Salí con el jardinero de mi casa…
A ver si recuperábamos una taza del caucho de mi automóvil que se me cayó al tropezar, en plena calle, con un inmenso trozo de concreto. Me di cuenta en la casa, pero ya era tarde.
Era una batalla perdida de antemano, pues el sitio estaba lejos y mi amigo con ganas de irse a su casa. Además, quizá en Suiza, la taza podría estar en manos de una viejecita que la vio caer y le dijo a su nieto que se la trajera por si yo regresaba. No obstante, lo convencí y fuimos, por aquello de que “la peor gestión es la que no se realiza”.
Tal como sospechábamos, llegamos al sitio y no estaba la taza, por más que, desde el automóvil, escaneamos con la vista toda la zona. Quise asegurarme más y le propuse que se bajara, a ver si por los laterales de la calle, pudiese estar.
No quiso. Se negó en seco, lo que a mí me extrañó mucho, porque nunca lo había visto en actitud tan radical. Arrancamos de regreso con cara de niños regañados. Yo, porque alimentaba la esperanza de no comprar más tazas, y él, por que estaría interiormente contrariado al “contrariar” a su patrón.
Me había hecho un gran favor. Mientras tomábamos el camino de regreso me fue explicando los motivos de su conducta. El barrio en que nos detuvimos era peligrosísimo, y no le faltaba razón. Mientras nos fuimos alejando, decenas de caras “dichosas” parecían darnos la bienvenida. Pero no; eran caras normales, lo que ocurría era que contrastaban mucho con las que habíamos dejado atrás.
Recuerdo que, cuando nos dirigíamos al sitio, pasamos al lado de los buhoneros ambulantes que vendían entre los automóviles y a varios los conocía mi acompañante pues vivían en su mismo barrio. Ése es fulano, aquél es zutano. No quisimos distraerlos, pero éstos eran distintos a los que nos encontramos en los “predios de mi taza”.
Resignado a quedarme “ciego” de un caucho, pasaron por mi mente las distintas posibilidades que se me presentaban. La primera y más lógica era comprar una nueva ya que no estaba dispuesto, bajo ninguna circunstancia a perjudicar a terceros. ¿Pero dónde la compraría? ¿En la agencia autorizada? ¿A los vendedores en las autopistas?
Allí surgió la respuesta en boca de Junior, que así se llama mi jardinero: “-Una vez me encontré en una situación parecida y se me ocurrió comprarla en los bordes de las autopistas, pero no fui. Esas, -continuó-, son tazas robadas y yo no compro cosas robadas”.
Pensé para mis adentros: ¡Aquí está, para que lo divulgues, el ejemplo que tanto buscabas para ejemplificar la existencia de la ley natural! Esa conciencia innata, que nos reprocha lo malo y nos aprueba lo bueno, aun antes de realizarlo, y por supuesto, después. Luego, recordé otros ejemplos muy buenos, incluso divertidos, pero los dejaremos para próximos artículos.
Por: OSWALDO PULGAR PÉREZ
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@oswaldopulgar
Politica | Opinión
EL UNIVERSAL
jueves 21 de junio de 2012