Henrique Capriles: Ya nadie cree que
Chávez resolverá la violencia
■ El candidato de la unidad dijo que los oficialistas, al enterarse que visitaría la entidad, “salieron a tapar los huecos, montaron operativos, se montó un Mercal. Se desplegaron porque yo venía. ¿No dicen que somos nada? Si somos nada, ¿por qué se preocupan?”.
Tuve la suerte de acompañar al candidato Henrique Capriles en una de sus giras pueblo por pueblo. En esta oportunidad no era una caminata, sino un mitin en la avenida principal de La Morita de Cocorote, una población de Yaracuy donde hasta ahora son evidente mayoría los seguidores del candidato oficialista.
Así que viajé preparado para cualquier cosa. Conociendo bien el estilo violento y delictivo con el que se conduce el partido de gobierno, especialmente en los lugares donde es mayoría, me imaginé que la visita no iba a ser fácil. Pero me equivoqué.
El Gobierno, efectivamente, actuó tratando de diluir el efecto de la visita. Desde muy temprano los pobladores de La Morita presenciaron sorprendidos la instalación de un mercado de los llamados Mercal, que ofrecía a precios bajísimos productos que hace mucho tiempo no se veían en el lugar. También llegó una brigada de obreros a maquillar calles y brocales, y otra de médicos a hacer demagogia de salud.
Fue, sin embargo, un esfuerzo inútil. Porque a eso de las 2:30 pm, cuando la camioneta que transportaba al candidato desde el aeropuerto inició su marcha, un enjambre de motorizados que fue creciendo minuto a minuto lo seguía ruidosamente, los pobladores de las viviendas que están ubicadas al borde la carretera salían entusiastas de sus casas, unos con banderas, otros haciendo gestos de saludo, mandándole besos, tocándose el corazón o, incluso, saltando junto al vehículo en marcha intentando conectar con las manos del candidato.
Era fácil imaginar lo que vino después. Para tratar de entender a plenitud lo que ocurría, me propuse a mí mismo asumir el resto de la tarde la mirada distante de un observador externo y no el gesto entusiasta de alguien que apoya al candidato. Y fue así como pude entender que lo que está ocurriendo en torno a la imagen y la presencia de Henrique Capriles en las ciudades grandes y pequeñas de Venezuela es un fenómeno de masas que podríamos calificar como el nacimiento de un nuevo liderazgo.
No hablo de un entusiasmo normal. De personas que aplauden y celebran satisfechos una opción política por la que han decidido racionalmente. Hablo de un enamoramiento colectivo, una fascinación por el líder expresada en gestos de alegría, esfuerzos físicos por acercarse y tocarle, de mujeres jóvenes que se abalanzan con gestos eróticos incontenibles y, en algunos casos, de personas que lloran de emoción en el momento en que el líder aparece en escena.
Más allá del obvio entusiasmo político que personalmente me produce verificar que el candidato de la opción democrática contra el militarismo esté generando estas pasiones, no dejo de preguntarme por los mecanismos enigmáticos mediante los cuales se construye colectivamente el carisma. Y utilizo la frase “se construye colectivamente” porque lo que me va quedando claro es que estos procesos de encantamiento de multitudes son el resultado de una transacción afectiva y simbólica entre los grupos humanos que tienen una necesidad de representación y alguien, un líder, que asume con entrega convencida ser la persona que encarna esa representación.
Esa es la transacción: los pueblos invierten deseos en este caso, la necesidad de salir de tan largos años de pugna, inseguridad, opacidad e insatisfacción y obtienen esperanzas en este caso, la posibilidad de un liderazgo efectivamente nuevo, no pugnaz, no de odio que luego se convierten en voluntad política.
Ya al final de la tarde, de regreso al aeropuerto, mientras el candidato, a solas, en el asiento del fondo, toma aire, se seca el sudor y se pone una camisa seca, me invade la sensación de que el hombre que tengo a mis espaldas ha entrado en una nueva etapa de su vida política y que detrás de la sonrisa satisfecha de hoy se alberga la convicción de que en sus manos está una responsabilidad descomunal que ha decidido asumir: la de conducir la reconstrucción de un país que desde hace tres décadas dice que quiere cambiar pero no sabe cómo hacerlo.
Los baños de multitudes también hacen cambiar a los líderes. Si son demócratas auténticos, para bien. El lema se hace verdad: hay un camino.
Por: TULIO HERNÁNDEZ
hernandezmontenegro@cantv.net
Política | Opinión
EL NACIONAL
DOMINGO 1 DE JULIO DE 2012