¿Qué ocurrió con el predicador
desde la plaza Ibarra…?
El predicador, jactado de su prodigalidad verbal catequizadora, visitaba un humilde y retirado poblado para asentir su mensaje. Mientras ensamblaba una enorme tarima en la plaza pública del pueblo, la gente, con justificada curiosidad, comentaba sobre el propósito de aquel ostentoso parapeto. Llegado el día, los pobladores acudieron por mera curiosidad para oír el mensaje de aquel extraño personaje. El primer día de arenga, la plaza estaba repleta; el segundo, la concurrencia había disminuido a la mitad. Al tercer día ante la plaza desolada, sin un alma, el orador no mermaba el tono y la fuerza de su disonante disertación. Un humilde anciano le advertía con mucha lógica desde un techo próximo a la tarima que no perdiera su energía pues la plaza estaba completamente vacía. El predicador respondió que ya lo sabía pero que debía repetir su mismo discurso a diario para no convencerse de lo contario.
¿Qué ocurrió con el candidato-presidente que desde la plaza Ibarra intentaba adestrar a los asistentes pertinazmente con el mismo discurso de hace 14 años? Pues lo mismo que a nuestro predicador del pueblo. La gente desaparecía gradualmente mientras él seguía convenciéndose que como nuevo libertador estaba obligado a desnudar las mentiras de la historia escrita hasta hoy. La traición de Páez, la insistencia de Bolívar para imponer la revolución socialista como único camino hacia la independencia, la gesta manumisora inconclusa que sólo él puede encarnar, el ascenso de los desposeídos, las loas a Fidel, etc. ¡Nada nuevo! La plaza se quedaba vacía no sólo de personas sino de ideas no obstante que, a diferencia del humilde poblado, la gente acudió bajo coerción.
Cualquier candidato responsable, sobre todo si aspira a la reelección por cuarta vez, se hubiese referido al índice de escasez de 18% en lo que va de año; apagón de 14 horas en Macuto; al medio centenar de homicidios semanales que acaecen en Caracas; incremento de los secuestros en todo el país; al caos del Metro y del Ferrocarril de Tuy; la desaparición de productos de primera necesidad como medicinas y leche; al problema de las cárceles; a la insuficiencia de viviendas; al desastre de la infraestructura como vías urbanas y suburbanas; la ruina de las cementeras y de otros agregados para la construcción; a la calamidad de los hospitales públicos, etc.
Como el candidato oficialista no puede explicar tanta debacle luego de 14 años como presidente, casi 3 períodos presidenciales de los anteriores, echa mano de remotas coartadas que a nadie convencen. Se ha especializado en encontrar para lo importante y para a lo nimio una cabeza de turco. La culpa recae en el puntofijismo (AD y Copei), la oligarquía, los empresarios, el capitalismo, en todos los demás que conformaban aquella sociedad descompuesta. “Esas eran las fuerzas ocultas que impedían las reformas”. Vaya patraña. En otras palabras, la democracia y sus instituciones tradicionales son inservibles para enmendar los conflictos. Que el absolutismo por él encarnado es el único capaz de dar con todas las respuestas.
Esa percepción de sociedad, por su ironía, es muy peligrosa porque permite la cesión de todo el poder a un adicto de la elocuencia que por autoconvicción puede conducirnos a finales trágicos. Cualquier idea enunciada con inquina, además de contradecir la racionalidad, confiere símbolos que estimulan el odio y la instauración de conductas confrontativas mientras se dejan de lado las verdaderas realizaciones. No hay espacio para más equivocaciones. La única opción viable está representada por el candidato Capriles que ha sabido asimilar la esperanza de paz exigida por la mayoría del país:
Por: MIGUEL BAHACHILLE M.
miguelbm@movistar.net.ve
EL UNIVERSAL
lunes 18 de junio de 2012