El Tejado Roto
Precediendo la carroza del monarca disminuido iba el dispositivo lanzando a diestra y siniestra, sin pudores ni dolores, toneladas de pétalos de rosas rojas, en una demostración de derroche y dispendio que superaba con creces las excentricidades de los reyes medievales y las historias que llegan de los casi desaparecidos autócratas africanos, de caprichos ilimitados. Mugabe est. La escena era vergonzosa y asqueante.
¿Cuántos pétalos tiene una rosa y cuántas se necesitaron para que formasen una alfombra a lo largo del recorrido que hizo sobre un camión desde Miraflores hasta la plaza Diego Ibarra? Por supuesto que muchísimos menos que los que se utilizaron cuando le ofrecieron una despedida de prócer porque volvía a Cuba a someterse a una tercera operación porque el cáncer le había reaparecido y le debían extirpar un segundo tumor en la zona pélvica, pero ahora del tamaño de una pelota de ping pong. El llanto, el desasosiego y toda la parafernalia que rodeó el “acontecimiento” impidieron que quienes ahí estaban y quienes seguían la noticia por televisión se percataran de que se presenciaba una verdadera revolución, un salto cualitativo, en jalabolismo, lisonjas, jerigonzas y similares: una alfombra de pétalos de rosas hasta Maiquetía.
Sólo en un país petrolero que nade en la abundancia o en la irresponsabilidad de sus gobernantes pasaría inadvertida tanta villanía, tanto desdén por la razón y la sindéresis. Seguimos siendo un campamento minero en el que se perpetran las más extravagantes perversidades y desatinos, en el que se compran espejitos de colores con kilos de oro y en lugar de regatear dan como propina el doble de su valor. Es la locura más estrambótica y risible, si no fuera porque las cifras de la pobreza extrema han crecido y las penurias de los pobres se han multiplicado.
No me atrevo a asegurar cuántas escuelas y hospitales costaron esos pétalos, pero apuesto que más de un par, incluido el menaje y los servicios por varios años.
Esta es la sociedad del derroche, esta es la inhumanidad. Las anteriores dictaduras militares no se atrevieron a llegar a extremos similares, ni es fácil encontrar excentricidades parecidas en el resto del mundo, quizás sólo en alguna de las más recónditas y atrasadas de las antiguas repúblicas que integraban la Unión Soviética.
En el libro La historia de la estupidez humana Paul Tabori se refiere al enfermante servilismo y las nauseabundas adulaciones que impuso en Haití la monarquía del general Henri Christophe de 1807 a 1811; degradaciones que después fueron superadas por el régimen comunista que impusieron Stalin y Mao, en Rusia y China respectivamente. Toneladas de pétalos de rosa y por ahí anuncian la inauguración del monumento al Libertador. Vendo diccionario de superlativos estropeado por el uso.
Por: RAMÓN HERNÁNDEZ
@ramonhernandezg
Política | Opinión
EL NACIONAL
La adulancia, el servilismo y el “jalabolismo”, es lo que caracteriza a estos radicales nauseabundos seguidores del régimen, quienes no titubean en gastar enormes fortunas (que no son la de ellos,esto ni pensarlo) para adorar y complacer al dictador.