“En la pasada elección, Chávez
era intocable, invulnerable..”
■ El caso venezolano muestra los límites temporales de modelos políticos con ambiciones desmesuradas, las que se estrellan contra su falta de sustentabilidad económica.
Lo que se observa no es lo que se advertía antes. No se trata de un giro ni del surgimiento de otra cosa en el mismo espacio. Es la degradación de lo que había. Después de más de una década en el poder, el fenómeno chavista venezolano y su estela parecen decaer de modo irremediable, aunque sería incorrecto atribuir ese proceso sólo al desgaste del tiempo. La enfermedad de Hugo Chávez es el símbolo con perfiles más dramáticos de esa descomposición que, si toma las formas de un final de etapa, es porque el personalismo a ultranza suprimió la opción del legado. La idea del abismo, el mantra de yo o el caos, que se ejerce como herramienta de poder y subyugación en momentos de auge, acaba convertida en una trampa cuando el declive vacía la retórica.
Por aquello de Jorge Luis Borges sobre que la realidad gusta de las simetrías, el mismo fenómeno de ocaso también asoma en las otras fronteras en las que este modelo reformista, que se autodefine como progresista y revolucionario, registró un nacimiento casi simultáneo después de los años 90 de la oleada ultraliberal.
Como en Venezuela, pero lejos de la decadencia física del líder, otros símbolos develan procesos semejantes . Una muralla de más de mil conflictos se alzaron, por ejemplo, en el camino antes triunfal de Evo Morales en Bolivia. Son las bases obreras y campesinas que antes sostuvieron al propio gobierno, y reaccionan desencantadas con el perfil por lo menos poco interesado en una real distribución que muestra la administración del ex dirigente cocalero. El alzamiento de esos sectores populares acaba de desbaratar la estrategia del vicepresidente Alvaro Garcia Linera, un ex guerrillero que caracteriza como imperialistas y esbirros de la CIA a los sindicalistas críticos , y que exhortó a marchar contra los huelguistas. No pudo. La gente no lo permitió.
Ese límite es lo nuevo. Es el que también cosecha el ecuatoriano Rafael Correa, uno de los aliados más estentóreos de Chávez. Allí, la poderosa confederación de nacionalidades indígenas (Conaie), un bloque radical de pueblos originarios, atacó la política económica del gobierno, que mantiene dolarizado al país, y esencialmente su alianza con las mineras transnacionales. En esa pelea que fracturó todas las máscaras, el gobierno utilizó el arsenal que despliega contra la prensa no colonizada para censurar la radio de la tribu indígena Shuar, el más nutrido pueblo que habita las selvas entre Ecuador y Perú y que rechaza las políticas mineras “extractivistas” que destruyen sus territorios ancestrales.
“Correa es un enfermo de odio y vanidad (…) traicionó los principios que lo llevaron al poder”, le soltó Marlon Santi, dirigente de la Conaie.
Vale la cautela:
Estos cambios no significan que ha nacido otro paradigma en la región, pero sí desnudan mutaciones en las expectativas y conductas . Es por eso que la elección general de octubre en Venezuela es la más compleja que ha enfrentado el régimen. Hay otro furor en el aire.
La noción del poder total se resquebraja, un efecto que se nota también en Argentina donde el gobierno falló el primer intento para instalar un agente propio en la Procaduría y tampoco tiene la fuerza para apagar escándalos como el de la planta de impresión de billetes que gerencia un grupo de desconocidos, amigos del poder se descuenta, legalmente encapuchados.
Los habitantes de este espacio político regional que también ocupan veteranos como el nicaragüense Daniel Ortega, un ex guerrillero que se travistió en conservador evangélico, tienen claras marcas de identidad; entre ellas, la voluntad de torcer las instituciones.
Pero no es la debilidad de sus democracias lo que más los erosiona sino la prosaica escasez de dinero, las cajas han comenzado a secarse. Estos modelos populistas requieren de vastos recursos para alimentar el consumo y la demanda que sostiene la ilusión monetaria. Como esa contradicción se va tornando insalvable, el escenario social comienza a complicarse. No es un dato casual que estos países carguen ahora por “imperialista” contra la Comisión Intermericana de Derechos Humanos de la OEA . La operación para desprestigiar a la CIDH, un organismo que fue clave en la lucha contra las dictaduras, busca demoler antes que ocurran las denuncias de los excesos que ya se están viendo en estos países.
El caso venezolano es paradigmático sobre el conflicto que genera una caja cada vez más estrecha . La gran ubre de la revolución ha sido la estatal petrolera PDVSA a la cual se le quitó la obligación de rendir sus ganancias al Banco Central. A fines de los 90 producía 3,3 millones de barriles por día. La falta de inversión, según la OPEP, redujo ese total en 650 mil barriles. Otro millón se reparte subsidiado al mercado nacional y a los socios bolivarianos: Bolivia, Nicaragua y Cuba. Así, lo que queda para exportación es poco más de un millón y medio de barriles que no bastan para sostener el gasto del Estado , en especial con la baja actual del precio del crudo.
Este deterioro sucedió a lo largo de un extenso lapso. Cuando arranca, Chávez fue un campeón de ortodoxia controlando déficits y reservas.
Al irse agotando la caja, inventó su extravagante socialismo caribeño y estatizó empresas y servicios para fondear la billetera.
Al no incrementar y diversificar el ingreso comercial (petróleo y derivados explican 95% de la exportaciones) todo acabó siendo como caminar dentro de un embudo.
Las reservas se agotaron y hubo que traer el oro, lo que obligó a un duro cerrojo cambiario. Las divisas se necesitan para comprar naftas que PDVSA no procesa, y para proveer al país de alimentos como leche en polvo, azúcar, carnes, maiz o café que Venezuela no produce aunque podría. El costo de esas importaciones trepó 64% en el primer trimestre de 2012 por el alza de los precios internacionales. El gobierno que usa la inflación del 27% como herramienta recaudatoria, multiplica también la emisión para financiarse. Pero eso y la expansión del Estado por las nacionalizaciones descontroló el déficit y la deuda que pasó de US$ 30.000 millones hace una década a 180 mil millones hoy.
El economista José Guerra golpea el decorado de papel del chavismo con un número tremendo: entre 1999 y 2011, en medio del mayor boom petrolero de la historia, el PIB per capita, la ganancia anual promedio de los venezolanos, creció apenas 1,1%.
Por: Marcelo Cantelmi
Politica | Opinión
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MARTES 12 DE JUNIO DE 2012