“Adiós crisis, hola crisis…”
■ Entrenados en apuros perennes y en conflictos cíclicos, los venezolanos que emigraron a España afrontan uno de los peores momentos económicos de ese país.
■ A pesar de que han debido hacer cambios en su rutina y lidiar con la incertidumbre, regresar al país no es una opción: prefieren una austeridad tranquila que volver a ver la cara de la inseguridad.
Vicente del Bosque entiende que, en medio de la crisis económica, el fútbol es un refugio para los españoles. “Hemos dado un rato de felicidad a toda España”, dijo el seleccionador del equipo ibérico a pocos minutos de haber ganado la Eurocopa. En las calles de Madrid y en la Plaza de Cibeles, se oía “¡Campeones, campeones!”. La victoria dio un rato de respiro a una semana de angustias, que había terminado el viernes anterior con una reunión de los líderes europeos en Bruselas, en la que se acordaron las condiciones del rescate a los bancos españoles, que piden hasta 100 millardos de euros para reflotar.
Pablo Daglio:
“Yo me iría ya a Venezuela, pero desde acá veo la inseguridad mucho más grave y grande”
La crisis que atraviesa España desde 2008 tiene desempleadas a 5 millones de personas. Los jóvenes la padecen más, 50% de ellos no tiene empleo. Entre los inmigrantes casi 6 millones de personas el paro se acentúa, 3 de cada 10 extranjeros está sin trabajo. La crisis lo inunda todo: la radio, la prensa, la televisión, las conversaciones en los bares, las paredes de los bancos con pintas en spray rojo que gritan “¡ladrones!”.
Los noticieros y programas de opinión monotemáticos comentan los vaivenes de la prima de riesgo. La insolvencia de los bancos, un rescate en puertas, los rumores de un corralito, la posible implosión del euro…
Las encuestas de opinión revelan que las inquietudes de los españoles están asociadas a la situación económica.
Para los venezolanos que piensan emigrar, España es el segundo destino más buscado, luego de Estados Unidos.
Los cálculos de la representación diplomática en Venezuela señalan que hay al menos 200.000 venezolanos en España. Al cierre del año pasado, el Sistema Continuo de Reportes de Migración en las Américas informó que eran 153.851 venezolanos, 59% de los cuales también son de nacionalidad española.
La difícil situación económica y los recortes en el gasto público que han generado la protesta de jóvenes indignados, desempleados, pensionistas, estudiantes, profesores hace que muchos inmigrantes regresen a su país de origen.
Ecuatorianos, colombianos, peruanos y argentinos encabezan la lista de quienes tiran la toalla, ante las complicaciones para buscarse la vida en una España que ahora no brinda las mismas oportunidades de crecimiento de su época dorada.
Por el contrario, ha endurecido el acceso a servicios sanitarios y educativos para los extranjeros y los desalojos de viviendas por la falta de pago de la hipoteca se multiplican.
Regresar no es una opción que muchos venezolanos barajen, aunque los tiempos hayan cambiado y España no acoja como antes a estos profesionales jóvenes con un trabajo bien remunerado y la promesa del papeleo para solicitar la residencia. A las crisis están acostumbrados y a resolver también, pero las reformas económicas y laborales, además de las subidas de impuestos, comienzan a sentirse.
Ajuste de aspiraciones:
¿Cómo se afronta el hecho de haber salido de la crisis venezolana para sumergirse en la europea? “Hay que ajustar las expectativas”, dice Mercedes Reguant, profesora de la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona; venezolana con 7 años en España y miembro de la directiva de la Asociación Catalano-Venezolana, una organización de voluntarios que desde 2009 imparte talleres para los venezolanos sobre adaptación al nuevo mercado laboral, por el que han pasado más de 100 personas.
Reguant considera que la clave está en comprender que el concepto del trabajo puede variar. “Para el venezolano, trabajar significa desarrollarse profesionalmente. En Europa, en cambio, es tener un ingreso mensual que te permita vivir. Hay una diferencia grande en ese concepto. Un español puede tener una maestría en Filosofía y trabajar en la limpieza, pero a un venezolano le cuesta. Está ligado al estatus.
Nos cuesta asumir tareas por debajo de nuestra capacidad”, indica.
Por eso, una de las principales trabas para conseguir trabajo es que la mayoría de las ofertas que se reciben corresponden a plazas para las que no es necesaria gran preparación profesional.
En la página web del Servicio Público de Empleo Estatal (www.sepe.es) se encuentran ofertas de algunas de las comunidades autónomas españolas. Abundan los empleos (sobre todos los temporales) de operador telefónico, personal de atención al cliente o analistas. Los inmigrantes desempleados y sin ahorros para comenzar un negocio propio, tienen que verse en la fila de las agencias de colocación con españoles en su misma situación.
Las ocupaciones que el SEPE califica de difícil cobertura corresponden a los oficios o profesiones para los que sí hay vacantes, pero para los que se postulan muy pocos. Sólo en estos casos los empleadores pueden tramitarle los papeles a quienes apliquen a estos puestos para que puedan residir legalmente en España.
La lista, sin embargo, es corta. Destacan oficios como entrenador deportivo y deportista profesional, además de muchos ligados con la vida marítima como mecánicos navales, cocineros, camareros y mozos de barco.
En los talleres de Asocaven han coincidido historias variopintas de los venezolanos que hacen frente a la crisis española, que van desde jóvenes hasta profesionales de más de 50 años de edad que han quedado desempleados. Unos tenían un buen trabajo y un mal día, en especial desde mediados de 2008, se encontraron en el paro, al igual que muchos españoles. Otros, recién llegados con sus títulos universitarios en la maleta, recibieron ofertas laborales y las rechazaron por considerar que no se ajustaban a su estatus. Ahora llevan meses esperando una nueva oportunidad.
Un grupo, cansado de buscar empleo sin éxito, decidió usar sus ahorros como capital y emprender. Es el caso de la mitad de los que participan en los talleres. En Asocaven han visto a odontólogos, licenciados en Recursos Humanos, comerciantes, cocineros o comunicadores irse a trabajar de forma autónoma, con diferentes resultados en un país donde el consumo está deprimido y marcado por la palabra austeridad.
Además de comprender que no necesariamente se trabajará en el área para la que se estudió, el inmigrante debe tender a buscar a sus connacionales como red primaria de contactos laborales, sugiere Reguant. Ella recomienda tejer redes. “El venezolano no tiene cultura de inmigración.
Se traslada a otro país con la misma mochila de aspiraciones y expectativas. Aunque es consciente de que se enfrenta a algo nuevo, no convierte su código. Es difícil establecer una red, como la de ecuatorianos o bolivianos, por ejemplo, que le sirva de soporte, le guíe y le ayude a establecerse. Es necesario que se multipliquen estas relaciones”.
Pablo Daglio:
5 de diciembre de 2003.
El año del paro cívico, el año siguiente al golpe de abril, el año antes del referéndum revocatorio que ratificó a Hugo Chávez en el poder. Ese día de finales de 2003 Pablo Daglio y su pareja desempacaron en Barcelona. Estaban recién graduados, él de Ciencias Políticas y ella de Arte en la Armando Reverón. Él tenía 27 años de edad, ella 28.
Daglio lleva un registro nítido de las fechas, de los momentos en los que todo comenzó a cambiar: primero, en las finanzas de España, luego en las de su bolsillo. “Fue en 2009. Diría que como un año después de estallar la crisis financiera. El Gobierno lo negó en un principio. Al comienzo no lo notabas, era mediático, la vida era la misma, pero muy gradualmente se fue encareciendo. Al llegar, vivimos cuatro o cinco años de pujanza, como unos reyes. Hicimos de todo. Nuestra cronología coincide con la de la crisis”, precisa.
Su migración a España también pudo haber seguido una cronología, pero no fue así. “Tendría sentido que me hubiera ido por la crisis y la incertidumbre, pero en 1998 vinimos de vacaciones a Barcelona, la ciudad me impresionó y pensé que al terminar la carrera me vendría. Lo fui planeando. Quería estudiar música, cosa que no hice”, dice.
Dejaron un país desencontrado, enardecido pero opaco, aplanado. Encontraron a una Barcelona iluminada: “Era una ciudad boyante, dinámica, pujante. Estaba en pleno auge, conseguí trabajo a las dos semanas, era precario pero de eso te das cuenta luego. Sin embargo, había muchísima oferta de trabajo”.
En poco menos de una década la pareja tuvo tres hijos nacidos en España: siete, tres y un año de edad. Conocen, entonces, la dimensión familiar de un trance, los ajustes a un presupuesto multiplicado por cinco. “La gasolina tuvo un alza muy fuerte y, al ser tan cara, ha sido muy importante el efecto en el presupuesto de todas las familias.
Aunque la inflación en teoría está controlada, si anualmente es de tres y pico, en 8 años pagas casi un cuarto más”, dice. Daglio tiene sus propios números microeconómicos: “Nosotros, en 2003, con 30 euros llenábamos un carro de comida para 2 personas. Ahora gastamos 500 euros al mes para 5 personas”.
La dimensión doméstica de las nuevas dificultades tiene una versión en la calle, amplificada por la tendencia natural de los españoles a lamentarse por su suerte. “Ahora esto es un camposanto de gente sin trabajo, como zombies por ahí en las mañanas. Es muy raro. Está la gente constantemente quejándose, en el supermercado, en el banco. Antes tenían trabajo y ahora están todos deprimidos”.
Daglio tiene un trabajo fijo desde hace tres años y su esposa estuvo un año recibiendo prestación por desempleo después del último embarazo. “Antes de la crisis la gente tenía trabajos de mucha duración, porque con lo que ganabas tenías una vida muy digna, vacaciones todos los años, tu carro, vida cultural. Ahora todo eso se acabó.
Básicamente porque estaba fundamentado en créditos.
Desde hace como cinco años estamos recibiendo el mismo ingreso mensual. La última vez que fui a un concierto fue hace dos años”.
Volver a Venezuela, sin embargo, es sólo una añoranza.
No pasa de ser parte del kit de nostalgia del emigrante. “Yo me iría ya a Venezuela, corriendo y encantado de la vida, pero desde aquí veo el asunto de la inseguridad muchísimo más preocupante, grave y grande de como era cuando vivía allá.
No criaría a mis chamos ahí. No podría hacerlo en un entorno como ése y menos después de haber vivido en un lugar tan calmo. Vivimos en paz y eso no podría pasar en Caracas”.
Dice que todavía los colegios y la salud son gratuitos y de calidad. Pero tampoco están dispuestos a convertirse en los violinistas del Titanic de una crisis en la que todavía hay varios icebergs por esquivar.
“Cuando bajen la santamaría aquí nosotros nos piramos. Si Caracas no está bien, iremos a Miami, a Costa Rica o a Uruguay. Yo no veo luz aquí,”.
Ni siquiera un resultado favorable a la oposición el 7-O lo convencería de entrar por Maiquetía a su nueva vida. “Si en Venezuela cambia el gobierno, el nuevo presidente no sería el Mesías, ni Cristo, para cambiar las cosas de un día para otro. Si se ataca desde el primer día la inseguridad con un plan nacional, igual habría que esperar. Si las cosas mejoran regresaría a Caracas porque la amo. Afuera me he dado cuenta de que soy más venezolano que nunca. Sí creo que me gustaría morir en Venezuela, pero de viejo”.
Por: ADRIANA RIVERA
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DOMINGO 08 DE JULIO DE 2012