Tiempos de cambio
No tienen desperdicio las afirmaciones hechas por William Izarra en el foro del Consejo de Trabajadores de la Asamblea Nacional, y que fue reseñado por este diario el pasado sábado, bajo la firma de la colega Maru Morales. Allí el militar retirado, aliado crítico del presidente Hugo Chávez, ha reconocido que Henrique Capriles Radonski ha llegado con su mensaje de reconciliación a 8 millones de venezolanos, mientras que la revolución sigue teniendo un preocupante contenido clientelar que pone en riesgo su continuidad.
Es curioso que este análisis de Izarra no se corresponda con los contenidos de varias encuestas que le otorgan al presidente Chávez una cómoda ventaja frente al abanderado opositor, y venga a sabotear en voz alta el triunfalismo exacerbado que evidencia la dirigencia del Partido Socialista Unido de Venezuela, de cara a las elecciones del próximo 7 de octubre. A diferencia de otros voceros del chavismo, Izarra, el padre, por supuesto, no hace concesiones a la incondicionalidad ni actúa como un felicitador de oficio, sino que se atreve a mostrar las costuras del proceso. Una de ellas, el clientelismo que caracteriza la relación entre los que tienen el poder y los menesterosos.
Y una revolución contaminada de clientelismo no es sino una pantomima, una forma retórica de darle otro nombre a la misma relación de dominación que se dice haber derrotado en Venezuela. Por eso Izarra pone en evidencia una gran debilidad del Gobierno cuando manifiesta su temor de que la base clientelar del chavismo pueda ponerle los cuernos al proceso y a su líder con alguien que le ofrezca más.
Para dolor de la dirigencia pesuvista, el comandante Izarra admite que “los actores pragmáticos que responden a la bolsa de comida” son mayoría con respecto a los actores convencidos. Eso después de trece años de gobierno no es poca cosa, es la muestra más clara de que se le ha puesto el nombre de revolución a la misma forma aberrante de relación entre el poder y quienes necesitan de él para sobrevivir.
Han surgido, ciertamente, mecanismos de participación, se ha producido una mayor politización en los sectores populares, pero, paradójicamente, se ha concentrado más el poder en el Gobierno y los canales de participación han sido confiscados por el PSUV. El objetivo no es la superación de la pobreza sino mantenerla como nicho de apoyo político sobre la base de la relación clientelar. La propia guanábana roja.
Cuando Izarra padre llama a hablarles a los no alineados también está admitiendo que el sectarismo, que la prepotencia en el ejercicio del poder y el cobro de peaje ideológico no son saludables, que la política de exclusión, de satanización de la diversidad y la disidencia pueden hacerle pasar un mal rato al chavismo en octubre e, incluso, en las elecciones de gobernadores previstas para diciembre. En definitiva, que si existe un núcleo de 8 millones de venezolanos que no tienen definición político-ideológica es puro cuento eso de que el chavismo representa hoy el sentimiento mayoritario y determinante en el país.
Aunque Izarra no ha dicho claramente que el chavismo está derrotado o corre el riesgo de perder las elecciones, sus palabras ponen de relieve las graves dificultades que acechan al Gobierno, por sus prácticas clientelares. Ahora vamos entendiendo mejor a Blanca Eekhout cuando llamaba a “desterrar el adeco que tenemos por dentro”. Y ese “adeco” no es otra cosa que la materia prima de la revolución. La cepa clientelar del PSUV deja pálido el clientelismo del pasado. Para decirlo en términos leninistas, el clientelismo pesuvista es la fase superior del adequismo.
Por: VLADIMIR VILLEGAS
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