… que el terreno es del Estado y que no tenemos propiedad del mismo, como si fuéramos unos recién llegados o unos fantasmas. Es decir, “sin derecho a pataleo”.
-¿Cuál es el interés por esa casa?
– Bueno, la casa mide cerca de 200 metros cuadrados, pero está en una parcela que mide unos 8 mil metros y está en pleno centro del pueblo. A ellos no les interesan ni mis gallinas, ni mi yuca, ni ninguna de las matitas que tengo allí sembradas. Hasta el primero de los Ramos debe estar enterrado en alguna parte.
-¿Y que piensan hacer allí?-le pregunté con una curiosidad sincera-.
-Allí quieren construir el stadium de béisbol y no es la única casa afectada, es mucho el cristiano de los alrededores, que ha perdido su propiedad.
-¿Y no pudieron construir esa cancha en otro sitio? -le pregunté nuevamente-.
-Claro que si podían hacerlo, pero es que el negocio era precisamente ese. Empezar a mover recursos para todo, donde el enriquecimiento fugaz con dinero petrolero se come 300 años de historia. Además, dicen que somos oligarcas…
– ¿Y qué va a ser de usted maestro, que ha perdido su casa?-le pregunté con temor a que el viejito me saliera con una respuesta del tamaño de mi imprudencia-.
– Yo viviré un tiempito con mi nieta para pasar un poco el dolor…
-¿Y luego, maestro?
-¿Luego? Espero que no expropien el cementerio, porque entonces quedaría deambulando por estas calurosas calles eternamente, como si fuera un “tirano Aguirre” escapado de la paz o una “llorona” asustando infantes y hombres mujeriegos.
Por: Luis Alfredo Rapozo
luisrapozo@yahoo.es
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