“Me quiero ir demasiado”
El video de Ivanna Chávez y Javier Pita, Caracas, ciudad de despedidas, ha suscitado juicios demoledores y voces comprensivas que lo defienden o que se retractan de sus primeros reproches, una especie de frenazo de remordimientos que a mí se me hace un poco demagógico. El video brindó la oportunidad de ventilar un debate que se cuece a presión en la Venezuela polarizada y en el que, para variar, no hemos sido pioneros.
Después de todo, los cubanos revolucionarios todavía llaman “gusanos” sobre todo a los anticastristas que llegaron a Miami entre 1959 y a lo largo de los años sesenta. En vista de que el calendario de esta columna me permite reiterar, pues ahí vamos: A mí sí me parece que ese video tiene un problema de fondo muy grave: aloja los códigos privativos de un grupo de jóvenes que tendría la solvencia necesaria para darse el lujo de emigrar. El audiovisual no se abre a la versión de otras subjetividades menos aventajadas y no es discreto resaltando las aprensiones de clase media y media alta de los entrevistados, quienes muestran la maleabilidad cosmopolita necesaria para reciclarse en una “sociedad ejemplar”.
Ya sabemos que este escándalo tiene que ver con la juventud de los entrevistados y de los realizadores, quienes, concentrándose en su “opinión”, se saltaron a la torera el debate sociopolítico actual. Sin embargo, no creo que la reprobación colectiva de Caracas, ciudad de despedidas haya sido sólo una cayapa emanada de una sociedad envidiosa que internalizó la violencia como reflejo natural; yo prefiero verlo como el de una sociedad que parece estar discriminando entre lo absurdo y lo razonable para, algún día, conocer su justa medida. ¿Acaso no es eso lo que ocurre en lugares que, en teoría, tienen un sistema democrático “funcional”? ¿No es por su “inteligencia vigilante” que ciertas ciudadanías son un punto de referencia para quienes insistimos a veces absurdamente en vaciarnos en su molde? En esas colectividades existe, por ejemplo, un espíritu y una industria mediática de confrontación, debate y espectáculo que se ocupa de diseminar una crítica implacable que también funciona como una purga de ideas y de personas.
¿Acaso no es ese un proceso parecido al que suscitó Caracas, ciudad de despedidas a través de la vía temperamental de las redes sociales ?Me sigue pareciendo que el video es un monumento a la falta de empatía que opera de espaldas a la realidad y que sucede cuando muchos no nos lo esperábamos, sobre todo después del movimiento estudiantil que, desde el año 2007 (desde antes del cierre del RCTV), activó y movilizó el antichavismo y le dio nuevos bríos a la oposición política, ésa que hoy está heredando Capriles Radonski.
La frase “Me quiero ir demasiado” me recuerda un poco la letra que el grupo de hip-hop Guerrilla Seca disparaba hace algunos años: “Si yo ganara 5 millones sería demasiado millonario, no viviría del malandreo del barrio, fuera tremendo empresario…”. En ambos casos, el sujeto de la frase es una primera persona del singular catapultada por el adverbio: ese “demasiado” que traduce un yo ahogado en la ansiedad y en la desesperación.
En el caso de los chicos del documental, el reflejo de salida es una expatriación que, ante la violencia cotidiana (de choreo, bala perdida y cárceles erizadas), es lógica pero que, en el contexto, suena como un acto de indolencia; en el de los raperos de Cotiza, la aceptación fatalista de un ejercicio cotidiano de violencia e intimidación que, si bien sigue cobrando la mayoría de sus víctimas entre los más pobres, cada día salpica más a la clase media para densificar el terror que aliena al malandro y galvaniza su poder.
La polarización es producto de dos discursos negativos paralelos, que se cierran al bien común y que consuman el extrañamiento que nos arrincona.
Por la izquierda o por la derecha (si es que esos clivajes todavía son útiles), en la urbanización o en el barrio, Venezuela suena en monofónico. Y con ese empaque al vacío, ¿a quién le queda fuelle para pensar en una reconciliación?
Por: LEOPOLDO TABLANTE
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