“Ocultar quien financió el trabajo es una amoralidad,
sobre todo cuando lo hace un Estado bellaco…”
El sistematizador en el siglo XX de los estudios estadísticos es nada menos que Albert Einstein en colaboración con Satyendra Bose. Lo hicieron para el estudio de las partículas subatómicas, que no se pueden ver, pesar, medir, -negación de cualquier objeto de la ciencia fáctica-, sólo intuir a partir de repeticiones de fenómenos generales en los experimentos. De allí su frase: “la estadística es lo que sabemos cuando no sabemos nada”.
Sabemos que ignoramos el universo de la sociedad. Las supuestas verdades son demasiado ambiguas para la certidumbre. Es conocido el ejemplo del “pavo de Russell”. Para ralentizar la fe en la verdad de los números, escribió que “observando la realidad por cientos de días, un pavo concluye que los humanos están para alimentarlo y protegerlo.
(… ) Pero un día llega la Navidad”. A veces una encuesta la desmienten posteriores resultados electorales, lo que no es necesariamente que se haya equivocado, sino un cambio en la opinión o la simulación de preferencias de los electores, como ocurre en los autoritarismos, donde encuestados temen y mienten. Ortega derrotaba a Chamorro por 20 puntos una semana antes de las elecciones que ella ganó. Noriega arrasaba en el referéndum que perdió de calle.
Es necio pedir a alguna acción humana un certificado de infalibilidad, y si “se equivocan” o “aciertan” no es el tema central. Lo que si hay exigir es capacidad y honradez. Las encuestas honradas trabajan conforme a normas técnicas y éticas, mientras otras son “operaciones” de maletín de aventureros y arribistas, mercachifles de resultados, que a veces medios de comunicación toman de buena fe.
Un grave problema es la tentación profetista de ciertos encuestadores, más bien líderes vocacionales, sujetos de una curiosa metamorfosis en expertos políticos, de allí en creadores de opinión, para culminar, el peor de los mundos, caricaturas de dirigentes. Quieren orientar la marcha de las cosas, desde la garita de un “saber profundo”, como los pitagóricos, venerados porque decían conocer los arcanos matemáticos del universo, inaccesibles para los demás mortales. Pero las encuestas las paga alguien.
En Venezuela tenemos el padecimiento. Y es que por la desaprensión colectiva, ciertos especímenes evolucionaron en la secuencia: encuestadores, analistas, asesores, conductores de la opinión, políticos y finalmente, algunos, magnates. Una profusión de encuestadores en los medios dictamina sobre estrategias políticas, para lo que no están calificados.
Igual “analistas políticos” empíricos, sin formación teórica ni rigor académico, repetidores de chismes y obviedades, y diversos líderes aficionados que desconocen desde la A del oficio, emocionales, radicales e infantiles. La influencia de tales personajes explica muchas de las desgracias actuales. El estado natural de los políticos de oficio es resolver situaciones sin conflicto, mientras el amateurismo no puede dominar su estridencia radical.
Lo que indican los datos no son fatalidades para obedecer. El hombre “se sale con la suya”, derrota las circunstancias. Schopenhauer plantea que sobre todo está la voluntad. No hay obstáculos insalvables a la voluntad unida a la pasión y la razón. La vida humana es la lucha para derrotarlos y Prometeo, el libertador del alma humana del poder de los dioses, no claudicó.
La máxima expresión de la voluntad es la política. En circunstancias duras es acción, decisión dramática, apremiante, condicionada por otros actores que juegan en el mismo terreno. Lo peor es la traición, pasarse al enemigo por resentimientos o 30 monedas.
Si el trabajo está integralmente bien concebido: cuestionario, muestra, supervisión del trabajo de campo, procesamiento de los datos, y se culmina honradamente, aporta información útil para examinar la realidad, señalar tendencias y comportamientos mayoritarios y minoritarios.
En la ficha técnica una encuesta debe decir quién la pagó. Insólito que el presidente de una encuestadora reconozca que “recibe donaciones” del gobierno y que otro, profesional de clase media hace quince años, hoy pueda comprar una casa de tres millones de dólares.
Las encuestadoras serias en todas partes son empresas impersonales. Trabajan para individuos o empresas que necesitan estudios de entorno en la toma de decisiones. Si el cliente da a conocerlos, allá él. Es suya. Ocultar quien financió el trabajo es una grave amoralidad, sobre todo cuando descubrimos que en la oscuridad lo hace un Estado bellaco que corrompe instituciones y grupos sociales.
Por: CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
Politica | Opinión
@carlosraulher
EL UNIVERSAL
sábado 26 de mayo de 2012