La decisión de marcharse no
se toma porque “da nota”
■ La situación del país les dio razones…
En mi último artículo invité a compartir sus experiencias respecto a la emigración. Recibimos más de 500 historias y decidimos clasificarlas de acuerdo a quienes decidieron quedarse (18%), los que anhelan irse (26%) y los que se fueron (56%). Es obvio que estos porcentajes no son proyectables a la población, sino al universo de lectores que aceptó la invitación a escribirnos. Iniciaremos con las razones de quienes emigraron.
Hay diferentes argumentos para irse: razones de índole política y social, aunque estas últimas tienen mucho mayor número de menciones y ramificaciones que la primera.
Aquellos que emigraron “por Chávez”, lo hicieron no sólo por estar en contra de la ideología que él profesa, sino porque auguraban un futuro incierto para ellos y su familia, especialmente en el ámbito económico, dentro de un ambiente carente de institucionalidad y con amenazas de llevarlos directo al comunismo. Sin embargo, esta justificación es eclipsada, en número, por un problema que indica la gran mayoría: la descomposición social.
Los elevados índices de violencia y criminalidad, así como la impunidad con los que son tratados estos casos por el Estado, son los argumentos más frecuentes. Mientras unos agradecen no formar parte de las estadísticas (y para evitarlo se fueron) otros comparten narraciones desgarradoras de cómo fueron víctimas de secuestros, robos, hurtos y demás vejaciones. El resultado fue su constante temor a salir de la casa y un estrés galopante que, en casos extremos, desemboca en paranoia y ataques de pánico.
La inseguridad tiene un efecto muy nocivo sobre el sentimiento de pertenencia con tu país. Alberto nos dice: “No puedes sentir tuyo un lugar donde te pueden matar como un perro por quitarte unos zapatos”. Como menciona Cristina F., el desarraigo de esta generación tiene que ver con la inseguridad, que ha hecho que muchos jóvenes sean criados en burbujas que restringen sus vidas.
La actitud, cada vez más agresiva, irrespetuosa y “malandra” de la gente es otro aspecto mencionado constantemente. Ante esto, Nelson se pregunta: ¿Cómo puedo sentir arraigo si el comportamiento social del venezolano promedio deja mucho que desear?”.
Orlando y Pablo nos hablan de su emigración por ser víctimas de discriminaciones primitivas, uno por haber firmado y el otro por ser gay (razones mencionadas también por otras personas).
La falta de empleo constituye otra razón de peso. Emigraron sabiendo que puede resultar muy difícil (entre la adaptación cultural y el conseguir un trabajo), pero “el sacrificio vale la pena si logras una calidad de vida que tu país no ofrece” (Vivian).
Este cúmulo de factores se suman en Pablo, quien nos dice que se decepcionó de su pueblo, entrando en una espiral de desesperanza aprendida, vislumbrando un país cayéndose a pedazos y sin remedio, azotado por serios problemas sociales y políticos a los cuales la única forma que encontró para hacerle frente fue emigrar.
Es obvio que la decisión de marcharse no se toma porque “te da nota”. La situación del país les ha dado razones respetables. Estados Unidos, España, Canadá, Colombia y Australia son los principales destinos de los emigrantes que respondieron, pero sabemos que también están en Panamá, Costa Rica y muchos países árabes, que se han convertido en receptores de venezolanos preparados que deciden escapar en búsqueda de una mejor vida, tranquilidad, estabilidad, paz y superación. No somos quien para cuestionarlos y les deseamos a todos el mayor éxito en su búsqueda de la felicidad.
La próxima semana: los que se quieren ir y después: los que nos quedamos.
Por: LUIS VICENTE LEÓN
Luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon
EL UNIVERSAL
domingo 27 de mayo de 2012