Poder y locura
Acostumbrados a los despropósitos del régimen rojo rojito, no hemos prestado atención a las implicaciones de la grosera frase pronunciada por el Presidente el pasado 24 de junio, día del Ejército y aniversario de la Batalla de Carabobo. Desde un escenario militarizado y como abreboca a lo que nos espera en esta campaña electoral, el comandante sentenció a la desnacionalización a más de la mitad de los pobladores de Venezuela y avergonzó al resto cuando afirmó que “quien no es chavista no es venezolano”.
Tamaña insolencia suscitó el rechazo unánime de la oposición, como lo evidenció el comunicado difundido por la MUD.
Ahora el comandante pretende parangonarse nada menos que con Jesús (“El que no está conmigo, está contra mí”), pero a la vez, como no logró atomizar a la oposición, busca profundizar la polarización del país mediante el divide et impera (divide y vencerás).
Si con su desatino intentaba captar algún indeciso, el Presidente cometió un error irreparable. Ya el país está dividido: una parte, sectaria y excluyente, anclada en el pasado y escudada en el discurso mediático y repetitivo de un enfermo tal vez imaginario, y que, a pesar de gastar sumas multimillonarias va en bajada; y otra, moderna, unitaria e inclusiva, que busca la reconciliación nacional, que se expresa a través de la energía de un candidato que recorre el país para oír a la gente y conocer de primera mano los problemas reales de la nación, y cuya curva de aceptación sube en la encuestas y ya se ha cruzado con la descendente de su contendor.
Sostener que quien no es chavista no es venezolano es una falta de respeto a la ciudadanía. Por eso creemos que esa barbaridad, vomitada y no dicha por el mandamás, debe ser producto del delirio que, como efecto secundario, le producen las drogas que, se especula, le administran para combatir la dolencia que le aqueja.
De no ser así estaríamos frente a un claro desvarío que justificaría un examen médico de salud mental. Aseverar que quien no es chavista no es venezolano es una forma de narcisismo y equivale a maldecir a quienes disienten del régimen, y pone de manifiesto el talante de cuartel y antidemocrático del candidato a la reelección. Desnuda su faceta chauvinista al apelar al más bajo instinto de un colectivo sujeto al chantaje económico y político: el patriotismo.
Un autor muy citado y poco leído, Samuel Jonson, escribió que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. Y es que el patriotismo, a la manera de Nicolás Chauvin, alienta la creencia de que lo propio, lo nativo, lo nacional, es superior a lo ajeno, a lo extranjero, y tiende a culpar a otros de los errores que cometemos (la cuarta, el imperio, los escuálidos, los judíos, etc.).
Alimentar al chavismo con esa paranoia puede derivar en persecuciones y linchamientos, y en la imposición de un apartheid fundamentado en ideas bastardas.
Por: Redacción
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EL NACIONAL